Lunes 22 de Octubre de 2018
De la feria. Verde.
San Juan Pablo II, papa. Blanco.
Martirologio Romano: En Jerusalén, conmemoración de las santas mujeres María de Cleofás y Salomé, que junto con María Magdalena, al amanecer del día de Pascua, se dirigieron al sepulcro del Señor para ungir su cuerpo y allí recibieron el primer anuncio de la Resurrección. († s.I)
Carlos José Wojtyla nació en Wadowic, Polonia, en el año 1920. Realizó sus estudios de teología en Roma y, al volver a su patria tuvo diversas tareas pastorales. Como arzobispo de Cracovia participó del Concilio Vaticano II. Fue elegido Papa en el año 1978. Tuvo una gran actividad apostólica, realizando numerosos viajes por todo el mundo. Durante su Pontificado se reformó el Código de Derecho Canónico y se promulgó el Catecismo. Instituyó la fiesta de la Divina Misericordia el segundo domingo de Pascua. Murió en el año 2005.
Antífona de entrada Sal 16, 6. 8
Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes: inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras. Protégeme como a la pupila de tus ojos; escóndeme a la sombra de tus alas.
Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, concédenos permanecer fieles a tu santa voluntad y servirte con un corazón sincero. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
O bien: del san Juan Pablo II
Oh Dios, rico en misericordia, que has querido que san Juan Pablo II, papa, guiara toda tu Iglesia, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos concedas abrir confiadamente nuestros corazones a la gracia salvadora de Cristo, único redentor del hombre. Por nuestro Señor Jesucristo…
Oración sobre las ofrendas
Te ofrecemos, Señor, estos dones, con un corazón libre y generoso, para que tu gracia nos purifique por estos misterios que ahora celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión Cf. Sal 32, 18-19
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia.
Oración después de la comunión
Concédenos, Padre, que la participación en la eucaristía nos ayude para aprovechar los bienes temporales y alcanzar los bienes eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor
Lectura Ef 2, 1-10
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso.
Hermanos: Ustedes estaban muertos a causa de las faltas y pecados que cometían, cuando vivían conforme al criterio de este mundo, según el Príncipe que domina en el espacio, el mismo Espíritu que sigue actuando en aquellos que se rebelan. Todos nosotros también nos comportábamos así en otro tiempo, viviendo conforme a nuestros deseos carnales y satisfaciendo nuestra concupiscencia y nuestras malas inclinaciones, de manera que por nuestra condición estábamos condenados a la ira, igual que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo –¡ustedes han sido salvados gratuitamente!– y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo. Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús. Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe. Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.
Palabra de Dios.
Comentario
San Pablo nos enfrenta a nuestra propia historia, al proceso de fe que hemos vivido y a lo que vivimos ahora. Es como si nos preguntara: “¿Están seguros que optaron verdaderamente por seguir a Cristo? ¿Hubo un verdadero cambio en sus vidas? ¿Qué ha pasado en ustedes desde que creen en Jesús?”. Y no podemos eludir la respuesta.
Sal 99, 1-5
R. El Señor nos hizo, a él pertenecemos.
Aclame al Señor toda la tierra, sirvan al Señor con alegría, lleguen hasta él con cantos jubilosos. R.
Reconozcan que el Señor es Dios: Él nos hizo y a él pertenecemos; somos su pueblo y ovejas de su rebaño. R.
Entren por sus puertas dando gracias, entren en sus atrios con himnos de alabanza, alaben al Señor y bendigan su Nombre. R.
¡Qué bueno es el Señor! Su misericordia permanece para siempre, y su fidelidad por todas las generaciones. R.
Aleluya Mt 5, 3
Aleluya. Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Aleluya.
Evangelio Lc 12, 13-21
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Uno de la multitud dijo a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”. Después les dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Les dijo entonces una parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: ‘¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha’. Después pensó: ‘Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?’. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.
Palabra del Señor.
Comentario
El hombre de la parábola planificó solo. Sintió que sus riquezas ya le habían asegurado la vida, y que él era autosuficiente. La acumulación le había hecho olvidar dónde está el verdadero tesoro. La parábola nos hace meditar sobre a qué llamamos “riquezas” y si estas nos enriquecen realmente.
Oración introductoria
Padre, te pedimos que valoremos que la vida es el periodo de tiempo, corto, que tenemos para decidir nuestra eternidad, y para amar.
