Bocadillos espirituales para vivir la Navidad: Viernes después de la Epifanía – Ciclo C

“Estando Jesús en un pueblo, se presentó un hombre lleno de lepra; al ver a Jesús cayó rostro en tierra y le suplicó: “Señor, si quieres puedes limpiarme”. Y Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero, queda limpio”. (Lc 5,12-16)

Encuentro dos que rompen con la Ley.
Un leproso que legalmente tiene que vivir muerto en vida.
Un leproso que tiene que vivir marginado encerrado en su soledad.
Un leproso condenado al sufrimiento de la lepra y sufrimiento de su marginalidad.

Hablando a los nuevos 20 Cardenales el Papa Francisco hizo este lindo comentario que lo resume todo:

“Jesús ha querido curar al leproso, ha querido tocar, ha querido reintegrar en la comunidad, sin autolimitarse por los prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante; sin preocuparse para nada del contagio. Jesús responde a la súplica del leproso sin dilación y sin los consabidos aplazamientos para estudiar la situación y todas sus eventuales consecuencias. Para Jesús, lo que cuenta sobro todo es alcanzar la salvación, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos. Jesús no tiene miedo al escándalo. El no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación que se escandalizan de cualquier apertura, de cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, de cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista. El ha querido integrar a los marginados y salvar a los que están fuera del campamento”.

Jesús siempre atento al sufrimiento humano.
Siempre atento a los marginados humana y legalmente.
Siempre atento a suprimir el sufrimiento humano.
Siempre dispuesta a jugarse el tipo por el hombre.
Incluso si tiene que quebrantar la ley.
Incluso si él mismo queda marginado por la religión de la ley.

Una ley posiblemente mucho más de tipo sanitario.
Evitar los contagios.
Pero que, no por eso, dejaba de morir a los leprosos.
Y Jesús vino a traer vida y no muerte.
Vino a dar la libertad y no a oprimir.

Si este leproso hubiese cumplido con la ley, seguiría leproso.
Moriría leproso.
Y la quebrantó acercándose a Jesús.
Ambos quebrantaron la ley:
el leproso que se acercó a Jesús.
Algo prohibido por la ley.
La quebró Jesús que le impuso la mano y le tocó.
Eso estaba prohibido por la ley.

Para Jesús es más importante el hombre que la ley.
Es más importante la salud del hombre que la ley.
Es más importante escuchar el grito de sufrimiento del leproso que escuchar las exigencias de la ley.
Para Jesús la única ley verdadera es la ley del amor.
El amor está por encima de todas las leyes. El amor es la verdadera ley de Dios.

Puede que la ley sea necesaria, no lo negamos.
Pero lo que realmente importa:
Es cómo valorar a la persona humana.
Cómo devolver la dignidad a la persona humana.
Cómo hacernos sentir lo importantes que somos.
Cómo rescatarnos de nuestras debilidades.

¿Cuál es la verdadera ley de la Iglesia?
¿Mancharse a sí misma? ¿Declararse impura a sí misma?
¿O salvar lo que estaba perdido? ¿O sanar lo que estaba enfermo?

Confieso que mis gustos no serán compartidos por muchos.
Prefiero una Iglesia misericordiosa, que una Iglesia fiel a las leyes.
Prefiero una Iglesia comprensiva, que una Iglesia rígida y estricta.
Prefiero un Jesús que se hace impuro legalmente él mismo, que no un Jesús que sigue de largo y prefiere la legalidad y se olvida del hombre.
Prefiero un Jesús que perdona, a un Jesús estricto adicto a la ley.
Prefiero un Jesús que me revela el amor de Dios, que no el que me enseña a ser esclavo de las normas.
Prefiero un Jesús legalmente impuro pero que me sana.
Prefiero un Jesús que prefiere la salud y salvación del hombre, que un Jesús que aplica las leyes humanas.

Señor:
Sé que hay demasiada lepra en mi corazón.
Pero también sé que, a pesar de todo, tú alargas tu mano, que es como alargar tu corazón, y me sanas de mis flaquezas y debilidad.
Por eso, Señor, prefiero que, si algún día me vas a pedir cuentas, me juzgues de que he amado y no de que he sido infiel a muchas de las normas y leyes.
Perdóname si estoy equivocado.
Pero prefiero equivocarme amando, que acertar siendo juez de mis hermanos.
Hazme legalmente impuro. Pero hazme puro imitando tu amor.

Clemente Sobrado C. P.

Archivado en: Ciclo C, Navidad


21:56

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