La liturgia diaria meditada - El administrador astuto (Lc 16,1-8) 10/11


Viernes 10 de Noviembre de 2017
San León Magno, papa y doctor de la Iglesia
(MO). Blanco.

(Día de la tradición).

Martirologio Romano: Memoria de san León I, papa, doctor de la Iglesia, que, nacido en Etruria, primero fue diácono diligente en la Urbe y después, elevado a la cátedra de Pedro, mereció con todo derecho ser llamado “Magno”, tanto por apacentar a su grey con una exquisita y prudente predicación como por mantener la doctrina ortodoxa sobre la encarnación de Dios, valientemente afirmada por los legados del Concilio Ecuménico de Calcedonia, hasta que descansó en el Señor en Roma, donde en este día tuvo lugar su sepultura en San Pedro del Vaticano (461).

Antífona de entrada         Cf. Eclo 45, 30
El Señor hizo con él una alianza de paz y lo constituyó jefe, confiriéndole para siempre la dignidad sacerdotal.

Oración colecta    
Dios nuestro, que no permites que las fuerzas del mal prevalezcan sobre la Iglesia, edificada sobre la sólida piedra de los apóstoles; por la intercesión del papa san León, concédele permanecer fiel a tu verdad y gozar siempre de la paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas       
Por estas ofrendas que te presentamos, te rogamos, Señor, que ilumines a tu Iglesia, para que en todo el mundo se acreciente tu rebaño y sus pastores, conducidos por ti, sean de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión      Cf. Mt 16, 16. 18
Pedro dijo a Jesús: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

Oración después de la comunión

Te pedimos, Padre, que gobiernes con bondad a tu Iglesia alimentada en esta mesa santa, para que, dirigida por tu mano poderosa, crezca en libertad y persevere firme en la integridad de la fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.


Lectura        Rom 15, 14-21
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.
Hermanos: Estoy convencido de que ustedes están llenos de buenas disposiciones y colmados del don de la ciencia, y también de que son capaces de aconsejarse mutuamente. Sin embargo, les he escrito, en algunos pasajes con una cierta audacia, para recordarles lo que ya saben, correspondiendo así a la gracia que Dios me ha dado: la de ser ministro de Jesucristo entre los paganos, ejerciendo el oficio sagrado de anunciar la Buena Noticia de Dios, a fin de que los paganos lleguen a ser una ofrenda agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo. ¡Yo tengo que gloriarme en Cristo Jesús, en lo que se refiere al servicio de Dios! Porque no me atrevería a hablar sino de aquello que hizo Cristo por mi intermedio, para conducir a los paganos a la obediencia, mediante la palabra y la acción, por el poder de signos y prodigios y por la fuerza del Espíritu de Dios. Desde Jerusalén y sus alrededores hasta lliria, he llevado a su pleno cumplimiento la Buena Noticia de Cristo, haciendo cuestión de honor no predicar la Buena Noticia allí donde el nombre de Cristo ya había sido invocado, para no edificar sobre un fundamento puesto por otros. Así dice la Escritura: “Lo verán aquellos a los que no se les había anunciado y comprenderán aquellos que no habían oído hablar de él”.
Palabra de Dios.

Comentario
Llegando al final de la carta, el Apóstol destaca lo que ha sido su vocación específica: llevar el evangelio a tierras paganas, donde Cristo no era conocido. Y reconoce que esta obra evangelizadora fue posible por el impulso del Espíritu Santo.

Salmo 97, 1-4
R. ¡El Señor reveló su victoria a las naciones!

Canten al Señor un canto nuevo, porque él hizo maravillas: su mano derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria. R.

El Señor manifestó su victoria, reveló su justicia a los ojos de las naciones: se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios. Aclame al Señor toda la tierra, prorrumpan en cantos jubilosos. R.

Aleluya        1Jn 2, 5
Aleluya. El amor de Dios ha llegado a su plenitud, en aquel que cumple la palabra de Cristo. Aleluya.

