Macron está empeñado en conciliar los contrarios. Posiblemente es la mejor táctica para conseguir los votos necesarios para ser inquilino del Elíseo el próximo mayo. No se presenta como de centro, tal vez porque ningún centrista llegó hasta ahora a la presidencia de la República.
Pero, desde que entró a formar parte del gobierno de François Hollande, con Manuel Valls como primer ministro, se ha definido y ha actuado de un modo singular, muy probablemente con la vista en su futuro presidencial.
En 2014 no era diputado, algo que se considera habitualmente un hándicap para ser nombrado ministro. Pero Valls se empeñó, y Hollande aceptó como responsable del área económica de su ejecutivo a un antiguo alto funcionario, que había trabajado en la banca Rothschild: no dejaba de ser algo provocativo para la mayoría izquierdista de la Asamblea Nacional.
Pero había sido ya vicesecretario general del Elíseo, puesto desde el que trabajó a fondo por algunos objetivos moderados de Hollande, como los pactos de competitividad y de responsabilidad, mejor acogidos por las empresas que por los sindicatos. Entre las muchas reacciones críticas a su nombramiento, se desmarcó la ironía de Alain Minc, uno de sus antiguos mentores: “La política es la heredera única del surrealismo”.
Su biografía coincide con la de muchos protagonistas de la vida pública francesa: colegio católico en Amiens, liceo Henri IV de París, Sciences Po, ENA (escuela de formación de altos funcionarios), inspector de Hacienda, ejecutivo en banca... Prototipo de hombre brillante, muy trabajador, con capacidad de expresión y buena retórica, atento en el trato con los demás. Sobre todo, joven (39 años).
Un rasgo muy excepcional: su matrimonio. Emmanuel Macron y Brigitte Auzière se enamoraron perdidamente en Amiens, e hicieron realidad lo que sucede a veces sólo en la imaginación: él, al final de la enseñanza secundaria; ella, profesora de francés, veintitantos años mayor, madre de tres hijos. Las familias de ambos trataron de evitar esa relación, y el alumno marchó a París para hacer el curso terminal, apoyado por sus padres, que confiaban en que así se apagaría la tensión. Pero prometió a Brigitte volver y casarse con ella, aún no divorciada.
Hombre de acción
A lo largo de su vida, Emmanuel Macron ha mostrado un gran pragmatismo ante la vida económica y financiera. Sus dos grandes inspiradores fuera de las aulas han sido, según algunas fuentes, Michel Rocard –renovador intelectual del socialismo francés y primer ministro de 1988 a1991– y Jacques Attali –presidente del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, y consejero especial de François Mitterrand–. En la política, se sumó a las huestes de François Hollande a finales de 2008, cuando los analistas concedían más futuro a otros líderes socialistas. Macron arriesgó, con fortuna. Como arriesgó luego al dejar el ejecutivo sin pedir nada a cambio, crear su propio movimiento, En marche!, y presentar su candidatura a la presidencia sin haber pasado por la criba de las primarias socialistas.
Desde el gobierno impulsó leyes desreguladoras de la vida económica y laboral, con escándalo de la izquierda socialista, que las consideraban traición a sus principios, aunque en cierto modo reflejaban exigencias comunes más o menos impuestas desde Bruselas. Algo de eso le correspondió tramitar en España a José Luis Rodríguez Zapatero, bien a su pesar, y antes de las mínimas reformas de Mariano Rajoy. En el caso de Macron, respondía a su modo de entender la racionalidad económica en términos de eficacia.
De entre las muchas cosas publicadas esta última temporada sobre Macron, quizá la más expresiva de su mentalidad conciliadora de contrarios sea la entrevista aparecida en Le Monde del 4 de abril. El diario de París arriesgó también mucho, pues esa conversación deja la impresión en el lector de un ejercicio de relaciones públicas demasiado favorable al entrevistado.
Ciertamente, Macron no es el candidato del PS, pero de ahí a presentarse como un outsider (así dice de sí mismo en la entrevista) hay mucho trecho político y excesiva retórica. Resulta ineludible pensar en la búsqueda del apoyo de votantes desilusionados con la política tradicional (como si pudiera olvidarse que apenas la dejó hace un año). Desde luego, parece desfachatez afirmar rotundamente: “No estoy en el sistema desde hace treinta años”. Tampoco en la tecnoestructura, que conoce bien, pero ha abandonado... Forja una imagen tan alejada de François Hollande –al que afirma respetar personal e institucionalmente– como del sistema bancario o las altas finanzas.
Metas ambiciosas con soluciones ambiguas
Como candidato a la presidencia de la República francesa, Macron pone el énfasis en grandes objetivos, con los que muchos pueden estar de acuerdo, aunque le falta precisión y le sobra ambigüedad ante cuestiones más concretas a corto y medio plazo. Subraya mucho, por eso, la responsabilidad del largo plazo. Y suele endosar la negatividad a sus oponentes, incluso simplificando excesivamente las posiciones contrarias.
Se presenta como patriota, pero rechaza los males del nacionalismo tal como los propone el Frente Nacional de Marine Le Pen. Desde luego, se muestra claramente pro-Europa, uno de sus pocos aspectos sin fisuras.
Para sustentar una imagen de progresismo no radical, agudiza las diferencias con los extremismos a la izquierda y a la derecha. Sin decirlo expresamente, se sitúa en un centro a modo de cima sobre el resto de los contendientes. Por supuesto, admite que existan diversas sensibilidades en su movimiento En marche!
