El primer centro lo ocuparía una hermosa pila bautismal, siempre llena de agua para que la gente pueda santiguarse y donde se celebraría cada semana una solemnísima ceremonia de bautismo. El segundo centro sería el coro de los obispos y el tercer centro sería el altar. Así la Nave de los obispos sería la materialización del versículo de San Pablo que dice: Un Señor, una fe, un bautismo (Ef 4, 5). La profesión de la fe se realiza en el coro a través de la proclamación de la Palabra de Dios. El Señor está sobre el altar en la celebración de la eucaristía.
Lo que no aconsejo es que la Conferencia Episcopal creara un templo nuevo para materializar esto, es decir, un templo aparte en otro lugar. Si no es una catedral, lo que se cree siempre será un edificio frío y sin vida. Reunirse en una catedral, como la que he descrito, le ofrece a la asamblea una calidez y una vida que jamás tendrá un santuario aislado. En las naciones donde se ha tratado de impulsar un santuario nacional, casi siempre estos ofrecen un aspecto frío.
La Conferencia Episcopal sería la dueña de los edificios-muro donde se sitúen sus oficinas. También sería la dueña de los jardines, claustros y terrenos de alrededor que ellos compren y acondicionen. También ejercerían plena autoridad sobre la parte de la catedral contenida entre sus edificios-muro. Algo lógico, pues habrá un cierto número de sacerdotes que quieran vivir en ese edificio de la Conferencia. De manera que en esa parte de la catedral puedan organizarse las misas, predicaciones, retiros y otras cosas con plena autonomía respecto del resto de la catedral.
Insisto en que sería un error situar los edificios-muro cerca de la catedral y no unidos a ella. La condición necesaria para crear este micromundo que constituye esta catedral descrita radica en que las añadiduras y ampliaciones formen una unidad con el templo catedralicio. Deben formar una unidad, no estar cerca. Eso se ve claramente en algunas ciudades en que en una misma calle hay tres o cuatro iglesias a poquísima distancia: el efecto no es el mismo. Y es que todo esto no radica únicamente en una cuestión arquitectónica, sino el mundo eclesial que se crea en torno a un espacio catedralicio.
Si están totalmente unidas las partes, no importará que existan diversas autoridades en distintas partes del templo, lo mismo que ocurre en la Basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén. Por otra parte, el ejercicio de la autoridad es siempre nítido y no da lugar ni a ambigüedades ni conflictos. Le otorgaría más belleza a este espacio sacro el que estuviera dividido en tres juridiscciones la monástica (dividida a su vez en varias figuras), la del capítulo (ejercida por el deán) y la de la Conferencia Episcopal; ejercida esta última por un sacerdote nombrado como rector por la Conferencia
Si están totalmente unidas las partes, no importará que existan diversas autoridades en distintas partes del templo, lo mismo que ocurre en la Basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén. Por otra parte, el ejercicio de la autoridad es siempre nítido y no da lugar ni a ambigüedades ni conflictos. Le otorgaría más belleza a este espacio sacro el que estuviera dividido en tres juridiscciones la monástica (dividida a su vez en varias figuras), la del capítulo (ejercida por el deán) y la de la Conferencia Episcopal; ejercida esta última por un sacerdote nombrado como rector por la Conferencia
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