A Rafaela le dieron con la puerta jubilar en las narices

Mira que es poco partidaria de pisar Madrid. Pero no ha quedado más remedio que ir “de médicos” y en eso sus sobrinos son inflexibles. Si hay que ir al médico, se va, y como al final siempre hay que hacer varias cosas, pues se pasa unos días con ellos en la capital, tan tranquila y así se mueve menos.

Afortunadamente, lo del médico, bien. Pequeños controles, una analítica de urgencia, revisión de la boca y hasta gafas nuevas, que, ya que estamos, hay que aprovechar para todas estas cosas.

Perfecto, Rafaela, así que en una semanita todos los objetivos cumplidos. No te quejarás.

Se queja. Ya lo creo que se queja. Porque dice que ella quería haber aprovechado que estaba en Madrid para pasar por la puerta de la misericordia y ganar su particular jubileo. Como anciana y con achaques, no se planteó acudir a la catedral o a alguno de los templos designados jubilares en Madrid, pero sí cumplir con todas las demás condiciones para recibir la indulgencia plenaria: “confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Santo Padre”.

Lo de confesarse yo sé que no lo tiene fácil en el pueblo, porque don Jesús, sin entrar en más detalles, casi no tiene tiempo para sentarse en el confesionario y hay que pescarlo al vuelo y siempre con prisas. Madrid, la parroquia de sus sobrinos, donde además del párroco hay al menos otro sacerdote que ella sepa, es otra cosa. Seguro que encuentra un sacerdote con quien hacer una buena confesión.

No hubo forma. Por las mañanas, la iglesia siempre cerrada. Hay una misa por la tarde los días laborables, y dos los domingos. Una vecina le comentó que a veces confesaban antes de la misa. Perfecto. La primera tarde, media hora antes de misa, Rafaela en la puerta de la iglesia. En la puerta, porque estaba cerrado el templo y ahí no acudía nadie. Faltando diez minutos para la misa apareció el sacerdote a carreras que, por supuesto, no podía confesar porque ya no había tiempo. ¿Oiga, después de misa sería posible? Hoy nada, que tengo una reunión. Pásese un día por el despacho.

Despacho dos días por semana. Una hora cada día. Acudió al despacho. Qué mal me viene hoy… tengo gente. Mejor luego en misa. Pero fue lo mismo. Llegar a carreras y salir más deprisa aún. El tercer día celebró el otro sacerdote. ¿Y usted me podría confesar? No hace falta, mujer. Usted, con su edad, ya no necesita confesarse, ¡qué pecados va a tener!

Pues eso, me decía Rafaela, que no sé para qué hablar tanto de misericordia y de jubileo y de recomendar que nos confesemos si luego pasa lo que pasa. A misa he ido cada tarde, y a comulgar, que cosa grave no tengo. He rezado el credo y también por el santo padre. Pero me he vuelto al pueblo sin confesar. Así que a mí se me ha cerrado la puerta jubilar. Y no te creas que ha sido algo aislado, que en la parroquia de mi hermana me pasó algo parecido otra vez.

Si os tomáis en serio lo de la misericordia y la puerta santa, lo que hay que hacer, antes de nada, es que funcione lo ordinario, es decir, que en cada parroquia se pueda ir a misa sin sustos, confesar, recibir atención espiritual, atención los pobres. Y cuando esto funcione, se pueden empezar los gestos extraordinarios como los jubileos. ¿De qué me sirve a mí un año jubilar si luego no encuentro un cura que me confiese?

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06:19

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