Domingo 21 de Febrero de 2016
II domingo de Cuaresma
Morado.
Martirologio Romano: Memoria de san Pedro Damiani, cardenal obispo de Ostia y doctor de la Iglesia. Habiendo entrado en el eremo de Fonte Avellana, promovió denodadamente la vida religiosa y en los tiempos difíciles de la reforma de la Iglesia trabajó para que los monjes se dedicasen a la santidad de la contemplación, los clérigos a la integridad de vida y para que el pueblo mantuviese la comunión con la Sede Apostólica. Falleció el día veintidós de febrero en Favencia, de la Romagna (1072). Fecha de canonización: En el año 1823 por el Papa León XII.
Antífona de entrada Sal 26, 8-9
Mi corazón sabe que dijiste: “Busquen mi rostro. Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí”.
O bien: cf. Sal 24, 6. 2. 22
Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, que son eternos: que nuestros enemigos no triunfen sobre nosotros. Dios de Israel, líbranos de todas nuestras angustias.
Oración colecta
Padre santo, que nos mandaste escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con tu Palabra, para que, después de haber purificado nuestra mirada interior, podamos contemplar gozosos la gloria de su rostro. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
Oración sobre las ofrendas
Te pedimos, Señor, que este sacrificio borre nuestros pecados y santifique el cuerpo y el alma de tus fieles, para que podamos celebrar dignamente las fiestas pascuales. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión Mt 17, 5
Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: Escúchenlo.
Oración después de la comunión
Después de haber recibido estos gloriosos misterios, Padre, te damos gracias porque, aun viviendo en la tierra, ya nos haces partícipes de los bienes del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oración sobre el pueblo
Señor, bendice a tus fieles y protégelos constantemente; haz que se identifiquen de tal modo con el Evangelio de tu Hijo, que anhelen siempre aquella gloria con la que se mostró a los Apóstoles, y puedan alcanzarla felizmente. Por Jesucristo, nuestro Señor.
1ª Lectura Gn 15, 5-12. 17-18
Lectura del libro del Génesis.
Dios dijo a Abrám: “Mira hacia el cielo y, si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación. Entonces el Señor le dijo: “Yo soy el Señor que te hice salir de Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra”. “Señor, respondió Abrám, ¿cómo sabré que la voy a poseer?”. El Señor le respondió: “Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de tres años, y también una tórtola y un pichón de paloma”. Él trajo todos estos animales, los cortó por la mitad y puso cada mitad una frente a otra, pero no dividió los pájaros. Las aves de rapiña se abalanzaron sobre los animales muertos, pero Abrám las espantó. Al ponerse el sol, Abrám cayó en un profundo sueño, y lo invadió un gran temor, una densa oscuridad. Cuando se puso el sol y estuvo completamente oscuro, un horno humeante y una antorcha encendida pasaron en medio de los animales descuartizados. Aquel día, el Señor hizo una alianza con Abrám diciendo: “Yo he dado esta tierra a tu descendencia”.
Palabra de Dios.
Comentario
Cuando el pueblo hebreo se conduce con rectitud, por el camino de la bondad, el respeto, las buenas costumbres y la palabra de Dios, entonces se asemeja a las estrellas que están en el cielo, radiantes, brillantes, causa de suspiros y admiración continua. La profunda enseñanza de Abraham es que él supo salir del polvo para convertirse en el primer rayo de esperanza que cual lucero en la noche, nos alumbró el camino para hallar el propio.
Sal 26, 1. 7-9. 13-14
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? R.
¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz, apiádate de mí y respóndeme! Mi corazón sabe que dijiste: “Busquen mi rostro”. R.
Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí. No alejes con ira a tu servidor, Tú, que eres mi ayuda; no me dejes ni me abandones, mi Dios y mi salvador. R.
Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor. R.
2ª Lectura Flp 3, 17—4, 1
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos.
