Homilía para el primer domingo de Cuaresma ciclo C
Este Evangelio nos narra lo que llamamos las «tentaciones de Jesús» en el desierto.
Cada uno de los tres evangelios sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas mencionan en el inicio de la vida pública de Jesús después de su bautismo por Juan, en el río Jordán, las tentaciones a las que fue sometido. En Marcos, que es probablemente el texto más antiguo, se reduce a dos versículos simplemente dice que Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, fue tentado durante cuarenta días. Que Él estaba entre las fieras, y los ángeles le servían. En los otros dos Evangelios la historia se amplifica, algo dramatizada, y tres tentaciones específicas se mencionan en Mateo y Lucas.
Si tratamos de entender el relato evangélico como historia, según las ciencias positivas, o pensamos que es sólo una creación literaria, sin ningún correlato con la realidad y nos detenemos en las diferencias y detalles, nos privamos de entender el serio y grave mensaje que anuncia. Es un relato altamente simbólico, lo esencial está también en la brevedad de Marcos. En el momento de su bautismo Jesús es manifestado en su misión de Mesías. El Espíritu desciende sobre él y lo conduce al desierto, es decir, al corazón de su misión. Él tiene que ser Mesías en medio de un pueblo dónde vivia sin distinguirse, su vida de carpintero. La pregunta que está atrás de las tentaciones es si de verdad Jesús se identifica, en cuanto hombre, con su ser y su misión.
Fácilmente estamos inducidos al error de identificar la palabra tentación con la palabra prueba peiráxo, dice en griego, probar, que en su primera acepción significa: probar hacer algo. El problema está en que cuando hablamos de tentación pensamos enseguida en aquellas cosas que nos llevan a hacer el mal. Evidentemente este no es el sentido de la palabra griega utilizada por el autor bíblico. El sustantivo griego peirasmós, y el verbo correspondiente son utilizados con frecuencia en el Antiguo y Nuevo Testamento; y como hemos indicado, su primer sentido, es exploración, tentativa, decíamos probar. Esto es para verificar cuanta fuerza tiene alguien, que resistencia, que tenacidad para ser y hacer. En la Sagrada Escritura la palabra se refiere a una prueba, como por ejemplo, Job que fue sometido a la prueba para verificar su fidelidad a Dios. Y finalmente la palabra significa también lo que nosotros llamamos hoy día tentación: aquello que nos sugiere hacer el mal.
Para comprender esta página a la luz de todo el Evangelio de Lucas debemos tener en cuenta una pequeña frase que él pone en boca de Jesús al final de su Evangelio, durante su última cena con los Discípulos, Jesús les dice: “Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas”. (Luc. 22, 28).
Las pruebas descriptas por Lucas en esta perícopa son anticipo de todo lo que Jesús deberá enfrentar en sus años de vida pública. Y el Evangelio ya mira más lejos, comprende también una reflexión teológica sobre las pruebas, los peligros, las tentaciones a las cuales serán sometidos los discípulos de Jesús después de su muerte, están expuestas en definitiva las tentaciones que sufrirá su Iglesia a través de los siglos.
Se percibe en el relato fácilmente las preocupaciones propias de Lucas. Así por ejemplo, en el texto de Mateo, el demonio muestra a Jesús todos los reinos de la tierra y su gloria y le dice: “Si tú te postras para adorarme yo te los daré”. En Lucas, el demonio es mucho más preciso, él dice: “Yo te daré todo este poder (exousían) y toda la gloria (dóxan) de estos reinos, porque me han sido entregados y yo los doy a quien quiero”. En efecto, para Lucas el “poder” y la “gloria” son cosas diabólicas. (Ven porque digo que Dios no se mete en los gobiernos, que depende de la honestidad de las personas, no de las estructuras).
Las tres pruebas o tentaciones descritas por este Evangelio representan todas las tentaciones a las que individual o colectivamente, sea como Iglesia, sea como sociedad, estamos expuestos. La tentación de dejarnos dominar sea por el atractivo de los placeres sensibles, sea por el atractivo de los honores, o de renunciar a nuestras propias responsabilidades contando con que Dios se ocupará de nosotros y reparará nuestros errores, nuestra pereza o nuestra imprudencia.
La respuesta divina, en cada caso es una llamado a la responsabilidad personal. Aquí sí que debemos ver no lo que Dios tiene que hacer, sino más bien lo que nosotros debemos hacer. La primera respuesta es un llamado a vivir en plenitud –el hombre no vive solamente de pan– y lo importante no es sólo alimentar el cuerpo; la segunda respuesta es un llamado a no postrarse y no ser esclavos de nada, ni de nadie más que de Dios; y la tercera es un llamado a asumir las responsabilidades más que a contar con intervenciones extraordinarias de Dios en nuestra vida, son posibles, pero no reemplazan nuestra responsabilidad.
Finalmente podemos señalar que Lucas es un buen escritor, sabe comenzar y cerrar un escrito, pone hábil e implícitamente en labios de Jesús, al final de su diálogo con el demonio, una afirmación de su divinidad. En efecto, al principio dice que Jesús fue puesto a prueba por el demonio y termina diciendo Jesús: “Tu no tentarás al Señor tu Dios”.
El demonio debe esperar al momento oportuno (Kairou), el momento fijado, la hora de Jesús, la hora de su Pasión y muerte, dónde las fuerzas del mal parecerán vencer, esperando la mañana de la Resurrección.
Decía el papa emérito Benedicto XVI, unos días antes de que se haga efectiva su renuncia: “¿Cuál es el núcleo de las tres tentaciones que sufrió Jesús? Es la propuesta de manipular a Dios, para usarlo para sus propios intereses, para su propia gloria y para su éxito. Así que, en esencia, es ponerse en el lugar de Dios, sacándolo de su existencia y haciéndolo parecer superfluo. Todo el mundo debe entonces preguntarse: ¿cuál es el papel de Dios en mi vida? ¿Él es el Señor o yo? Superar la tentación de someter a Dios a sí mismo y a sus propios intereses o para ponerlo en una esquina y convertirse en el orden adecuado de prioridades, para dar a Dios el primer lugar, se trata de un camino que todo cristiano debe recorrer una y otra vez. “Conversión”, una invitación que vamos a escuchar muchas veces en la Cuaresma significa seguir a Jesús en su Evangelio para que pueda guiar la vida real, significa dejar que Dios nos transforme, dejar de pensar que somos los únicos productores de nuestra existencia, significa reconocer que somos criaturas que dependemos de Dios, de su amor, y sólo “perdiendo” nuestra vida en él podemos ganarla. Para ello es necesario tomar nuestras decisiones a la luz de la Palabra de Dios. Hoy en día no se puede ser cristiano como una simple consecuencia del hecho de que vivimos en una sociedad que tiene raíces cristianas: también quien proviene de una familia cristiana, y se educó religiosamente debe, cada día, renovar la elección de ser cristiano, que es darle a Dios el primer lugar, de frente a la tentación que una cultura secularizada le sugiere todo el tiempo, de frente al juicio crítico de muchos de sus contemporáneos.”
Que María nuestra Madre, en este año de la Misericordia, nos enseñe a mirar a Jesús ante cada prueba de la vida, para que Dios tenga siempre el primer lugar, solo así veremos colmadas nuestra ansia de ser queridos, de tener alegría de sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás, viviendo la fe en el servicio y la atención de quién lo necesita como nos recuerda constantemente el papa Francisco. Recemos por el viaje del Santo Padre a México y por sus frutos.
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