DÍA 9 DE ENERO
1. Juan, en su carta, no se cansa de repetirnos las mismas ideas. Por tanto, nosotros no deberíamos cansarnos de escucharlas y tratar de que impregnen nuestra vida.
Ante todo, en relación con Dios. Conocemos su amor, creemos en Jesús y así llegamos a la comunión de vida con él, que es la meta de toda la carta: «hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él», «quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios». El amor de Dios lo hemos conocido en que «nos envió a su Hijo como Salvador del mundo» y además en que «nos ha dado de su Espíritu».
El amor hace que en nuestra vida ya no exista el temor o la desconfianza. Si vivimos en el amor que nos comunica Dios, ya no tendremos miedo al día del juicio, ya que es nuestro Padre y hemos nacido de él, y actuaremos en nuestra vida como hijos, que no se mueven por miedo sino por amor.
Pero del amor de Dios sacamos una vez más la conclusión de nuestro amor fraterno: «si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud». «Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él». Realmente, cada frase de la página tiene una densidad y un mensaje que puede cuestionar nuestras seguridades y llenar de sentido nuestra visión de la vida.
2. Después del milagro de los panes, Jesús ofrece otra manifestación de su misión calmando la tempestad.
Los discípulos van de sorpresa en sorpresa. No acaban de entender lo que pasó con los panes, y en seguida son testigos de cómo Jesús camina sobre las aguas, sube a su barca y domina las fuerzas cósmicas haciendo amainar el recio viento del lago.
3. a) La carta de Juan nos anima una vez más a vivir en el amor. Tanto en dirección a Dios como en dirección a nuestros hermanos.
Nadie creerá que es excesiva la insistencia del apóstol, porque somos conscientes de que necesitamos que nos lo digan muchas veces: es lo que más nos cuesta en la vida.
Si asimiláramos ese amor, nuestra relación con Dios no estaría basada en el miedo o en el interés, sino en nuestra condición de hijos y en nuestra confianza en el Padre, en el Hijo que se ha entregado por nosotros, y en el Espíritu que nos ha sido derramado en nuestro corazón y que nos hace decir: Abbá, Padre.
Si asimiláramos un poco más ese amor, nuestra relación con el prójimo estaría impregnada de una actitud de comprensión, de entrega. No sólo cuando las personas son amables y simpáticas, sino también cuando lo son un poco menos. Porque el motivo de nuestro amor no son las ventajas o el gusto que encontramos al amar (eso sería amarnos a nosotros mismos en los demás), sino como respuesta al amor que a todos nos ha regalado gratuitamente Dios, y que se ha manifestado de modo entrañable en estas fiestas de Navidad. Por eso la gente que no celebra la Navidad porque está triste o perdió algo o a alguien nunca entiende el núcleo de esta celebración cristiana, y por tanto no aprende esta lección.
b) En nuestra vida también pasamos a veces por el miedo que experimentaron aquella noche los discípulos, a pesar de ser pescadores avezados. A nuestra barca particular, y también a la barca de la Iglesia, le vienen a veces vientos fuertes en contra, y tenemos miedo de zozobrar. Como para aquellos apóstoles, la paz y la serenidad nos vendrán de que admitamos a Jesús junto a nosotros, en la barca. Y podremos oír que nos dice: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo».
La expresión «no tengáis miedo», que tantas veces aparece dirigida por Yahvé en el A.T. y por Jesús en el N.T. a los llamados a realizar alguna misión, se nos dirige hoy a todos. Es también una de las consignas que el papa san Juan Pablo II repitió en las diversas partes del mundo a unas comunidades cristianas que están a veces asustadas por las dificultades del momento presente.
La invitación a permanecer en el amor, y la seguridad de que Cristo Jesús es el que vence a los vientos más contrarios, nos deben dar las claves para que nuestra vida a lo largo de todo el año esté más impregnada de confianza y alegría.
Mañana con el Bautismo de Jesús empezamos el tiempo ordinario, durante el año, pidamos con María dar los frutos que el Señor espera de nosotros en este año de la Misericordia.
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