Una luz que venía del cielo lo envolvió con su esplendor. Y lo echó por tierra (Hch 9, 3-4). Me encanta esta total transformación que obra el Señor en san Pablo, y que éste hace totalmente suya convirtiéndose, sin el más mínimo resquicio o desfallecimiento, en un auténtico puntal para construir “la” Iglesia de Cristo. En san Pablo, lo que pudo haber sido, fue. Que conste que ese lo echó por tierra no fue sólo un tirarlo al suelo materialmente: lo que verdaderamente tiró por los suelos fue su alocada pretensión de acabar con la Iglesia naciente, que estaba dando sus primeros pasos en este mundo traidor. Y que sigue igual de traidor, por cierto, o bastante más.
Viene al caso para ilustrar, asensu contrario, lo que pudo haber sido, y no fue. Me refiero a la ponencia de mons. José Rodríguez Carballo -franciscano él, obispo secretario de la Congregación correspondiente en el Vaticano-, en el último día de la XXIV Asamblea General de los Religiosos Españoles, CONFER 2017, hace unos pocos días.
He leído una reseña de la conferencia de don José -no he conseguido el texto completo, lo siento- y he de decir que, a los principios, me sorprendió lo que les dijo a los religiosos allí presentes, porque hacía mucho tiempo que no se oían tales cosas: quizás nunca; al menos yo, no lo recuerdo. Y llevo 38 años de sacerdote; o sea, que puedo hablar con una cierta perspectiva.
El problema fue que, aunque empezó bien, y con una sanísima intención de pasar “de la teoría a la práctica” -como les dijo-, en mi opinión no acabó de rematar la faena; y me da que se quedó en casi nada. Quizá fue demasiado para él; o quizá en una ponencia no se podía decir todo, y eso que le echó más de una hora; o quizá el tema en sí mismo, a estas alturas de la peli, era mucho tema.
Pero voy a recoger sus palabras -las que trae la reseña-, e iremos comentando. Creo que merece la pena.
Toda su ponencia podria resumirse -ya lo adelanto- de esta manera: “Así no vamos a ninguna parte". Lo dijo tal cual; y durante mucho rato no se apeó de ese tono. El problema fue no rematar una faena que iba bien, que empezó torera, pero no supo mantener el tipo, y al final falló con la muleta y con la espada: y se quedó sin trofeos. Aplausos abundantes, saludó desde los medios con agradecimiento y cortesía por su parte…, pero no pasó de ahí. Una lástima. Otra vez será, supongo; porque ésta, que podía haber sino, no fue.
Lo primero que les dijo, como para recibir al morlaco en la misma boca de toriles, y que los dos -toro y torero- se diesen cuenta enseguida de a quién tenían delante, fue: “Tenemos que hacer una seria autocrítica y cambiar de lenguaje: los jóvenes no entienden el 99% de nuestras homilías". Como recibo, no estuvo nada mal: valiente y torero. Era un muy buen comienzo. Y la gente lo agradeció con los primeros aplausos, por el buen sabor que dejó. Que no fueron los únicos.
“Nos estamos alejando de los jóvenes", añadió, trasteando con sinceridad al bicho con el capote. “Les ofrecemos un camino de Fe, con categorías que no son comprensibles para ellos. Hay que cambiar de lenguaje". Además, no dudó en denunciar “la generación de bancos vacíos” en la que, por desgracia, nos hemos instalado y acostumbrado. Y apuntó como causa que había de desechar y combatir, el uso y abuso de “un lenguaje descarnado, abstracto y lejano".
No entro a lo de “descarnado", porque no lo pillo; pero, ¡si será abstracto y lejano que no lo entiendo ni yo! Hace muchos años que en la Iglesia Católica sólo ha sido claro -y se ha entendido: otra cosa es que se les haya querido hacer caso-, el lenguaje de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI; más alguna otra excepción, que también la ha habido.
El público estaba entregado, porque la faena era torera desde el primer segundo: los pies afirmados, las manos caracoleaban el capote, el cuerpo tieso acompañando instrumento y toro. Y el público, el que sabe y entiende, aplaudió con ganas; y pidió música, que sonó a pesar de lo temprana que iba la faena.
Pero, tras los puyazos correspondientes y de reglamento, se lió el buen hombre. Se alargó en exceso en el quite, quizá gustándose más a sí mismo que pretendiendo gustar al respetable, y se le notó; y se enfrió la conexión con el graderío. Quiso arreglarlo -él también se dio cuenta, seguro-, pero pisó el capote, trastabilló, y se le fue la torería…
Así que siguió dándole vueltas al tema del lenguaje, “muchas veces moralizante y condenatorio…” ¡Hace tantos años que no se oye en colegios católicos, en parroquias católicas y en catequesis católicas una condena de nada, que ya ni me acuerdo! Dudo incluso de que los buenos de los religiosos, al oirle, supieran de qué les estaba hablando.
