La liturgia diaria meditada - "Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes" (Jn 20,11-18) 03/04




Martes 03 de Abril de 2018
De la Octava de Pascua
Blanco

Martirologio Romano: En Chichester, en Inglaterra, san Ricardo, obispo, que, desterrado por el rey Enrique III y restituido después en la sede, se mostró generoso en ayudar a los pobres (1235). Fecha de canonización: 22 de enero de 1262 por el Papa Urbano IV.
Antífona de entrada          cf. Ecli 15, 3-4
El Señor dio de beber a su pueblo el agua de la sabiduría; él es el apoyo de sus hijos y no desfallecerán, él los exaltará para siempre. Aleluya.
Oración colecta     
Dios nuestro, que nos renuevas por medio de la celebración pascual; te pedimos que acompañes a tu pueblo con los dones celestiales para que, alcanzando la perfecta libertad, goce plenamente en el cielo de las realidades por las que ahora se alegra en la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
Oración sobre las ofrendas        
Señor Dios nuestro, recibe con misericordia la ofrenda de tu familia, para que bajo tu protección, no pierda los dones recibidos y alcance los bienes eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión        Col 3, 1-2
Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales. Aleluya.
Oración después de la comunión
Escúchanos, Dios todopoderoso, y concede que tus hijos, a quienes diste la incomparable gracia del bautismo, se preparen para recibir la felicidad eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Lectura        Hech 2, 36-41
Lectura de los Hechos de los Apóstoles.
El día de Pentecostés, Pedro dijo a los judíos: “Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías”. Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: “Hermanos, ¿qué debemos hacer?”. Pedro les respondió: “Que cada uno de ustedes se convierta y se haga bautizar en el Nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: A cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar”. Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa. Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.
Palabra de Dios.
Comentario
Quien ha padecido y ha sido asesinado, ahora se transforma en el centro de un mensaje liberador. Además ha ofrecido su perdón a los propios verdugos. Por eso estos hombres sienten que “su corazón fue traspasado”, porque el mensaje ha llegado hasta el fondo de su ser.
Salmo 32, 4-5. 18-20. 22
R. La tierra está llena del amor del Señor.
La palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad; él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor. R.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.
Nuestra alma espera en el Señor; él es nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.
Aleluya        Sal 117, 24
Aleluya. Este es el día que hizo el Señor: Alegrémonos y regocijémonos en él. Aleluya.
Evangelio     Jn 20, 11-18
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. María respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, pensando que era el cuidador del huerto, le respondió: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo”. Jesús le dijo: “¡María!”. Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: “¡Raboní!”, es decir, “¡Maestro!”. Jesús le dijo: “No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y Padre de ustedes; a mi Dios y Dios de ustedes’”. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.
Palabra del Señor.
Comentario
El llanto se convierte en encuentro, los silencios del sepulcro, en diálogo e intimidad. Esta escena nos regala un aroma de triunfo de la vida sobre la muerte. Desde este momento, la angustia no será nunca más un camino a la muerte, sino que se transformará en una esperanza viva.
Oración introductoria
Jesús, todo es más difícil y más oscuro cuando tú no estás junto a nosotros. Yo también lloro cuando estoy lejos de Ti. Ven Señor, da vida y paz a mi alma. Sé tú la alegría de mi corazón. Contigo nada me falta. Aumenta mi fe para verte y encontrarte en cada momento de mi vida.
Señor Jesús, dame la gracia de llevar tu mensaje a todas partes sin miedo. Enciende mi amor para que esté dispuesto a corresponder a las exigencias de mi fe. 
Meditación 
Hoy, en la figura de María Magdalena, podemos contemplar dos niveles de aceptación de nuestro Salvador: imperfecto, el primero; completo, el segundo. Desde el primero, María se nos muestra como una sincerísima discípula de Jesús. Ella lo sigue, maestro incomparable; le es heroicamente adherente, crucificado por amor; lo busca, más allá de la muerte, sepultado y desaparecido. ¡Cuán impregnadas de admirable entrega a su “Señor” son las dos exclamaciones que nos conservó, como perlas incomparables, el evangelista Juan: «Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto» (Jn 20,13); «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré»! (Jn 20,15). Pocos discípulos ha contemplado la historia, tan afectos y leales como la Magdalena. 
No obstante, la buena noticia de hoy, de este martes de la octava de Pascua, supera infinitamente toda bondad ética y toda fe religiosa en un Jesús admirable, pero, en último término, muerto; y nos traslada al ámbito de la fe en el Resucitado. Aquel Jesús que, en un primer momento, dejándola en el nivel de la fe imperfecta, se dirige a la Magdalena preguntándole: «Mujer, ¿por qué lloras?» (Jn 20,15) y a la cual ella, con ojos miopes, responde como corresponde a un hortelano que se interesa por su desazón; aquel Jesús, ahora, en un segundo momento, definitivo, la interpela con su nombre: «¡María!» y la conmociona hasta el punto de estremecerla de resurrección y de vida, es decir, de Él mismo, el Resucitado, el Viviente por siempre. ¿Resultado? Magdalena creyente y Magdalena testigo: «Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor» (Jn 20,18).
Hoy no es infrecuente el caso de cristianos que no ven claro el más allá de esta vida y, pues, que dudan de la resurrección de Jesús. ¿Me cuento entre ellos? De modo semejante son numerosos los cristianos que tienen suficiente fe como para seguirle privadamente, pero que temen proclamarlo apostólicamente. ¿Formo parte de ese grupo? Si fuera así, como María Magdalena, digámosle: —¡Maestro!, abracémonos a sus pies y vayamos a encontrar a nuestros hermanos para decirles: —El Señor ha resucitado y le he visto.
Jesús resucitado es la fuente de la más grande alegría. Cristo no sólo ha vencido al pecado con su muerte, sino que con su resurrección ha vencido a la misma muerte. En Jesucristo encontramos la paz y la felicidad que el mundo no nos puede dar. Estamos llamados a anunciar la alegría y el gozo de la resurrección del Señor en nuestras vidas. Cristo resucitado llena nuestra existencia de la más grande y segura esperanza.
Propósito
Hoy me comprometo a hablar con alguien acerca de la resurrección. 
Diálogo con Cristo
Jesús, tú sabes que sin ti siento que me falta todo. Permanece conmigo Señor, que te necesito. Contágiame también a mí con la alegría de tu Resurrección. Si alguna vez te fallo no te separes de mí, que tú eres mi todo. Haz Jesús que aprenda que lo único valioso en esta vida eres tú y sólo tú.

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