Petición
Espíritu Santo, fortaléceme para saber distinguir lo que vale para la eternidad y sepa confiar en tu Providencia divina.
Meditación
Hoy, el Evangelio, si no nos tapamos los oídos y no cerramos los ojos, causará en nosotros una gran conmoción por su claridad: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes» (Lc 12,15). ¿Qué es lo que asegura la vida del hombre?
Sabemos muy bien en qué está asegurada la vida de Jesús, porque Él mismo nos lo ha dicho: «El Padre tiene el poder de dar la vida, y ha dado al Hijo ese mismo poder» (Jn 5,26). Sabemos que la vida de Jesús no solamente procede del Padre, sino que consiste en hacer su voluntad, ya que éste es su alimento, y la voluntad del Padre equivale a realizar su gran obra de salvación entre los hombres, dando la vida por sus amigos, signo del más excelso amor. La vida de Jesús es, pues, una vida recibida totalmente del Padre y entregada totalmente al mismo Padre y, por amor al Padre, a los hombres. La vida humana, ¿podrá ser entonces suficiente en sí misma? ¿Podrá negarse que nuestra vida es un don, que la hemos recibido y que, solamente por eso, ya debemos dar gracias? «Que nadie crea que es dueño de su propia vida» (San Jerónimo).
Siguiendo esta lógica, sólo falta preguntarnos: ¿Qué sentido puede tener nuestra vida si se encierra en sí misma, si halla su agrado al decirse: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea» (Lc 12,19)? Si la vida de Jesús es un don recibido y entregado siempre en el amor, nuestra vida —que no podemos negar haber recibido— debe convertirse, siguiendo a la de Jesús, en una donación total a Dios y a los hermanos, porque «quien vive preocupado por su vida, la perderá» (Jn 12,25).
Este Evangelio es engañador para quien lo lee superficialmente: ¿es malo tener grandes cosechas? ¿es malo construir graneros donde guardarlas? Nada de eso. Cristo elogiará siempre a los hombres sagaces y prudentes.
El problema está en el alma. El desdichado protagonista de la parábola invita al alma a descansar, a dejar todo esfuerzo porque tiene todo lo suficiente para vivir. Cristo está refiriéndose en estas líneas a la eterna tentación de todo pueblo y toda persona que alcanza cierto nivel de bienestar: creer que ya no necesita de Dios por tener cubiertas las necesidades corporales.
Cuando el hombre tiene seguridades, no siente la necesidad de Dios y tampoco cree que el demonio actúe, pues a él no le toca. Pero también los hay que les permite vivir holgadamente, pero eso sí, no olvidan que el alma necesita trabajar y hacer obras buenas, y además, comparten lo que tienen poniéndolo al servicio del Evangelio y de sus hermanos. Por buenos que ya seamos, por muchas conquistas que hayamos logrado con nuestras oraciones, sufrimiento y esfuerzos no es suficiente si seguimos en la tierra y no estamos exentos de sucumbir a la tentación.
La vida es el periodo de tiempo, corto, que tenemos para decidir nuestra eternidad, y para amar. Cada día mueren millones de personas, un día será el tuyo y el mío. Un día todo esto habrá acabado y tenemos en nuestras manos que ese día sea el mejor de nuestra vida. Hemos de trabajar sin descanso, pensando en el día que todo será descanso.
Puede que la idea del cielo no nos incentive demasiado, que prefiramos un premio terrenal, que creamos que el cielo es una levitación aburrida. No nos quedemos con la moneda de la felicidad terrenal, confiemos en nuestro Rey que mirándonos con amor nos dará muy por encima de lo que pidamos e imaginemos. Todo lo que deseamos y mucho más está en el cielo, pues ¡vamos a llenarlo!, vamos a dedicar nuestra vida a hacer felices a los hombres, a llevarles al cielo.
Propósito
Si de Dios recibimos dones tan grandes, también nosotros debemos dar: en ámbito espiritual debemos dar bondad, amistad y amor. Pero también debemos dar en el ámbito material, compartir el pan.
Diálogo con Cristo
Acumular, comprar, buscar el placer... es el afán prioritario de nuestra cultura. Señor Jesús, frecuentemente me encuentro contemplando las cosas buenas de este mundo, pero no como medios sino como un fin. Necesito tener claras mis prioridades: Tú, primero, y luego todo lo demás, según me lleven hacia Ti. Dame la sabiduría para saber que la vida es corta y debo vivirla sólo para Ti.
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