“Se originó entonces una discusión entre un judío y los discípulos de Juan y le dijeron: “Oye, Rabí, el que estaba contigo en la otra orilla del Jordán, de quien tú has dado testimonio, ese está bautizando y todo el mundo acude a él”. (Jn 3,22-30)
Los celos y los individualismos paralizan muchas de nuestras obras.
Preferimos que queden sin hacer a no que las hagan otros.
Sobre todo si no son de nuestra simpatía.
¡Cuánto nos cuesta aceptar los éxitos de los demás!
¡Cuánto nos cuesta aceptar que los demás crecen más!
¡Cuánto nos cuesta aceptar que los demás triunfan más que nosotros!
¡Cuánto nos cuesta aceptar que los otros brillan más!
¡Cuánto nos cuesta aceptar que los demás nos van ganando terreno!
“Todo el mundo acude a él”.
Y claro te están quitando discípulos.
Te están quitando prestigio.
Te están quitando figuración.
Pensamos que somos grandes y qué fácilmente demostramos nuestra pequeñez!
¡Qué pronto se nos ve la suela del zapato!
Por eso nos cuesta alegrarnos de que los demás triunfen.
Nos cuesta ser felices con la felicidad de los demás.
Tenemos miedo a que los otros nos ganen ambiente y prestigio.
El camino de la felicidad es otro:
Gracias, Señor, porque mis amigos han tenido suerte.
Gracias, Señor, porque mis amigos están triunfando.
Gracias, Señor, porque mis amigos viven felices.
Gracias, Señor, porque mis amigos están siendo reconocidos.
Gracias, Señor, porque mis amigos ganan más que yo.
Gracias, Señor, porque mis amigos tienen más éxito que yo.
Gracias, Señor, porque mis amigos son más tenidos en cuenta.
Gracias, Señor, porque mis amigos han encontrado trabajo.
Gracias, Señor, porque mis amigos gozan de buena salud.
Gracias, Señor, porque mis amigos tienen lo que yo no tengo y quisiera tener.
Muchos de nuestros problemas nacen:
De esas pequeñas envidias que nos apolillan por dentro.
De esos pequeños celos de otros tienen lo que yo no tengo.
De esos pequeños celos de que hablen mejor de los demás.
De esos pequeños celos de que los demás sean más admirados.
Juan, con toda su seriedad, era mucho más feliz.
Sabía reconocer el éxito de Jesús.
No le dolía que sus discípulos le siguiesen.
Al contrario, se sentía feliz de no haber predicado en vano.
Se sentía feliz de haber cumplido su misión y la de ellos.
Sentía que él no era el esposo, sino Jesús.
Y se sentía amigo del esposo y por eso se alegraba con la voz del esposo.
Y su alegría no era fingida ni disimulada.
Al contrario, el mismo confiesa que el éxito de Jesús le colma de alegría.
“Pues esta alegría mía está colmada”.
Vivir la experiencia de la alegría del Evangelio:
No está en jalar hacia abajo a los demás.
No está en subirnos sobre los demás para vernos más altos.
Sino en que sean los otros los que crecen incluso a cuenta nuestra.
Nos debiera alegrar de que los otros sean mejores que nosotros, porque nosotros les hemos ayudado.
Nos debiera alegrar de que los otros sean más santos, porque nosotros les hemos servido de apoyo.
Saber situarnos en nuestro lugar y dejar paso a los demás.
Saber que nosotros somos semilla, por más que nunca nos veamos como espiga.
Saber que nosotros somos maestros que hacemos discípulos más sabios que nosotros.
Lo más triste en la vida es ser estorbo para que los otros crezcan.
No me gustan las represas que detienen el agua de los ríos y la embalsan.
Me gusta que el cauce esté siempre limpio y libre para que el agua corra limpia.
Señor, dame la alegría de que los otros van por delante,
por más que yo me vaya quedando solo.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Navidad
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