El que pretende estar a bien con todos...

Uno tiene sus frases. Por ejemplo, eso de que “nunca pasa nada”. Es verdad. Nunca pasa nada. Para que algo suceda tiene que ser la cosa muy gorda y tener gran eco en la prensa, y aún en ese caso tampoco pasa casi nada. Por ejemplo, lo de Chile. Con la que hay montada en el tema de los abusos y que al final todo quede en la reducción al estado laical de Karadima y dos obispos, pues eso, que nunca pasa casi nada.

Pero tengo otra frase, menos conocida en Infocatólica, pero que mis amigos saben que repito mucho: “el que quiere estar a bien con todos, acaba no estando a bien con nadie”.

Hay una tentación tan universal como disparatada que consiste en la vana pretensión de convertirse uno en billete de cincuenta euros que a todo el mundo agrada. Tanto políticos como eclesiásticos, expertos en pose de perpetua sonrisa, estrechamiento de mano y palmada en la espalda, se creen que con eso encantan a cualquiera y consiguen el perfecto equilibrio que les lleva a ser aceptados por todos y en todas partes de forma cuasi incondicional. Vana ilusión.

Una conocidísima frase del presidente Lincoln nos advierte de ello: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.”

Los hay que se piensan que sí que pueden. Se llegan a creer tan inteligentes, tan por encima de la media, que lo que Lincoln consideraba imposible para ellos es pan comido. Mal negocio. Tener uno de sí mismo tan equivocada opinión que se crea capaz de manejar a todos a su antojo y durante todo el tiempo, es catastrófico.

La experiencia me da la razón. He conocido a alcaldes, párrocos, laicos comprometidos y semi comprometidos, superioras de convento, eclesiásticos de rango, que han pensado, muchas veces con toda la buena voluntad, que ellos sí que conseguirían llevarse bien con todos y ser aceptados por todos.

El resultado ha sido penoso. Los que en principio se supone estarían en contra, no acaban de fiarse de tantas amabilidades y tantas palmadas en la espalda. Los aparentemente a favor, no terminan de confiar en semejantes muestras de favor hacia los otros. El resultado final es que sí, que aparentemente todo bien, pero desde enormes recelos de una parte y de otra.

No queda otra que asumir que, hagas lo que hagas, vas a tener gente en contra. Por tanto no queda otra que tener ideas claras, apostar por ellas, vivir y exponer coherentemente lo que uno cree y a partir de ahí salga el sol por donde quiera. La gente es capaz de entender que piensas de forma diferente, e incluso que existan discrepancias en temas clave. Sin problemas. No pasa nada. La persona que es coherente con lo que piensa, fiel a sus principios y clara en sus planteamientos, podrá ser discutida, pero siempre respetada. Lo que nadie acepta, aunque también disimulen, es encontrarse delante de alguien que sí pero no, que depende y que ya veremos y que vale, pero bueno.

Aprendamos los curas párrocos. Nunca caer en el pasteleo. Esto es lo que hay esta la doctrina, estos los principios. Caiga quien caiga. Pretenderemos estar a bien con todos, y al final no nos respetará nadie: fíate del cura, que un día dice una cosa, otro día otra…

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