Homilía para la Misa de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, octava de Navidad
Porque hoy celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia es tentador buscar en este relato, de la pérdida de Jesús en el Templo, durante el ascenso hacia Jerusalén con sus padres para la Pascua, a los 12 años, unas lecciones sobre la vida familiar de Jesús, María y José. Pero al hacer esto introduciríamos en este bello texto inspirado preocupaciones que sin duda no estaban en el evangelista Lucas. Lo hemos visto más de una vez, los dos primeros capítulos del Evangelio según san Lucas utilizan un lenguaje altamente simbólico y teológico, lo que no resta inerrancia (es decir, la verdad que se revela, no es cuento, es historia formulada teológicamente). La intención del autor sagrado no es hacer una biografía de Jesús, como se entiende esto modernamente, sino que nos muestra, como insinuándolos, los orígenes de este Jesús que es bautizado por su primo Juan en el Jordán, como introducción a los grandes temas de su Evangelio.
En los dos capítulos introductorios a su Evangelio, Lucas narra la peregrinación de Jesús dos veces al Templo de Jerusalén con sus padres. Cada vez, Jesús, vuelve enseguida a Nazareth, donde continúa creciendo en edad y sabiduría, delante de Dios y delante de los Hombres. De su vida en Nazareth, Lucas ,no reporta nada sino que Él estaba sometido a sus padres.
Estas dos subidas al Templo de Jerusalén preparan ya la gran subida definitiva hacia la ciudad Santa al final de la vida de Jesús (Lc. 19, 45ss). Hay muchos elementos comunes en estas tres “subidas”. Cada vez que va al Templo es por una prescripción de la Ley. La primera vez, para la presentación como primogénito, y las otras dos veces para la celebración anual de la Pascua. Cada vez hay palabras que provocan sorpresa. En la presentación, “el padre y la madre del niño estaban sorprendidos de lo que [Simeón] dijo de Él”; en la segunda subida, todos los que escuchaban al niño Jesús discutir con los doctores de la ley estaban sorprendidos y sus padres no comprendían su respuesta, cuando Él les dice que se tenía que ocupar de los asuntos de Su Padre; finalmente en su última subida nadie lo comprende cuando anuncia la destrucción del Templo. Los tres días durante los cuales María y José buscan a Jesús anuncian ya simbólicamente los tres días en el sepulcro. María no comprende, como no comprendía al pie de la cruz, pero ella guardo todo en su corazón(1), y comprende el anuncio hecho por Simeón la primera vez que van al Templo.
La familia es un lugar de paso. Es a través de ella que uno penetra en el mundo, cuando un día, independizado, se sale de ella para tomar su propio lugar en la sociedad, sin perder vínculos, pero agrandando el círculo. De igual manera la pertenencia a un pueblo o a una nación, deberá ser la introducción a la gran familia humana mucho más que un camino hacia un nacionalismo estrecho y ciego. Momentos de ruptura son necesarios para el crecimiento, como la salida del útero es necesaria para el nacimiento. La historia del Evangelio de hoy describe algunas de estas interrupciones y anuncia realidades más radicales. Jesús fue por primera vez al templo como un niño pequeño, en esta ocasión vuelve a aparecer en una actitud de autoridad. Frente a los doctores de la ley mostró su inteligencia, y sugiere ya la lucha a muerte que librará con estos mismo doctores cuando comiencen a percibirlo como una amenaza. ¿Y por qué será Él una amenaza para ellos? Simplemente por el hecho de que todo lo que enseñará sobre su “Padre”, sacudirá la enseñanza de ellos sobre Dios y volverá caduco su mundo “religioso”. La lucha hasta el final ha comenzado desde este día.
De esta lucha Jesús será el perdedor, porque el será sometido a la muerte. Perderá, solamente en apariencia; porque el tendrá estos “tres días” anunciados desde ahora también, al término de los cuales se realizará en plenitud la respuesta de Jesús a María: “Es en la casa de mi Padre que debo estar”.
