Como imágenes del Adviento - tiempo de espera, de conversión y de esperanza, que recuerda la venida del Señor en la carne y que aguarda su venida como Juez universal, a la vez que nos invita a la conversión – podemos destacar la del centinela y la de la “UVI”.
El centinela vigila. ¿Quién es el centinela? Es el soldado que está de guardia durante la noche y que desea, más que ninguna otra cosa, que amanezca. El Salmo 130 testimonia esta actitud al decir: “Mi alma espera en el Señor, / espera en su palabra/; mi alma aguarda al Señor/, más que el centinela la aurora”.
El que vela atisba una gran luz cuando aparece la aurora, el comienzo del amanecer, aquello que precede la salida del sol. Para nosotros, esa aurora es María. Su presencia alivia y llena de optimismo al centinela que se mantiene en vela toda la noche.
Vigilar, hacer vela, es estar pendiente de todo; de lo mayor y de lo menor. En los hospitales existe la “UVI”, siglas que se suelen traducir como “Unidad de Vigilancia Intensiva”. ¿De qué se trata? Se trata de vigilar, y de hacerlo intensivamente.
“Vigilar” equivale a estar muy atento, a fin de que nada se escape. Y esa actitud se refuerza si se mantiene “intensivamente”, con más dedicación que de costumbre. La vigilancia intensiva de la fe estará muy atenta a descubrir la presencia de María, la Aurora que anuncia al Sol, a Jesús.
El Adviento pide no solo “vigilar”, sino “despertar”. Nadie puede vigilar si no está despierto. Pero, ¿por qué y - sobre todo – para qué hay que estar despiertos? Pues, sencillamente, para que no nos pase inadvertido lo más importante. La presencia de Dios, su llegada, es una visita que, si no estamos atentos a descubrirla, podremos hasta ignorarla.
Dios es, podríamos pensarlo, extremadamente sutil y delicado. Prefiere, quizá, pasar de largo antes de forzarnos a admitir su presencia, como un amigo que se retira sin correr el riesgo de ser cansino, y de causar rechazo.
El peor sueño es el de la rutina y el de la mediocridad; el de la tristeza y el del desaliento. “Despertar” es huir de ese señuelo y esperar en lo nuevo y en lo grande, en lo alegre y animoso. Y será “animoso”, dotado de ánimo, lo que proceda de Dios. Todo lo demás es, a la larga, en el mejor de los supuestos, ambiguo y cansino.
El Adviento conmina a actuar; compele a las “obras buenas”; a buscar la compañía de “las buenas obras”. “Despertar” ya es una buena obra. Es como “creer”, que ya es una buena obra. La “fe” es, sin duda, ya “actuar”. Somos, en gran parte, lo que hacemos.
Juan Pablo II, santo, animaba a los jóvenes a ser “centinelas de la mañana”. Es una petición que vale para todos nosotros, jóvenes o no: “Queridos amigos, en vosotros veo a los “centinelas de la mañana” (cf. Is 21,11-12) en este amanecer del tercer milenio”.
Ojalá hagamos eso: vigilar, despertar (y mantenernos despiertos) y actuar, buscando la compañía de las buenas obras.
Guillermo Juan Morado.
PS: Quizá mañana revise un poco todo esto y trate de mejorarlo. Nada es perfecto. Gracias a los lectores.
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