13 de febrero.

Caravaggio. Esta gran pintura se encuentra en la Iglesia de San Luis de los Franceses, en Roma. Posee sutiles matices que no pasan desapercibidos, como el haz de luz que entra por una ventana alta y libera de la penumbra a los personajes. Una ventana que no se ve y que está colocada en la misma dirección en que entra la luz natural en la capilla y cuya marca en la pared parece indicar a quién se dirige Cristo, estableciendo al tiempo una parte superior iluminada y otra inferior en penumbra. De igual manera, la contraventana del fondo, colocada en escorzo, establece dos zonas diferenciadas de sombras y luz, convirtiéndose en una metáfora de la vida de Leví antes de ser elegido por Jesús y su nueva vida como el apóstol Mateo. La escena principal reproduce un ambiente casi tabernario y subterráneo, con un grupo de personas anacrónicamente vestidas a la moda de la época en se hace la pintura, mientras Cristo y Pedro lucen una indumentaria bíblica que podría calificarse de intemporal. Los personajes representan ciudadanos romanos comunes, sin ningún tipo de idealización y de distintas edades que oscilan desde la madurez de Mateo y el personaje que está a su lado con lentes a la juventud de los otros tres, uno de ellos casi un niño con aspecto asustado. Predomina un ambiente intimista en el que el pintor permite participar al espectador, sugiriendo que con Cristo llega la luz y rescata a Mateo de su preocupación por el dinero, todo ello sugerido por el lenguaje de las manos y los gestos que definen distintas reacciones humanas. Mateo al ser señalado duda y pregunta a Cristo si se refiere a él, dos jóvenes muestran sorpresa al escuchar las palabras y otros dos ignoran a Jesús concentrados en el recuento del dinero, estableciéndose un contrapunto, una colisión, entre el ambiente mundano de Leví, rodeado de personajes lujosamente vestidos y armados, y la austeridad de Jesús y Pedro, que incluso caminan con los pies descalzos. No es arbitraria la colocación de Pedro entre Cristo y los hombres, representando a la Iglesia Católica y su papel mediador entre lo divino y lo humano, de modo que sobre la escena domina una alusión velada a la salvación y la vía para conseguirla repitiendo los gestos instituidos por Cristo, es decir, los sacramentos, aquellos que fueron rechazados por los luteranos y que la Iglesia reafirmó en el Concilio de Trento. Avala esta interpretación el hecho de que las radiografías realizadas a la pintura revelen que en principio no estaba incluida la figura de Pedro, realizando Caravaggio la modificación sobre la marcha. En esta obra Caravaggio se decanta decididamente por la técnica tenebrista, creando un nuevo estilo, como recurso para no distraer la atención con elementos pintorescos o paisajes y concentrar el interés en las reacciones humanas, expresadas con un fuerte realismo y por personajes verosímiles, incluso humildes, alejados del antinaturalismo de los manieristas, sirviéndose de la luz para liberar de las tinieblas todo aquello que le interesa destacar en cada narración, estableciendo un fuerte contraste entre las zonas oscuras y los colores vivos e intensos, siempre sin precisar los contornos y a través de sutiles manchas de color. Asimismo la profundidad de su pintura no se basa en una rigurosa perspectiva lineal, sino a través de una estudiada composición de líneas convergentes, diagonales, series de escorzos y primeros planos resaltados por los juegos de luz, recursos con los que llega a establecer una profundidad que sugiere efectos atmosféricos. La belleza de la pintura radica en la absoluta naturalidad del momento representado, aunque la auténtica intención sea plasmar el mensaje espiritual de cómo Jesús entra en la vida de Mateo como un rayo de luz y le libera de las tinieblas. Con esta obra Caravaggio inició su andadura por el tenebrismo, una técnica en la que, aunque no fuera su auténtico creador, sí se convirtió en su principal seña de identidad hasta llegar a convertirse en su representante por excelencia, dando lugar a un efectista uso de la luz que fue seguido por una multitud de pintores barrocos en toda Europa. La mayoría hasta ahora sostiene que Mateo es el joven del sobrero de pluma que está de frente, aunque ahora nuevos estudios dicen que es el joven que está en la punta de la mesa, frente a Cristo, mirando la recaudación.