Quedaba labor por hacer: tocaban banderillas, y quiso ponerlas él. Y las dejó bien clavadas: “Las JMJ son muy concurridas, pero nuestros seminarios y noviciados están vacíos". Y abundó, apuntó y alentó: “LLegó el momento de pasar de la teoría a la práctica", con “una nueva mirada a la juventud de hoy", en “una pastoral personalizada: no existen ‘los jóvenes’ sino cada joven". Se aplaudió nuevamente. Y también de nuevo tocó la música acompañando, animando y alegrando la tarde, mientras el maestro cogía la muleta y la espada de mentiras.
Se fue a por el toro, pero no lo encontró, porque empezó a trastear como sin alma. Le pasó al torero lo que les suele pasar con frecuencia a los toros tras recibir varas y banderillas: que “se quedan"; y es lo que le sucedió. “Parece que muchos jóvenes han nacido para comprar, consumir… y tirar", con la consiguiente “pérdida de la categoría del misterio", en “un mundo en el que la Fe se da ya por descontado, como en España".
Y digo que no lo encontró -ni con la tela roja ni con el acero- porque esta denuncia -más otras que incoó-, si no iba a ir a las raíces y a aportar soluciones realmente valientes, no aportaban nada. Mons. Rodríguez Carballo sabe perfectamente, por ejemplo, que los cierres de conventos y casas religiosas se están dando ahora, sí; pero esto es lo que se está recogiendo como fruto maduro, aunque malsano por podrido, con la siembra que se ha hecho en los últimos 40 años, por decir una cifra. Y se ha hecho en y desde el interior mismo de todas esas instituciones y familias religiosas, en los estupendos instrumentos apostólicos que han tenido y tienen por el gran prestigio con que se mantuvieron a los largo de los años y de los siglos incluso; que es lo más grave y lo más penoso de todo el asunto.
Item más: pretender a estas alturas de la peli que los “bancos vacíos” de la “generación selfie” -así la llamó- son la consecuencia de que estamos en la era virtual y el aislamiento que genera, en el consumismo galopante, y en los casos de pederastia de un submundillo (pseudo)clerical, al menos en España, de habas contadas -por grave que sea el tema en sí mismo-, no es de recibo. En mi opinión.
Se fue a por el bicho una y otra vez, trasteándolo por arriba y por abajo, pretendiendo mandar, cambiándole el sitio…, pero todo fue inútil. Ya no encontró el sitio, ni la torería, ni siquiera ese hacer “profesional” -el “oficio"- que puede quedar como último recurso. Le pudo el toro, que fue más que él. Con la espada pinchó una y otra vez, ya sin ganas: excepto de que se acabara cuanto antes. Y descabelló al segundo intento. Mal.
Había querido remediarlo acudiendo al tópico, tan repetido como falso y falsificador, alentando a “la esperanza", que es lo último que se pierde, claro, porque siempre está la puerta abierta a que lo que venga sea mejor, porque peor casi no puede venir nada: “También hoy hay jóvenes, y muchos, que buscan un sentido pleno a sus vidas, que se entregan incondicionalmente a las grandes causas, que aman profundamente a Jesús y muestran una auténtica compasión hacia la Humanidad…".
Supongo que él sabrá dónde están todos esos jóvenes:"muchos” dijo incluso; pero ¿han sido educados en ese horizonte y perspectiva en los colegios católicos y en las parroquias católicas llevadas por religiosos? Me da que no. Aparte el contraste que supone “esto” -este fervorín- con los seminarios y los noviciados vacíos.
Lo intentó. LLamó a los corazones de los religiosos que tenía delante: “¿La vida consagrada está despierta?” Porque los jóvenes “esperan consagrados despiertos que despierten. Alguien ordenado que les ayude a ordenarse, que viva en armonía para ayudarles a alcanzarla". Es aquí “donde entramos los consagrados, y ésta es nuestra gran responsabilidad: ayudar a que el joven logre armonizar sus inquietudes".
No remató. Para nada. No entró al tema ‘colegios religiosos’, excepto una tímida alusión a que se les note que son religiosos que no son los mismo que el profe de matemáticas que viene de no sé dónde; ni en las catequesis de colegios y parroquias, salvo que había que plantear la vocación, que no es poco; ni en las clases de religión, ni en la identidad cristiana, ni en ir contracorriente, ni en no ceder ante los poderes públicos o los lobbys, ni en no renunciar a la verdad por no servir a la Verdad. Ni una sola solución seria para desandar lo malandado -bene curris, sed extraviam!-, que supusiese realmente una “metanoia” -un dejarse echar por tierra por lo que supusieron en la historia de la Iglesia Católica- de la vida religiosa en relación a los jóvenes desde sus propias instituciones. Ni una sola rectificación seria.
empezó muy bien, prometía. Parecia que íbamos a ver una gran faena…, pero nada: todo demasiado normal, demasiado ordinario ya a estas alturas de la Feria. ¡Lástima!
Lo de Rodríguez Carballo pudo haber sido, pero no fue. Quizá esperábamos demasiado. Pero, tal como están las cosas, ¿se puede esperar aún más? Y así, ¿hasta cuándo?
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