Una vez que presentó todos los personajes de su Evangelio, san Lucas, hace volver a Jesús a Nazareth con María y José, para una vida sin historia durante los casi veinte años siguientes, en el curso de los cuales “el crecía en sabiduría, talla y gracia ante la mirada de Dios y de los hombres”.
¿No está ahí el misterio, y a veces el drama, de todas las familias humanas: ver partir a sus miembros uno tras otro, para vivir cada uno su misterio propio y tomar su lugar en la gran comunidad humana? Al final parece que el Evangelio sí que nos dice cosas de la vida familiar de Jesús, y de la nuestra…
Escribía el papa emérito en el libro, La Infancia de Jesús: «También es importante lo que dice Lucas sobre cómo Jesús crecía no sólo en edad sino también en sabiduría. Con la respuesta del niño a sus doce años ha quedado claro, por un lado, que él conoce al Padre —Dios— desde dentro. No sólo conoce a Dios a través de seres humanos que dan testimonio de él, sino que lo reconoce en sí mismo. Como Hijo, él vive en un tú a tú con el Padre. Está en su presencia. Lo ve. Juan dice que él es el unigénito, «que está en el seno del Padre», y por eso lo puede revelar (Jn 1,18). Esto es precisamente lo que se hace patente en la respuesta del niño a los doce años: Él está con el Padre, ve las cosas y las personas en su luz. Pero, por otro lado, también es cierto que su sabiduría crece. En cuanto hombre, no vive en una abstracta omnisciencia, sino que está arraigado en una historia concreta, en un lugar y en un tiempo, en las diferentes fases de la vida humana, y de eso recibe la forma concreta de su saber. Así se muestra aquí de manera muy clara que él ha pensado y aprendido de un modo humano.»
Jesús aprende de manera humana, y podríamos decir, que aprende de nosotros, es la humildad al extremo. ¿Nosotros no deberíamos volver a aprender de la familia humana, de nuestra familia concreta, de nuestro prójimo? La educación está mal, porque la familia está mal, porque las personas estamos mal. En la familia se aprende para lo bueno, malo o regular que seremos en la vida. Siempre, en la Iglesia, estamos en familia, aprovechemos el don del año de la Misericordia, del papa Francisco, para volver a aprender, para dejarnos iluminar y vivir en los acordes de la familia de Jesús, María y José: la Escuela de la Misericordia, con verdad, con sufrimientos, con respuestas ásperas, pero con donación total a Dios y al otro. La escuela de la misericordia.
Al celebrar a la familia de Jesús, María y José, volvamos a lo cotidiano de nuestras vidas, generalmente ocultas, para aprender de los demás, para comenzar a estar en los asuntos de nuestro “Padre”, para nosotros también crecer en sabiduría, estatura y gracia, viviendo el año de la Misericordia. Amén.
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(1)Benedicto XVI. La infancia de Jesús: «A este respecto, Joachim Gnilka dice con razón que se trata claramente de tradiciones de familia. Lucas alude a veces a que María misma, la madre de Jesús, fue una de sus fuentes, y lo hace de una manera particular cuando, en 2,51, dice que «su madre conservaba todo esto en su corazón» (cf. también 2,19). Sólo ella podía informar del acontecimiento de la anunciación, que no había tenido ningún testigo humano. Naturalmente, la exégesis «crítica» moderna insinuará que las consideraciones de este tipo son más bien ingenuas. Pero ¿por qué no debería haber existido una tradición como ésta, conservada y a la vez modelada teológicamente, en el círculo más restringido? ¿Por qué Lucas se habría inventado la afirmación de que María conservaba las palabras y los hechos en su corazón, si no había ninguna referencia concreta para ello? ¿Por qué debía hablar de su «meditar» sobre las palabras (Lc 2,19; cf. 1,29), si nada se sabía de eso?»
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