Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 2 – Ciclo C

“Había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaba también invitado a la boda. Faltó el vino y la madre de Jesús dijo: “No les queda vino”. (Jn 2,1-11)

Novios felices

Flickr: Javier Bouzas

Comenzamos los domingos del tiempo ordinario con la celebración de las bodas de Caná de Galilea.
Es la primera señal del reino.
La conversión del agua en vino, para sacar del apuro a una pareja de recién casados, todavía celebrando la boda.
¿Será la boda un ambiente adecuado para presentarse Jesús en público? ¿Y no nos resulta extraño que el primer milagro de Jesús sea precisamente surtir de vino a una fiesta?
De seguro que algún exigente espiritualista hubiera preferido que Jesús convirtiese el vino en agua. Eso pareciera ser un signo de mayor austeridad y seriedad.
Pero ¿acaso Jesús vino a anunciar la austeridad y la mortificación o vino a anunciar la fiesta de Dios con los hombres?
¿Acaso Jesús vino para aguar nuestras fiestas, o más bien, no vino precisamente para anunciar la fiesta del amor de Dios a los hombres? Y el amor de Dios a los hombres tiene más de boda que de velorio.
El amor de Dios tiene más de alegría que de tristeza.
¿Por qué pensaremos siempre que lo triste, lo doloroso, lo que fastidia, lo que nos hace privarnos de las cosas, tiene que ser más agradable a Dios que la fiesta, la danza, la alegría, el canto y el baile?

Jesús comienza su vida pública, en el Evangelio de Juan, con una fiesta y El metido en la fiesta. Símbolo de lo que tiene que ser el creyente que ha descubierto la novedad de su Evangelio.
Esta boda de Caná de Galilea es el símbolo de la Alianza Antigua, que los hombres deterioraron con una serie de exigencias legalistas, hasta privarla de la alegría y sentido festivo del compromiso de Dios con el hombre. Por eso es una fiesta en la que María “está” y en la que Jesús es un simple “invitado”.
Pero es una de esas fiestas a las que les falta el vino de la alegría.
Porque la ley no hace alegres los corazones. Y desde un comienzo, Jesús, anuncia la nueva alianza, el nuevo pacto, las nuevas bodas de Dios con el hombre.

Una alianza y una boda que tiene que estar marcada por la fiesta, por la alegría, por el gozo y la celebración, y donde el vino festivo tiene que correr abundante. Seis tinajas de cien litros cada una, dan seiscientos litros de vino. ¡A beber, herma nos, y a celebrar la fiesta de Dios! ¡A convertir nuestras celebraciones en las verdaderas fiestas de Dios con los hombres y de los hombres con Dios!
Nuestras Misas ¿cuánto tienen de alegría? Porque también la Misa es una boda de Dios con nosotros y nosotros con él. Pero a la mayoría de nuestras Misas les falta la alegría de la fiesta. Les falta el buen vino de la alegría y la fiesta.

Escuchemos lo que dice el Papa Francisco:

“El evangelista Juan, al inicio de su Evangelio, narra el episodio de las bodas de Caná, donde estaban presentes la Virgen María y Jesús, con sus primeros discípulos. Jesús no solo participó en ese matrimonio, sino que “salvó la fiesta” con el milagro del vino.
Por tanto, el primero de sus signos prodigiosos, con el que Él revela su gloria, lo cumplió en el contexto de un matrimonio, y fue un gesto de gran simpatía para esa familia naciente, solicitado por el cuidado maternal de María.
Y aquí precisamente Jesús comienza sus milagros, con esta obra maestra, en un matrimonio, en una fiesta de bodas: un hombre y una mujer. Así Jesús nos enseña que la obra maestra de la sociedad es la familia: ¡el hombre y la mujer que se aman! ¡Ésta es la obra maestra!

El testimonio más persuasivo de la bendición del matrimonio cristiano es la vida buena de los esposos cristianos y de la familia. ¡No hay mejor forma para mostrar la belleza del sacramento!
El matrimonio consagrado a Dios cuida esa unión entre el hombre y la mujer que Dios ha bendecido desde la creación del hombre; y es fuente de paz y de bien para toda la vida conyugal y familiar. Por ejemplo, en los primeros tiempos del cristianismo, esta gran dignidad de la unión entre el hombre y la mujer derrotó un abuso que hasta entonces era normal, es decir, el derecho de los maridos de repudiar a las mujeres, también con los motivos más engañosos y humillantes. El evangelio de la familia, el evangelio que anuncia este sacramento ha vencido esta cultura de repudio habitual.
La semilla cristiana de la igualdad radical entre los cónyuges debe hoy llevar nuevos frutos.
El testimonio de la dignidad social del matrimonio se hará persuasivo precisamente por este camino, el camino del testimonio que atrae, de la reciprocidad del hombre y complementariedad en el hombre”.

Queridos hermanos y hermanas, ¡no tengamos miedo de invitar a Jesús a la fiesta de la boda! ¡Y también a su Madre María!
Los cristianos, cuando se casan “en el Señor”, son transformados en un signo eficaz del amor de Dios.
Los cristianos no se casan solo por sí mismos: se casan en el Señor en favor de toda la comunidad, de toda la sociedad”.
Que la fiesta no dure la noche de bodas.
Que la fiesta dure toda la vida.
Convirtamos cada día el agua de nuestras vidas en sabroso vino de la alegría.

Clemente Sobrado C. P.

Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario


14:19

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