Continuando el diálogo sobre la teología del siglo XXI


Estimado Néstor:

He visto que has escrito sobre mí artículo acerca del cambio de paradigma y tu artículo veo que está muy trabajado y que merece un intercambio de razones por mi parte. 

http://infocatolica.com/blog/praeclara.php/1711030105-sobre-el-cambio-de-paradigma#more34696

Por favor, no leas mi respuesta como si estuviera enfadado o si despreciara tus razones. De ningún modo, simplemente es un civilizado diálogo sobre una cuestión teológica.

No hace falta insistir en que yo tomo el sentido de la palabra “paradigma” en el segundo sentido que tu ofreces a tal palabra:

“Cambio sustancial en una doctrina significa que se afirma algo que antes se negaba, o que se niega algo que antes se afirmaba. Es decir, que hay una contradicción entre la doctrina en su estado anterior, y la doctrina en su estado posterior”.

Por supuesto que hablamos de doctrina teológica y que la doctrina de la fe sigue inalterada. Pero en materia teológica sí que hay cosas que antes se afirmaban que hoy se niegan.

Dado que tu artículo atiende mucho al tema de las definiciones, yo personalmente prefiero definir “paradigma teológico” como “la teoría que nos ofrece el modo de entender la aplicación de una doctrina de fe”.

No hace falta decir, no lo he olvidado ni un solo momento de mi reflexión en todos y cada uno de mis años de escritura, que cualquier cosa que no sea una evolución homogénea de los dogmas rompería las “reglas del juego” y haría caer como castillo de naipes toda la construcción teológica de siglos. Como metafísico que me considero, hay que ser congruente: sólo una evolución homogénea de los dogmas mantiene la arquitectura católica. Una evolución heterogénea implicaría una misma destrucción del mismo concepto de verdad. Como amante de Aristóteles, eso para mí es inaceptable e imposible. La fe católica se mantiene si existe la verdad. Las verdades inconmovibles preservadas por la Iglesia son don, no cadenas.

Cuando comentas mi cita: “La teología como mera recapitulación, como mera profundización, o la teología como reflexión, como pensamiento puro.” Tú, Néstor, añades:

“Y eso de “pensamiento puro”, aplicado a una disciplina que depende de una base positiva como es la Revelación contenida en la Escritura y la Tradición, y realizada además bajo la imprescindible guía del Magisterio eclesiástico, realmente no se entiende”.  

Por supuesto que para una teología católica se requiere eso. Pero sí que hay tratados de autores (la mayoría) que son escritos al modo tradicional: parte escriturística, patrística, magisterial, etc. Y hay otros autores (los menos) que han intentado llegar con la razón lo más lejos que es posible sin abandonar esos fundamentos de los que hablas.

Hay materias en los que este segundo modo de hacer teología no es posible, por ejemplo un tratado sobre el bautismo. Pero hay otras materias en las que esto sí que es posible: por ejemplo. mi Historia del mundo angélico. Es imposible hacer esto en un tratado sobre la Santísima Trinidad, pero sí que es posible hacerlo en un artículo que trate de entender las implicaciones lógicas entre la naturaleza más profunda del pecado sexual y la existencia de un Ser Infinito. En un libro o artículo como el segundo, pueden aparecer versículos de la Biblia, o citas de los Santos Padres, pero (bajo la guía del Magisterio) el pensador se centra en las capacidades de la razón para ver qué existe o puede existir entre esos dos elementos: Dios y el placer humano.

Volvamos a tu artículo. Néstor, tú escribes:
“Se puede decir que el P. Fortea propone como “paradigma absoluto” al “entero Evangelio”, según el cual debe ser interpretado y revisado “el entero conjunto de la Ley”.

No, el Evangelio no puede ser paradigma. El Evangelio es el núcleo duro de verdad, de allí parten las ramificaciones de la razón: las teorías.

Eso sí, estoy de acuerdo cuando afirmas en tu artículo que un paradigma es como una teoría al cuadrado. Sí, un paradigma es una mentalidad, un modo de entender, una manera de interpretar que se aplica a toda una ramificación teórica que surge de ese núcleo duro.

La teología normalmente avanza de manera que hay pequeños cambios. Normalmente siempre es así. Por ejemplo, la teología sacramentaria, la trinitaria, la teología moral fundamental, etc, etc. Lo normal es que el edificio intelectual en cada rama vaya experimentando pequeños retoques por mucho que crezca esa construcción a lo largo de los siglos.

Ahora bien, hay ramificaciones de esa construcción intelectual en las que los retoques ya no son posibles, hay que abandonar un camino y emprender otro. Como tú, Néstor, escribías:

“Un cambio sustancial en una doctrina significa que se afirma algo que antes se negaba, o que se niega algo que antes se afirmaba. Es decir, que hay una contradicción entre la doctrina en su estado anterior, y la doctrina en su estado posterior”.

¿Esto ha ocurrido en la Historia de la Iglesia? Sí, no es lo usual, pero ha ocurrido. Unos Papas justificarán la muerte para el hereje y los teólogos crearán una construcción teológica para avalar esa postura; Santo Tomás de Aquino incluido.

La convivencia del divorciado sine more uxorio en el seno de la segunda familia hubiera sido vista como una negación de facto de la doctrina del matrimonio en el siglo XIX. Si no estás casado, no puedes convivir con una familia que es la tuya.

La doctrina canónica actual de las declaraciones de nulidad matrimonial hubiera sido visto como algo frontalmente inaceptable hace siglos: si te has casado, te has casado, punto final. Lo de la nulidad por inmadurez les hubiera hecho reír a carcajadas. Hubieran dicho que nos tomamos el vínculo matrimonial a broma. El problema es que hay todo un desarrollo canónico que sanciona esas causas. Y pienso que ese desarrollo canónico es verdadero.