Evangelio     Lc 16, 1-8
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús decía a sus discípulos: Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: “¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto”. El administrador pensó entonces: “¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!”. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?”. “Veinte barriles de aceite”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez”. Después preguntó a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. “Cuatrocientos quintales de trigo”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo y anota trescientos”. Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.
Palabra del Señor.

Comentario
“Jesús alaba la sagacidad y la astucia de un hombre ante una situación delicada e importante. Obra injustamente, pero hay que reconocer que ha actuado con diligencia y ha sabido salir del apuro en que se encontraba. Los hijos de este mundo actúan así para asegurarse el mañana y vivir mejor. Jesús pide a los suyos que imiten esta sagacidad, esta creatividad, no para asegurarse el futuro material, sino para trabajar por algo mucho más importante: el Reino”.

Oración introductoria
Señor Jesús, quiero tener la audacia y habilidad para saber darte el lugar que te corresponde en mi vida. Creo en Ti, confío y te amo, ilumina este rato de meditación para que nada me distraiga y sepa guardar el silencio que me permita realmente conocer tu voluntad.

Petición
Señor, ayúdame a saber aprovechar mi tiempo, especialmente este momento de meditación.

Meditación 

Hoy, el Evangelio nos presenta una cuestión sorprendente a primera vista. En efecto, dice el texto de san Lucas: «El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente» (Lc 16,8).

Evidentemente, no se nos propone aquí que seamos injustos en nuestras relaciones, y menos aún con el Señor. No se trata, por tanto, de una alabanza a la estafa que comete el administrador. Lo que Jesús manifiesta con su ejemplo es una queja por la habilidad en solucionar los asuntos de este mundo y la falta de verdadero ingenio por parte de los hijos de la luz en la construcción del Reino de Dios: «Los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz» (Lc 16,8). Todo ello nos muestra que el corazón del hombre continúa teniendo los mismos límites y pobrezas de siempre. 

Pero la cuestión que todo esto nos plantea es doble: ¿Acaso pensamos que podemos engañar a Dios con nuestras apariencias, con nuestra mediocridad como cristianos? Y, al hablar de astucia, tendríamos también que hablar de interés. ¿Estamos interesados realmente en el Reino de Dios y su justicia? ¿Es frecuente la mediocridad en nuestra respuesta como hijos de la luz? Jesús dijo también que allí donde esté nuestro tesoro estará nuestro corazón (cf. Mt 6,21). ¿Cuál es nuestro tesoro en la vida? Debemos examinar nuestros anhelos para conocer dónde está nuestro tesoro... Nos dice san Agustín: «Tu anhelo continuo es tu voz continua. Si dejas de amar callará tu voz, callará tu deseo».

El administrador de la parábola había abusado de la confianza de su amo subiendo los precios en beneficio propio. Ante las quejas de los clientes y la amenaza de despido, recapacita, aunque sólo sea por conveniencia, y renuncia a su propio beneficio, pidiendo lo justo a los clientes. 

Ante esta situación, nosotros pensamos que ese administrador, aunque haya cambiado de actitud, no es de fiar. En cambio, para Jesucristo tiene más valor el cambio de comportamiento que el pecado. Él conoce nuestras caídas, pero basta un sincero arrepentimiento y que le pidamos perdón, para que nos devuelva su confianza y se sienta orgulloso de nosotros, como el amo de la parábola con su administrador.

A la vez Jesús nos invita y exhorta a ser sagaces. Esta cualidad debe ser expresión de la caridad cristiana. La astucia, relacionada siempre con el maligno, significa fingir, mentir, engañar, para lograr lo que queremos. En cambio, la virtud humana de la sagacidad consiste en la habilidad para encontrar los medios justos y más eficaces para alcanzar un objetivo, como puede ser vivir nuestra fe y amor a Dios. Abraham y Moisés tuvieron el valor de negociar con el Señor.

Quizás hoy, ante el Señor, tendremos que plantearnos cuál ha de ser nuestra astucia como hijos de la luz, es decir nuestra sinceridad en las relaciones con Dios y con nuestros hermanos. 

Propósito


Si para nosotros, Cristo fuera, de verdad, el valor más importante, ¿no deberíamos comportarnos con más sagacidad? 

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08:40

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