El propio nombre del movimiento indica quizá el planteamiento más de fondo de su actitud práctica: sacar a Francia de cierto estancamiento, con mente abierta y espíritu de conquista, frente al cierre propio de quienes adoptarían posturas a la defensiva.
Con ese fin, deberá perfilar sus propuestas, más allá de promover reformas económicas y sociales necesarias, o renovar y fortalecer el sistema educativo, o favorecer la igualdad.
Grandes cuestiones y enfoques personales
Macron promete refundar los actuales equilibrios sociales y políticos, por ejemplo, en materia de pensiones (ir a un sistema único, sin privilegios sectoriales), en la educación (no es mera cuestión de número de enseñantes, pero sí parece de inversiones), en el fomento del empleo y la indispensable formación profesional. Se trata de grandes líneas, que pueden suscitar adhesiones, incluso entre los sindicatos, también por el ascenso de la CFDT, la central más dialogante. Pero habrá que ver su reacción ante propuestas en materia de derecho del trabajo, que, lejos de ajustes marginales, irían a una profunda transformación que acerque lo más posible a empresas y trabajadores la negociación de las condiciones laborales.
A diferencia de Hollande, no pretende ser un “presidente normal”: “Tengo la intención de ser un presidente que preside; un presidente comprometido, no un presidente de lo anecdótico, con decisiones tomadas de forma rápida, bloques de trabajo prioritarios, con un gobierno que gobierna. Quiero pasar dos páginas. La página de los últimos cinco años y la página de los últimos veinte años”. Y, por supuesto, “un presidente garante del largo plazo, de las instituciones”.
No faltan interpretaciones que asocian los criterios de Emmanuel Macron al modelo de Estado del bienestar de los países escandinavos, sobre todo, por su énfasis en el desarrollo de la formación profesional, la creación de un único sistema de pensiones y la acepción de grandes principios de flexiseguridad. Pero no parece fácil incorporar ese modelo a una sociedad tan distinta como la francesa, más propicia a la continuidad que a la innovación: una sociedad que invoca en todo la igualdad, pero asiste al avance de las desigualdades, ya desde el sistema educativo.
La principal crítica que recibe Macron, a mi juicio, es la ambigüedad de sus propuestas. Se defiende aludiendo a la complejidad de los problemas. Pero me parecen significativas sus respuestas sobre la crisis de Siria, tras la acusación de un nuevo empleo de armas químicas. Apoya la intervención militar para castigar al presidente Assad, “si se demuestra su responsabilidad”. Obviamente, deberá operar “bajo los auspicios de la ONU”, cosa imposible por el veto de Rusia. No obstante, hay que seguir hablando con Rusia, aunque esté lejos de los valores y preferencias de Francia. En cuanto a la transición política, aboga por la destitución de Assad, pero “no al precio de la inestabilidad” en el país, de acuerdo con el penoso precedente de Libia.
El gran objetivo: movilizar la sociedad civil
A modo de síntesis, el candidato refleja un voluntarismo envuelto en grandes palabras, como el propio nombre de su movimiento o el título de su libro programático (Revolución). Lo importante no serían tanto fines bien perfilados, sino moverse y poner medios hacia grandes transformaciones sociales. No es sólo retórica –ni mera cosmética de relatos precedentes–, porque aborda el objetivo de relanzar la vida de Francia en la actual coyuntura. Por eso suscita esperanza entre los ciudadanos, con demasiada frecuencia imbuidos de un pesimismo crítico que, para muchos, forma parte de la idiosincrasia nacional.
Más allá de la falta de confianza en los dirigentes, el problema estaría en la propia sociedad francesa, que acepta excesivos bloqueos, frente a la necesidad de apertura y superación de barreras. Existe demasiado proteccionismo –no sólo económico–, y exceso de regulaciones, que dificultan la innovación y el despliegue del talento. Pero no queda claro cómo fomentará Macron la meritocracia cuando una de las bases de la República francesa es la igualdad. Salvo que acepte las tesis de la tercera vía, o el análisis clásico de Alexis de Tocqueville, que señaló el papel fundamental de la movilidad social en la democracia, en cuanto proceso de igualdad no en las posiciones (igualitarismo), sino en las condiciones: en la apertura para todos de la posibilidad de acceder a cualquier posición.
Por otra parte, el liberalismo de fondo del macronismo está particularmente presente en las cuestiones vitales o familiares, donde no se prevén cambios, sino más bien consolidación de las políticas vigentes.
Dentro del deseo central por la movilidad, señala que contará en su futuro gobierno con personas procedentes de la sociedad civil, prestigiosas en el sector correspondiente. Se inspirará en ideas como capacidad de innovación, pluralismo político, honestidad y paridad, dentro de la adhesión a su proyecto. Sobre todo, pluralismo, pues querría reconciliar a familias políticas que comparten los mismos valores: socialdemocracia, ecologismo razonable y europeísta, centro, centro-derecha, gaullismo social, derecha también social y europea. Prácticamente sólo queda fuera de su perspectiva la izquierda radical y la extrema derecha. Al modo de una new age de la política.
En fin, fiel a sí mismo, Emmanuel Macron apuesta al todo o nada: no será candidato a las elecciones generales, en caso de derrota en la presidencial. Pero no abandonará durante cierto tiempo su presencia en la vida política, como presidente de En marche! Desde ahí apoyará a los candidatos de las diversas circunscripciones a la Asamblea Nacional.
Se impone, pues, esperar al 23 de abril, para conocer la opinión real de los ciudadanos franceses, no siempre coincidente con los resultados de los sondeos.
Salvador Bernal
aceprensa
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