La confesión se otorgaba en los primeros siglos en el momento de la muerte a los que habían caído en ciertos pecados. La argumentación era la siguiente: si has renacido en el Espíritu, ¿cómo puedes haber negado a Cristo? Y argumentaban con unos versículos que a ellos les parecía que semejante incongruencia era imposible. Eso sí, en un alarde de generosidad, te permitían que recibieras el perdón antes de morir.

San Agustín enviaba al infierno a todos los niños no bautizados. Al infierno eterno, sufriendo, no al limbo. Su postura sería seguida por infinidad de teólogos medievales que, en conciencia, estaban convencidos de que afirmar otra cosa era negar la autoridad de las Escrituras. Cuando apareció la teoría del limbo, eso ya fue un grandísimo alivio para muchos. Pero la teoría agustiniana se creyó la tesis ortodoxa durante muchos siglos por infinidad de autores. ¿Quién hubiera osado escribir lo contrario? Es un ejemplo de cómo en un tema determinano se dijo negro y después se dijo blanco.

Hasta principios del siglo XX, si un adolescente de dieciséis años realizaba un acto de masturbación, el confesor se sentía obligado a pensar que bastaba ese acto para condenarle toda la eternidad. No exagero, todos los libros de moral de los seminarios eran claros: es un pecado mortal, un solo pecado mortal te condena. Evidentemente, afirmaban eso basados en una construcción intelectual (avalada por la escolástica) y creían que no podían ser católicos si negaban tal cosa. He leído muchas veces en los tratados de moral las argumentaciones de los autores para defender eso que, se notaba, que a ellos les parecía increíble, pero que se sentían en la necesidad de defender eso, porque no veían ninguna escapatoria teológica.

Cuando leí la primera redacción del Catecismo de la Iglesia Católica sobre este tema de la masturbación, me enfadé. Porque pensé que era un modo laxo de negar lo que decían todos los libros de moral. Yo entonces estaba en el seminario. Después de años de ejercicio del sacerdocio, me di cuenta de que el Catecismo tenía razón. Pero esa primera redacción fue objeto de tantas protestas, que fue una de las pocas partes que la Santa Sede cambió para adaptarla a la mentalidad moral imperante. Hoy día, sin duda, ya no se hubiera cambiado.

Dígase lo mismo respecto a la pena de muerte. Cierto que, desde un punto de vista meramente teórico, el Estado tiene esa potestad basado en criterios de mera justicia. Pero teniendo en cuenta muchas otras cosas, pero muchas, lo mejor es oponerse con todas las fuerzas a semejante acto: acabar fríamente con la vida de un ser humano. Aquí hemos pasado de decir blanco a decir negro, evidentemente.

La homosexualidad era vista como uno de los pecados más terribles. Me acuerdo en mis libros modernos del seminario: uno de los pocos pecados que clamaban venganza al cielo. Ahora tenemos una visión más comprensiva de esta realidad. Más comprensiva, porque es más integral. La postura oficial ahora es podéis venir a orar con nosotros, podéis participar de la vida parroquial. Aquí ha habido un cambio de enfoque innegable.

En el campo del ecumenismo no digamos. A nivel teórico no ha habido grandes cambios, pero a nivel práctico el cambio ha sido copernicano. No necesita grandes explicaciones: el Papa Benedicto XVI participando de las vísperas anglicanas en la Abadía de Westminster; participando, no presidiendo.

No, no estamos hablando de pequeños retoques en las doctrinas teológicas, sino de verdaderos cambios en el marco teórico del que penden otras teorías menores. Salvo que uno quiera negar lo evidente, en diversas materias, hemos pasado de decir blanco a decir negro.

Hay, por tanto, dos mentalidades.
La mentalidad inmovilistaque consiste en pensar que todo sigue exactamente igual y que sólo hay pequeños retoques y profundizaciones en lo ya sabido. La fe permanece inmóvil. Pero la teología, no.
La mentalidad dinámicaconsiste en pensar que hay un fundamento sagrado que es la Escritura y una serie de pilares inconmovibles. Y que nosotros nos movemos entre esos pilares, sobre ese fundamento, bajo la luz del Magisterio. Pero que todo, salvo lo que es de fe, está sujeto a mejora y a cambio. En la Iglesia caben las distintas opiniones, argumentos, la libertad, los nuevos enfoques. La razón es libre para recomponer el edificio teológico cuántas veces quiera y como quiera, mientras se mantenga el Depositum fidei.

En muchos casos, la inmensa mayoría, esas ramificaciones teológicas (de las que antes hablaba) son verdaderas, son expresión de la verdad. En unos pocos casos, esas ramificaciones se han enredado entre sí: tratando de defender unas verdades han entrado en colisión con otras verdades sin darse cuenta.

Conclusión, mi conclusión: El tema matrimonial merece una revisión teológica muy profunda, porque se trata de una institución instrumental, no de un fin en sí mismo. Y hago notar que no niego la indisolubilidad. Pero, en mi opinión, hay campo para emprender esa reflexión eclesial. Dígase lo mismo, respecto a los pecados en material sexual. La sexualidad es una materia sui generis dentro del campo moral. No estoy afirmando que lo que era pecado ya no lo es, ni que todos los libros de moral estén equivocados. No estoy diciendo eso. Pero ciertamente cabe un cambio de enfoque, un cambio general del marco teórico con el que hemos abordado toda esta materia.


En fin, me despido de ti Néstor, encantado de haber dialogado contigo y defendiendo tu derecho a que no estés de acuerdo con mi postura. Tú y yo tenemos la misma fe y ambos somos ortodoxos, no tengo la menor duda. 

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06:16

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