Caravaggio. Esta gran pintura se encuentra en la Iglesia de San Luis de los Franceses, en Roma. Posee sutiles matices que no pasan desapercibidos, como el haz de luz que entra por una ventana alta y libera de la penumbra a los personajes. Una ventana que no se ve y que está colocada en la misma dirección en que entra la luz natural en la capilla y cuya marca en la pared parece indicar a quién se dirige Cristo, estableciendo al tiempo una parte superior iluminada y otra inferior en penumbra. De igual manera, la contraventana del fondo, colocada en escorzo, establece dos zonas diferenciadas de sombras y luz, convirtiéndose en una metáfora de la vida de Leví antes de ser elegido por Jesús y su nueva vida como el apóstol Mateo.
La escena principal reproduce un ambiente casi tabernario y subterráneo, con un grupo de personas anacrónicamente vestidas a la moda de la época en se hace la pintura, mientras Cristo y Pedro lucen una indumentaria bíblica que podría calificarse de intemporal. Los personajes representan ciudadanos romanos comunes, sin ningún tipo de idealización y de distintas edades que oscilan desde la madurez de Mateo y el personaje que está a su lado con lentes a la juventud de los otros tres, uno de ellos casi un niño con aspecto asustado. Predomina un ambiente intimista en el que el pintor permite participar al espectador, sugiriendo que con Cristo llega la luz y rescata a Mateo de su preocupación por el dinero, todo ello sugerido por el lenguaje de las manos y los gestos que definen distintas reacciones humanas. Mateo al ser señalado duda y pregunta a Cristo si se refiere a él, dos jóvenes muestran sorpresa al escuchar las palabras y otros dos ignoran a Jesús concentrados en el recuento del dinero, estableciéndose un contrapunto, una colisión, entre el ambiente mundano de Leví, rodeado de personajes lujosamente vestidos y armados, y la austeridad de Jesús y Pedro, que incluso caminan con los pies descalzos.
No es arbitraria la colocación de Pedro entre Cristo y los hombres, representando a la Iglesia Católica y su papel mediador entre lo divino y lo humano, de modo que sobre la escena domina una alusión velada a la salvación y la vía para conseguirla repitiendo los gestos instituidos por Cristo, es decir, los sacramentos, aquellos que fueron rechazados por los luteranos y que la Iglesia reafirmó en el Concilio de Trento. Avala esta interpretación el hecho de que las radiografías realizadas a la pintura revelen que en principio no estaba incluida la figura de Pedro, realizando Caravaggio la modificación sobre la marcha.
En esta obra Caravaggio se decanta decididamente por la técnica tenebrista, creando un nuevo estilo, como recurso para no distraer la atención con elementos pintorescos o paisajes y concentrar el interés en las reacciones humanas, expresadas con un fuerte realismo y por personajes verosímiles, incluso humildes, alejados del antinaturalismo de los manieristas, sirviéndose de la luz para liberar de las tinieblas todo aquello que le interesa destacar en cada narración, estableciendo un fuerte contraste entre las zonas oscuras y los colores vivos e intensos, siempre sin precisar los contornos y a través de sutiles manchas de color. Asimismo la profundidad de su pintura no se basa en una rigurosa perspectiva lineal, sino a través de una estudiada composición de líneas convergentes, diagonales, series de escorzos y primeros planos resaltados por los juegos de luz, recursos con los que llega a establecer una profundidad que sugiere efectos atmosféricos. La belleza de la pintura radica en la absoluta naturalidad del momento representado, aunque la auténtica intención sea plasmar el mensaje espiritual de cómo Jesús entra en la vida de Mateo como un rayo de luz y le libera de las tinieblas. Con esta obra Caravaggio inició su andadura por el tenebrismo, una técnica en la que, aunque no fuera su auténtico creador, sí se convirtió en su principal seña de identidad hasta llegar a convertirse en su representante por excelencia, dando lugar a un efectista uso de la luz que fue seguido por una multitud de pintores barrocos en toda Europa. La mayoría hasta ahora sostiene que Mateo es el joven del sobrero de pluma que está de frente, aunque ahora nuevos estudios dicen que es el joven que está en la punta de la mesa, frente a Cristo, mirando la recaudación.

SÁBADO DE CENIZA

Libro de Isaías 58,9-14.

Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: “¡Aquí estoy!”. Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan. Reconstruirás las ruinas antiguas, restaurarás los cimientos seculares, y te llamarán “Reparador de brechas”, “Restaurador de moradas en ruinas”. Si dejas de pisotear el sábado, de hacer tus negocios en mi día santo; si llamas al sábado “Delicioso” y al día santo del Señor “Honorable”; si lo honras absteniéndote de traficar, de entregarte a tus negocios y de hablar ociosamente, entonces te deleitarás en el Señor; yo te haré cabalgar sobre las alturas del país y te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, porque ha hablado la boca del Señor.

Salmo 86,1-6.

Oración de David. Inclina tu oído, Señor, respóndeme, porque soy pobre y miserable;
protégeme, porque soy uno de tus fieles, salva a tu servidor que en ti confía.
Tú eres mi Dios: ten piedad de mí, Señor, porque te invoco todo el día;
reconforta el ánimo de tu servidor, porque a ti, Señor, elevo mi alma.
Tú, Señor, eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquellos que te invocan:
¡atiende, Señor, a mi plegaria, escucha la voz de mi súplica!

Evangelio según San Lucas 5,27-32.

Después Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: “¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?”. Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan”.
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Seguimos escuchando lecturas del profeta Isaias que nos enseñan cuáles son los caminos de Dios, qué es lo que él quiere de nosotros en esta Cuaresma.

Si ayer era el ayuno el que se relativizaba, para que fuera acompañado de obras de caridad, hoy es la observancia del sábado, otro de los puntos fuertes de los judíos, y que aquí aparece alabado, pero en un marco más amplio de vida de fe.

