“Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzaron acantilado abajo y se ahogo en el en el lago. La gente fue a ver lo que había pasado. Se acocaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Se quedaron espantados. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su país”. (Mc 5,1-20)
La vida tiene cosas curiosas.
Y los hombres somos desconcertantes.
Un hombre que sufre de malos espíritus no preocupa demasiado.
Pero unos cerdos que se ahogan en el Lago esos sí son importantes.
Ya está bien que cerdos sean más importantes que las personas.
Que un hombre esté poseído y haya perdido el juicio, carece de interés.
Pero que unos cerdos se ahoguen eso sí es una tragedia.
Siempre las cosas terminan por ser más importantes que las personas.
Es más importante tener la casa en orden que el que los niños puedan jugar.
Es más importante el orden en casa que la vida de casa.
En una ocasión me vino una pareja. Tenían un tremendo lío.
El era un desordenado. Y ella era esclava del orden.
Se pasaban el día discutiendo.
Al fin como no lograba convencerles les dije: “Miren, no conozco lugar donde todo esté tan ordenado como el cementerio. Allí cada uno ocupa su nicho y no estorba a nadie. Pero, claro, en el cementerio no hay vida”. Me miraron con caras raras y se fueron.
La verdad es que no sé si los convencí.
Es más importante el trabajo que la familia.
Es más importante sacar horas extras que estar con los hijos.
Es más importante el dinero que las personas.
Es más importante la belleza de la casa que la belleza de la familia.
Es más importante la belleza de una boda que el sacramento que reciben.
Es más importante el vestido y la fiesta de Primera Comunión que la Comunión misma.
Es más importante que los Bancos están seguros, que el que se mueran de hambres los pobres.
Es más importante la macroeconomía, que la microeconomía de la que viven los pobres.
Para estos gerasenos los cerdos eran más importantes que el hombre que sufre.
Para estos gerasenos los cerdos eran más importantes que el mismo Jesús.
Llegan a tal punto que terminan “rogándole que se marchase de aquel país”.
Con Jesús sanando enfermos corrían el riesgo de quedarse sin cerdos.
Que hubiese enfermos eso que cada cual se las vea, aunque tenga que vivir en los cementerios.
Pero quedarse sin cerdos es toda una tragedia.
En su pueblo quisieron desbarrancarlo monte abajo.
En Gerasa no son tan brutos, pero delicadamente le piden que se “marche del país”.
Su presencia resulta no liberadora sino peligrosa.
Su presencia en su pueblo es un estorbo porque se niegan a aceptarle como profeta.
Su presencia en Gerasa es un peligro para los cerdos.
Es posible que todo esto a nosotros nos cause hasta risa.
Es posible que todo esto a nosotros nos parezca ridículo.
Pero, si reflexionamos bien, sin ser de su pueblo y sin ser gerasenos, tenemos mucho de parecido con todos ellos.
Lo que sucede es que las cosas se ven mejor cuando las hacen otros.
Lo difícil es cuando las hacemos nosotros.
Nosotros no le pedimos que se “marche” y nos deje tranquilos.
Pero sutilmente le marginamos de nuestras vidas, porque también nos estorba.
Otras veces no le dejamos en paz hasta que nos devuelve la salud.
Pero, una vez que nos sentimos curados, volvemos a olvidarnos de él.
Tenemos una idea del “Dios bombero” que solo sirve para apagar incendios.
Porque luego ¿quién se acuerdo de los bomberos?
Mientras tanto, el enfermo curado se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él. “Y todos se admiraban”.
Señor: es cierto que tu presencia, muchas veces nos complica la vida. Pero prefiero que nos compliques la vida a que nos dejes por imposibles. Echa al lago todos los malos espíritus que llevamos dentro, pero a nosotros sánanos.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario
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