17 de abril. Octava de Pascua.

Jerónimo Cósida. No me toques.

LUNES DE LA SEMANA PRIMERA DE PASCUA

Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-32.

Entonces, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: “Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él. En efecto, refiriéndose a él, dijo David: Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia. Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción. A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos.

Salmo 16,1-2.5.7-11.

Mictán de David. Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor: “Señor, tú eres mi bien, no hay nada superior a ti”.
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte!
Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor: él está a mi lado, nunca vacilaré.
Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro:
porque no me entregarás la Muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.
Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha.

Evangelio según San Mateo 28,8-15.

Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: “Alégrense”. Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: “No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán”. Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: “Digan así: ‘Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos’. Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo”. Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.

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1. Qué valentía la de Pedro cuando el día de Pentecostés, ante todo el pueblo, proclama la resurrección de Jesús.

El que hacía pocos días le había negado, asustado ante los guardias y las criadas del palacio de Pilato, jurando que ni le conocía, ahora comienza, ante el pueblo y luego ante las autoridades de Israel, una serie de testimonios a cuál más intrépidos, que iremos leyendo a lo largo de esta semana. Entre sus negaciones y su testimonio ha habido un acontecimiento decisivo: la resurrección de Jesús y el envío de su Espíritu en Pentecostés. Pedro y los suyos han madurado mucho en la fe.

Esta primera predicación de Pedro es una catequesis clara y contundente sobre la persona de Jesús, dirigida precisamente a los habitantes de Jerusalén, los que habían estado más directamente implicados en su muerte: «vosotros lo matasteis en una cruz, pero Dios lo resucitó, y nosotros somos testigos».

Pedro centra con decisión su anuncio en la muerte y resurrección de Jesús. Cuando le vieron morir, parecía como que Dios le abandonaba: «ha salvado a otros, que se salve a sí mismo; si confía en Dios, que le salve, porque ha dicho que es el Hijo de Dios» (Mt 27,42s).

El mismo Jesús grita desde la cruz: “¿por qué me has abandonado?”. Pero Dios le resucitó, y ahora Pedro y los suyos son testigos de cómo le ha reivindicado delante de todos.

En la lectura, y luego en el salmo responsorial, tenemos un ejemplo muy claro de cómo la primera generación «cristianizaba» los salmos, cómo los interpretaba desde Cristo.

Allí donde el salmista, un judío creyente sumido en el dolor pero lleno de confianza, afirmaba: «con él a mi derecha no vacilaré… mi carne descansa serena, porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción, me enseñarás el sendero de la vida», Pedro, y con él la comunidad cristiana, ponen estos sentimientos en boca del mismo Cristo Jesús. Consideran que la resurrección de Jesús ya estaba anunciada proféticamente en este salmo, que ahora resulta un verdadero «Magnificat» puesto en boca del Resucitado.

2. a) Dos grupos de personas han visto el sepulcro vacío y corren a anunciarlo, aunque de forma muy distinta: las mujeres y los guardias.

No es pequeño el mérito de aquellas mujeres seguidoras de Jesús. Le habían acompañado y ayudado durante su ministerio. Estuvieron presentes al pie de la cruz, con una valentía que dejaba en evidencia la cobardía de la mayoría de los apóstoles. Son también las que acuden antes al sepulcro, y ahora merecen la primera aparición del Resucitado.

Al ver el sepulcro vacío y oír las palabras del ángel que les asegura que «no está aquí, ha resucitado», se marchan presurosas, llenas a la vez de miedo y de alegría. Y en seguida se les aparece el mismo Jesús. Ellas venían en busca de un muerto y ahora le encuentran vivo. La primera palabra que les dirige es: «alegraos… no tengáis miedo», y les da un encargo: «id a comunicar a mis hermanos…». Estas mujeres creyentes son las que primero pueden dar testimonio de la resurrección de Jesús y se convierten en mensajeras de la gran noticia para con los mismos apóstoles: apóstoles de los apóstoles. Aunque no les van a hacer mucho caso.

Los guardias también han visto el sepulcro vacío. Su primer sentimiento es el miedo, porque han descuidado la misión que les habían encomendado. Pero aceptan el soborno que les proponen: la corrupción es un mal muy antiguo. Y hacen correr la voz de que han robado el cadáver del crucificado.

b) No tengáis miedo. Id a decir…

También nosotros nos sentimos animados por esta palabra, que nos invita ante todo a no perder nunca la esperanza. Y además, a seguir dando testimonio del Resucitado en nuestro mundo.

Primero fueron aquellas mujeres. Y como ellas, cuántas otras, a lo largo de la historia de la Iglesia, han dado parecido testimonio de Cristo Jesús en la comunidad cristiana, en la familia, en la escuela, en los hospitales, en las misiones, en tantos campos de la vida social.

Después de las mujeres vinieron Pedro, Juan y los demás apóstoles, y generaciones y generaciones de cristianos a lo largo de dos mil años. Y ahora, nosotros. En medio de un mundo que sigue prefiriendo la versión del robo, u otras igualmente pintorescas, los cristianos recibimos el encargo de anunciar a Cristo Resucitado, único salvador de la humanidad. Ante tantos que sufren desorientación y desencanto, nosotros nos convertimos en testigos de la vida y de la esperanza.

Probablemente, ante las dificultades y la apatía de muchos, también nosotros necesitemos oír la palabra alentadora: «alegraos… no tengáis miedo… seguid anunciando…». Nuestro testimonio será creíble si está convertido en vida, si se nos nota en la cara antes que en las palabras. La Resurrección de Jesús no es sólo una noticia, una verdad a creer o un acontecimiento a recordar: es una fuerza de vida que el Resucitado nos quiere comunicar a cada uno de nosotros.

Uno de los momentos privilegiados de nuestro encuentro con él es la Eucaristía. Cada vez que la celebramos deberíamos salir, como las mujeres del evangelio, llenos de la buena noticia y de la experiencia de comunión con el Señor, dispuestos a comunicar con verdadero aire de alegría a nuestra sociedad, a nuestra familia, a nuestra comunidad religiosa, el mensaje de vida que nos ha encargado el Señor resucitado.

También nosotros, como el salmista creyente y como Jesús en el trance de su muerte, podemos decir el salmo 15 con sentido. Si estamos experimentando momentos de desconcierto o de dolor, digámosle a Dios, al inicio de la Pascua: «con él a mi derecha no vacilaré… me enseñarás el sendero de la vida». Las dificultades de la vida pertenecen a nuestro seguimiento de ese Cristo que llegó a la nueva existencia a través de la pasión y de la muerte. Con él estamos destinados todos a la vida

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