“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo”. (Lc 4,1-13)
Abrimos el camino de la Cuaresma con la escena de la Tentación de Jesús.
La Cuaresma es camino hacia la Pascua.
La Cuaresma es camino hacia lo nuevo.
La Cuaresma es camino hacia la libertad.
Pero el camino hacia lo nuevo y la libertad:
No es un camino fácil. No es un camino de autopista sino empedrado.
Todo lo que vale es costoso.
Como dice el refrán: “lo barato termina siendo caro”.
Esa fue la historia del pueblo saliendo de la esclavitud camino de la libertad.
El desierto ya es de por sí difícil. Es duro caminar sobre el cemento o el asfalto.
Pero más difícil es caminar por la arena.
Por eso el camino del pueblo tuvo que pagar cara su libertad.
Hubo tentaciones de regreso a los ajos y cebollas de Egipto.
Hubo protestas contra los que lo sacaron de Egipto.
Incluso hubo protestas contra Dios.
Jesús quiere hacer la experiencia de su pueblo:
Del de entonces y del Pueblo de Dios hoy.
Tres tentaciones que tienen raíces más profundas dentro de nosotros:
Manipulación de Dios a nuestros gustos e intereses.
Tentación de que Dios haga las cosas por nosotros.
Tentación de que Dios dé de comer al hambriento en vez de meter nosotros la mano al bolsillo.
Tentación de poder. Hacer dueños de todo. Dejar las migajas para los demás.
Tentación de ser admirados y tenidos por grandes.
Nos gusta el pedestal que nos haga más visibles y admirados.
Tentaciones que pueden reducirse a una sola:
Desviarnos del camino.
Desviarnos de la verdad.
Desviarnos de la libertad.
Desviarnos de los planes de Dios.
Hacer lo que hacen todos.
Querer lo que quieren todos.
No importa sacrificar la libertad con tal de lograr nuestros intereses.
No nos importan nuestras esclavitudes con tal de hacer lo que nosotros queremos.
¿Alguien se siente libre de estas tentaciones?
No se trata de esas tentaciones de un mal pensamiento.
Ni de una mentira “piadosa”.
Ni se trata de esa mentira “para salir del paso”.
Se trata de algo mucho más radical:
Se trata de ser o no ser.
Se trata de vivir o morir.
Se trata de realizarnos o quedarnos achatados.
Se trata de aceptar y vivir nuestro bautismo o dejarlo en el registro del recuerdo parroquial.
¿Alguien se siente libre de la tentación de utilizar a Dios a su servicio?
¿Alguien se siente libre de de culpar a Dios de lo malo que hacemos nosotros mismos?
¿Alguien se siente libre de acaparar y olvidarse de los demás?
¿Alguien se siente libre de las ansias de poder, que no sea sino el poder en familia?
¿Alguien se siente libre de las ansias de ser tenido por grande y admirado?
El nacimiento del niño necesita nueve meses de gestación y un parto doloroso.
Nuestro nacimiento pascual necesita de un largo camino.
Pero, a veces preferimos, los ajos y cebollas de nuestra vida, a la nueva vida pascual.
Por eso, Jesús comienza la Cuaresma experimentando nuestras tentaciones.
Para animarnos y que no nos desalentemos en el camino.
Para decirnos que nosotros podemos cambiar y el mundo también.
Para decirnos que no nos dejemos engañar por quienes nos ofrecen lo fácil que no lleva a ninguna parte.
Para decirnos que es preciso mirar adelante y no atrás.
Para decirnos que sí es posible y que la esperanza es posible.
Para decirnos que el desierto y las luchas son largas, pero no son el final.
Que el fondo del túnel alumbra el sol de la mañana de de Pascua.
Clemente Sobrado C. P.
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