Ante el descontento de los ciudadanos con sus representantes políticos, los líderes populistas se presentan a sí mismos como los auténticos valedores de la gente corriente. Pero pretender encarnar al pueblo, como si este hablara con una sola voz, choca con el pluralismo de las sociedades democráticas. Hablamos de esta paradoja con Montserrat Herrero, profesora de Filosofía Política en la Universidad de Navarra e investigadora del Instituto Cultura y Sociedad.
– Los populismos de hoy aseguran conocer mejor que nadie los intereses del pueblo, hasta el punto de considerar prescindible la democracia representativa. ¿Qué semejanzas ve entre el populismo jacobino y el de ahora?
– No cabe duda de que el contexto revolucionario francés y la transformación del lenguaje que llevó consigo son fundamentales para la elaboración conceptual de lo que hoy podemos entender por populismo.
Será Robespierre quien abandere la idea rousseauniana de que la voluntad no se puede representar. De ahí que siempre que se ponga en marcha un gobierno representativo, aparece inmediatamente la idea de que “el pueblo ha sido traicionado.” El 29 de julio de 1792, Robespierre denuncia lo que denomina el “despotismo representativo.” La ideología revolucionaria rechaza la necesidad de cuerpos intermedios. La idea del pueblo como “instancia simbólica” es invocada entonces por las corrientes robespierristas. ¿Cuál es la opción que abre este discurso para el gobierno? La creación de la instancia simbólica pueblo como una unidad moral virtuosa que exige una representación unitaria moralmente irreprochable. Los líderes virtuosos son la imagen del “pueblo verdadero.”
En aquel momento histórico, el dogma oficial clamaba que los jacobinos eran el pueblo. No podían ser vistos simplemente como una parte del pueblo. Robespierre llegó a decir que la sociedad jacobina era por su misma naturaleza incorruptible, que no podía traicionar los intereses del pueblo.
Entrevista completa en Aceprensa.com
lacrestadelaola2028.blogspot.com
Publicar un comentario