La nación que fue un baluarte del cristianismo



No tengo la menor duda de que Pablo VI está en el cielo y de que no me sería difícil exponer sus virtudes. Todos los aspectos positivos de su forma de ser son patentes. Ahora bien, la lectura de la correspondencia secreta entre el embajador de España ante la Santa Sede y el ministro de asuntos exteriores está resultando un filón de detalles acerca del pensamiento íntimo de Pablo VI. Porque allí aparece no el papa de los discursos y de las declaraciones formales, sino el papa que habla en su despacho de problemas concretos con un diplomático.

No he descubierto nada nuevo en esa correspondencia de Garrigues (el embajador) con el ministro de Justicia, pero sí que me ha corroborado varios puntos. Sobre todo, hubo una entrevista en la que el Papa y el diplomático estaban a solas, y Pablo VI habló bastante enfadado y con dureza. Cuando alguien hace eso es cuando suele salir lo que hay en el fondo del corazón, aunque después se arrepienta de haberlo dicho.

Los diplomáticos españoles trataban muy cortesmente a Pablo VI, siempre, pero este no hacía lo mismo con ellos. Del mismo modo que el Papa Montini era amabilísimo con diplomáticos norteamericanos, franceses o del este de Europa, tendía ordenar y exigir a los españoles. A veces siendo realmente duro. Lo cual, insisto, contrasta con el modo con el que trataba a todos los demás.

Si bien el Concilio había defendido (y esa era la postura de Montini) la independencia de los gobernantes humanos frente a las intromisiones clericales, eso no valía para España. Con el gobierno de España no pedía, exigía. Nunca exigió nada formalmente, pero en la práctica sus peticiones tenían que ser atendidas sin más. Y digo “sin más”, porque el gobierno español en cada momento quiso dialogar, pero por la otra parte no hubo ninguna voluntad de ello.

Esta falta de deseo de diálogo por parte del Vaticano es algo corroborado por distintas fuentes. Y no hace falta decir que la lista de desaires vaticanos hacia el gobierno español no fue corta precisamente.

Otro aspecto que esas cartas dejan claro es que Pablo VI, en privado, decía cosas que demostraban lo mal informado que estaba. Los que le rodeaban le informaban realmente mal.

Otra cosa que esas cartas me dejan claro, aunque ya lo sabía, es que Pablo VI no quiso tener ni el más mínimo detalle que supusiese reconocimiento alguno hacia el régimen que había en España. Mientras había todo tipo de acercamientos a todos los regímenes, comunistas inclusive, al gobierno de España se le negaba el pan y la sal como a nadie. Curiosamente, en muchos episodios, queda claro el peso que los clérigos franceses tenían en Pablo VI.

Y allí es donde entra otro aspecto de esta historia, a Franco se le comunicaba con detalle de todas las conversaciones que tenían en el Vaticano (e incluso directas con el Papa), de todos los desaires, del tono duro con que fue tratado (especialmente una vez) el embajador. Sin embargo, todos los que escribieron notas de esas audiencias con Franco dejaron constancia del afecto filial que el jefe del Estado español sentía hacia el sucesor de Pedro. Nunca una crítica, nunca un enfado, nunca una artimaña sucia.

A Franco estas maquinaciones vaticanas le dolían como puñaladas: ¡él sentía amor filial hacia el papa! Era durísimo ver como tu padre, en la práctica, estaba deseando que te murieras. En esas notas de ministros y diplomáticos tomadas tras informarle de cómo iban las cosas, los estudiosos del futuro tienen un material más que abundante para un futuro proceso de canonización: el hijo que ama sinceramente al padre, aun sabiendo que ese padre está deseando que mueras. Del amor sincero de Franco a Pablo VI no hay la más mínima duda. Monseñor Setién no cayó del cielo, lo nombró Pablo VI. Y, como él, otros nombramientos que, a la postre, se probarían desastrosos.

Tiene gracia, si Franco (como los Reyes Católicos) hubiera nombrado a los obispos lo hubiera hecho mucho mejor que un Pablo VI espantosamente mal informado. Era la época de la experimentación, la época en la que todo era discutible. El régimen confesional de Franco era todo lo contrario de eso, todo un símbolo. Un régimen basado en la ortodoxia de la fe, un baluarte contra el marxismo, la masonería y el relativismo.

También está el apartado de los obispos “castigados” por llevarse bien con el régimen. Algunos de esos "castigos" fueron realmente duros. Pablo VI fue muy dulce con los rebeldes, y muy duro con los hombres que, en conciencia, no pudieron decir que Pío XII se había equivocado: don Casimiro Morcillo, arzobispo de Madrid, nunca llegaría a ser cardenal. El único secretario del concilio que no recibiría la púrpura. La lista de castigos no acaba aquí. 

Una vez más se comprueba lo que se dice de algunos obispos: que son fuertes con los fuertes, y débiles con los débiles.

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16:57

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