Se alaba lo que se hacía en este día del sábado: abstenerse de viajes, consagrar el día a la gloria de Dios, no tratar los propios negocios. O sea, que «el sábado sea tu delicia», o bien, que «el Señor sea tu delicia».

Pero esto lo sitúa el profeta en un contexto de otras actitudes que vuelven a incidir en la caridad fraterna y en la justicia social: desterrar la opresión y la maledicencia, partir el pan con el hambriento. Entonces sí, «brillará tu luz en las tinieblas y el Señor te dará reposo permanente» y te llamarán «reparador de brechas».

«Enséñame tus caminos». Siempre estamos aprendiendo. Es la invocación que cantamos en el salmo responsorial de hoy, pidiéndole que nos escuche y tenga misericordia de nosotros. Porque somos débiles y no acabamos nunca de entrar en el camino de la Pascua y de convertirnos a ella.

La llamada del publicano Mateo para el oficio de apóstol tiene tres perspectivas: Jesús que le llama, él que lo deja todo y le sigue, y los fariseos que murmuran.

Jesús se atreve a llamar como apóstol suyo nada menos que a un publicano: un recaudador de impuestos para los romanos, la potencia ocupante, una persona mal vista, un «pecador» en la concepción social de un israelita de ese tiempo.

Mateo, por su parte, no lo duda. Lo deja todo, se levanta y le sigue. El voto de confianza que le ha dado Jesús no ha sido desperdiciado. Mateo será, no sólo apóstol, sino uno de los evangelistas: con su libro, que leemos tantas veces, ha anunciado la Buena Nueva de Jesús a generaciones y generaciones.

Pero los fariseos murmuran: «come y bebe con publicanos y pecadores». «Comer y beber con» es expresión de que se acepta a una persona. Estos fariseos se portan exactamente igual que el hermano mayor del hijo pródigo, que protestaba porque su padre le había perdonado tan fácilmente.

La lección de Jesús no se hace esperar: «no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan». «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos».

a) Lo que el profeta dice con respecto al sábado -hay que observarlo, pero con un estilo de vida que supone bastantes más cosas- se nos dice hoy a nosotros con respecto a la Cuaresma. No se trata sólo de unos pocos retoques exteriores en la liturgia o en el régimen de comida. Sino de un estilo nuevo de vida. En concreto, una actitud distinta en nuestra relación con el prójimo, que es el terreno donde más nos duele.

Lo que Isaías pedía a los creyentes hace dos mil quinientos años sigue siendo válido también hoy:

– desterrar los gestos amenazadores: palabras agresivas, caras agrias, manos levantadas contra el hermano;

– desterrar la maledicencia: no sólo la calumnia, sino el hablar mal de los demás propalando sus defectos o fallos;

– partir el pan con el que no tiene, saciar el estómago del indigente.

Tenemos múltiples ocasiones para ejercitar estas consignas en la vida de cada día, sobre todo en este año de la Misericordia. No vale protestar de las injusticias que se cometen en Siria o en Ruanda, o del hambre que pasan en Etiopia o en Haití, si nosotros mismos en casa, o en la comunidad, ejercemos sutilmente el racismo o la discriminación y nos inhibimos cuando vemos a alguien que necesita nuestra ayuda. ¿Qué cara ponemos a los que viven cerca de nosotros? ¿no cometemos injusticias con ellos? ¿les echamos una mano cuando hace falta? Sería mucho más cómodo que las lecturas de Cuaresma nos invitaran sólo a rezar más o a hacer alguna limosna extra. Pero nos piden actitudes de caridad fraterna, que cuestan mucho más.

b) Siguiendo el ejemplo de Jesús, que come en casa del publicano y le llama a ser su apóstol, hoy nos podemos preguntar cuál es nuestra actitud para con los demás: ¿la de Jesús, que cree en Mateo, aunque tenga el oficio que tiene, o la de los fariseos que, satisfechos de sí mismos, juzgan y condenan duramente a los demás, y no quieren mezclarse con los no perfectos, ni perdonan las faltas de los demás?

¿Somos de los que catalogan a las personas en «buenas» y «malas», naturalmente según nuestras medidas o según la mala prensa que puedan tener, y nos encerramos en nuestra condición de perfectos y santos? ¿damos un voto de confianza a los demás? ¿ayudamos a rehabilitarse a los que han caído, o nos mostramos intransigentes? ¿guardamos nuestra buena cara sólo para con los sanos, los simpáticos, los que no nos crean problemas?

Ojalá los que nos conocen nos pudieran llamar, como decía Isaías, «reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas». O sea, que sabemos poner aceite y quitar hierro en los momentos de tensión, interpretar bien, dirigir palabras amables y tender la mano al que lo necesita, y perdonar, y curar al enfermo…

Es un buen campo en el que trabajar durante esta Cuaresma. Haremos bien en pedirle al Señor con el salmo de hoy: «Señor, enséñame tus caminos».


06:34
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