Hermanos: Sigan mi ejemplo y observen atentamente a los que siguen el ejemplo que yo les he dado. Porque ya les advertí frecuentemente y ahora les repito llorando: hay muchos que se portan como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la perdición, su dios es el vientre, su gloria está en aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra. En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio. Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren firmemente en el Señor.
Palabra de Dios.
O bien, más breve: Flp 3, 20—4, 1
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos.
Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio. Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren firmemente en el Señor.
Palabra de Dios.
Comentario
La luminosidad de Cristo Resucitado es para san Pablo motivo de esperanza. Son muchas las oscuridades que atravesamos en esta tierra, oscuridades producidas por los pecados propios y ajenos. En este caminar, avanzamos con seguridad cuando nos centramos en la luz de Cristo.
Aclamación Mt 17, 5
Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.
Evangelio Lc 9, 28b-36
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Él no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo”. Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Palabra del Señor.
Comentario
Moisés representa la Ley y Elías los profetas. Todo el Antiguo Testamento habla de Jesús y “de su partida” que iba a cumplirse en Jerusalén. Jerusalén será la ciudad del rechazo, del Viernes Santo, a oscuras, y de la muerte. Pero la existencia de Jesús no terminará allí. Como anticipo de lo que vendrá después, Jesús se muestra transfigurado. Para nosotros, sus discípulos que no entendemos el camino y nos resistimos a pasar por la cruz en Jerusalén, Jesús nos adelanta lo que vendrá: al final estaremos en la luz, con él, para siempre.
Oración introductoria
Señor, me acerco a Ti con fe, una gran confianza y mucho amor. Quiero subir contigo a la montaña de la oración para contemplarte e iluminar interiormente mi vida. Pido a la Virgen María, mi guía en el camino de la fe, que me ayude a vivir esta experiencia.
Petición
Jesucristo, dame la gracia de encontrarte íntimamente para dejar atrás, en esta Cuaresma, todo lo que me aparte de Ti.
Meditación
1.- Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. San Pablo les dice a los primeros cristianos de Filipos que ellos no deben comportarse como hombres carnales, cuyo Dios es el vientre, sino en personas espirituales, a imagen de Jesucristo. Era difícil para ellos, los cristianos de Filipos, renunciar a las exigencias y tentaciones del cuerpo; también resulta difícil para nosotros. Pero esta es nuestra lucha, una lucha que durará mientras nuestro espíritu esté sometido a las tentaciones de la carne. Mientras vivimos en el cuerpo, el vivir como personas espirituales será siempre una meta a la que debemos aspirar, aunque sabiendo que no llegaremos a ella definitivamente hasta después de nuestra muerte. Es la virtud de la esperanza la que debe dar alas a nuestro espíritu, creyendo firmemente que también nosotros podremos participar definitivamente de la victoria de Cristo sobre el cuerpo y la muerte. Con esta esperanza vivimos los cristianos.
2.- El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Sin la luz de Cristo, sin la salvación que nos viene de Cristo, poco podríamos hacer nosotros con nuestras solas fuerzas. Pero dentro de nuestro corazón oímos una voz que nos dice: “buscad mi rostro”. Nuestra respuesta debe ser una súplica y una promesa: no me escondas tu rostro, Señor, yo buscaré tu rostro. Buscar durante toda nuestra vida el rostro de Dios, el rostro del Dios encarnado en Cristo, esta es nuestra tarea, nuestro camino espiritual, durante toda nuestra vida. Sólo así tendremos derecho a esperar gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
3.- Maestro, ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados y no sabía lo que decía. La Transfiguración del Señor podemos decir: fue un momento maravilloso, de felicidad plena, pero ¡que pronto llegó la nube!, y los pobres apóstoles tuvieron que bajar a la áspera y complicada vida de cada día. ¿Es que la visión del Cristo transfigurado no les sirvió para nada a los apóstoles? Sí, y mucho, pero en clave de esperanza.
