“A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba”. (Lc 2,41-52)
Este texto de Lucas, casi nos atreveríamos a titularlo: el adolescente desobediente.
El adolescente que se distancia de sus padres y los obliga a buscarlo angustiados durante tres días.
Nosotros ya hubiésemos dado parte a la Policía.
Humanamente no resulta fácil entender cómo, un niño de doce años, se cuela y se sienta en medio de los maestros de la Ley.
Nos hubiera parecido normal verlo jugando a fútbol con sus demás compañeros.
Nos hubiera parecido normal verlo metido en su collera de amigos.
Pero él allí está, haciendo preguntas y dando respuestas.
Como buen adolescente “hace preguntas”.
La adolescencia es la edad de las preguntas.
Y también él tiene “sus respuestas”.
Por eso, Jesús rompe todos nuestros esquemas mentales.
Y ahí está nuestro problema.
No entenderle.
Y menos todavía cuando dice que “debía estar en la casa de su Padre”.
“Pero ellos no comprendieron lo que quería decir”.
“Su madre conservaba todas todo esto en su corazón”.
Los adultos:
creemos que solo nosotros tenemos la palabra.
creemos que solo nosotros tenemos la verdad.
creemos que solo nosotros podemos preguntar.
creemos que solo nosotros tenemos la respuesta a todo.
Y nos olvidamos:
Que los jóvenes llevan demasiadas preguntas en su corazón.
Que los jóvenes llevan demasiadas interrogantes en su mente y corazón.
Preguntas que piden respuestas.
Preguntas que nosotros no debiéramos eludir como tonterías de la edad.
Preguntas que si nosotros no respondemos buscarán respuesta fuera, en la calle.
Preguntas que, muchas veces no se atreven a hacer, por miedo a nuestras reacciones.
Y no entendemos que:
Pregunta no hecha, se convierte en un problema para ellos.
Pregunta no respondida, se traduce, con frecuencia, en silencio.
Y luego, queremos que ellos nos respondan cuando nosotros les preguntamos.
Y nos lamentamos de que “nuestro hijo no nos diga lo que siente”.
Y nos extrañamos igualmente:
De que los jóvenes nos respondan.
De que los jóvenes nos digan cosas que no nos gustan.
De que los jóvenes se quejen de que con nosotros no se puede hablar.
De que los jóvenes se quejen de que no tienen con quién desahogarse.
Los jóvenes tienen derecho a preguntar.
a que se les aclaren muchas dudas.
a que les escuchemos.
a que no tengamos prisas cuando quieren decirnos algo.
Porque, también ellos:
Tienen muchas cosas que decirnos a los mayores.
Tienen muchas cosas que cuestionar en nosotros los adultos.
Tienen también mucho de verdad.
Y estoy pensando también en la relación de los seglares y la Iglesia.
los seglares tienen demasiadas preguntas que hacer a la Iglesia.
los seglares tienen demasiadas cosas que decir a la Iglesia.
los seglares sienten la voz de Dios en ellos.
los seglares tienen que escuchar a la Iglesia.
Pero también tienen derecho a cuestionar a la Iglesia.
Y eso no es falta de respeto a la Iglesia.
Como tampoco es falta de respeto que los hijos pregunten y cuestionen a sus padres.
El Espíritu habla a todos. No solo a los de arriba.
También a los que caminan por el llano.
María y José tampoco entendieron nada.
Y menos cuando les habla de que “tiene que obedecer a su Padre”.
¿Quién le ha dicho que José no es su padre?
¿No se sentiría José como disminuido y marginado?
¿Habrían mantenido los tres ese silencio misterioso durante doce años?
¿No habrían hablado nunca compartiendo el misterio de la encarnación?
A veces los padres no llevamos sorpresas con los hijos.
Sobre todo cuando sienten dentro la llamada de Dios que no se atreven a compartir.
Y los mismos padres que tenían sus propios planes no entienden nada.
Mientras el hijo camina movido por dentro, los padres quieren conducirlo desde fuera.
Clemente Sobrado C. P.
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