Jesús acababa de anunciarles la inminencia de su muerte y del duro camino que les aguardaba en la subida hacia Jerusalén. Pedro –siempre tan espontáneo y hasta temerario– le criticó entonces a Jesús duramente. Jesús le dijo entonces a Pedro que hablaba como Satanás, porque pretendía suprimir el dolor del camino de su vida. El Tabor definitivo, la resurrección gloriosa, llegaría a su tiempo, paro antes tendrían aún que subir al monte del Calvario. Así es también nuestra vida, la vida de cualquier cristiano que quiera de verdad acompañar a Cristo hasta el final. Tendrá pequeños momentos de felicidad plena, pero la felicidad definitiva, el Tabor perpetuo, sólo lo alcanzará al final, con la resurrección gloriosa. Los pequeños momentos de Tabor deben servirnos para eso: para fortalecer nuestra esperanza en el Tabor definitivo. Esto es lo que quiso decir Jesús a sus tres desanimados discípulos con el deslumbrante espectáculo de su Transfiguración: esto es lo que les espera a todos ustedes en el momento final, pero por ahora debemos seguir caminando con esfuerzo hacia la cumbre sin desanimarnos. El Tabor definitivo lo tendremos después, pero por ahora debe ser sólo la luz que ilumine nuestro camino hacia la Resurrección. Miremos siempre al Tabor en clave de esperanza.
El domingo pasado, Jesús en el desierto, nos recordaba que –la tentación– avanzará en paralelo con nosotros, pero que nunca nos faltará la fuerza de Dios para darle batalla y progresar hacia la victoria. Hoy, con su Transfiguración, da un paso más: nos toma de su mano y nos lleva a un lugar tranquilo (por ejemplo la Eucaristía o la misma Palabra de Dios) para que nos vayamos configurando con El, meditemos sus enseñanzas o reconstruyamos de nuevo ese edificio espiritual y hasta corporal que las prisas, el agobio, el egoísmo, el individualismo y la superficialidad han demolido.
También nosotros somos testigos de la Resurrección de Cristo. No estamos en el monte Tabor como meros espectadores o marionetas. Nuestra presencia, aquí y ahora, en la oración o en los sacramentos, nos debe de empujar a ser algo más que simple adorno, en la misión o en el apostolado que llevamos entre manos. ¡Qué más quisiéramos, como Pedro, construir tiendas lejos del ruido y de los dramas de la humanidad! Pero, el Señor, si nos lleva a un lugar apartado, es para que comprendamos y entendamos que vivir en su presencia en esta vida, es un adelanto de lo que nos espera el día de mañana: la Gloria de Dios y el compromiso activo en el día a día.
Hoy, con el evangelio en la mano, podríamos preguntarnos si en algún momento (ante los amigos, enemigos, cercanos o lejanos) hemos dado firme testimonio de nuestra fe. O si, tal vez, por miedo al rechazo hemos preferido esconder la fe en el bolsillo. La fe no es algo bonito (aunque tenga sus expresiones estéticas, artísticas y musicales). La fe es algo que, cuando uno lo lleva hasta sus últimas consecuencias no deja indiferente a nadie: ni al que la profesa ni al que la observa.
Propósito
Visitar a Cristo en la Eucaristía y pedirle el don de conocerlo y amarlo mejor.
Diálogo con Cristo
Señor, que no soñemos nosotros con triunfos fáciles, con una vida de placeres y de glorias mundanas. A la luz de la gloria del cielo hemos de llegar a través del camino, muchas veces oscuro y penoso, de la cruz. Pero si vamos por esta senda, ¡vamos con paso seguro! Ahora compartimos tus sufrimientos en la cruz. Pero, cuando llegue aquel día bendito de nuestra propia transfiguración, nuestra dicha y nuestra gloria será casi infinita. De momento, tenemos que llorar y lamentarnos, pero de nuevo volverás a nosotros y nos llevarás contigo, y nuestra tristeza se convertirá en gozo. Y entonces, en aquel día ya sin noche y sin ocaso, nadie será capaz de quitarnos nuestra alegría
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