“Un sábado, atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: “Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?”… “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del Hombre es señor también del sábado”. (Mc 2, 23-28)
Le ley es para el hombre. No el hombre para la ley.
La religión de la ley está para servir al hombre.
Y no el hombre y el hombre para la religión de la ley.
La religión que anuncia Jesús es la religión del amor.
Por tanto una religión salvadora del hombre.
Una religión de la libertad de los hijos.
Quienes viven la religión porque “está mandado” sencillamente cumplen con la ley, pero no cumplen con Dios.
Puedo ir a Misa porque es “obligación” y no haber vivido la misa.
Santo Tomás decía que la finalidad de la ley era “ayudar a nuestra libertad”.
La ley no es para suplir nuestra libertad.
Tampoco para suprimirla.
“Padre, el pasado domingo no he podido venir a misa porque tenía que atender a mi mami que estaba grave”.
¿Y qué pecado es ese?
Pecado hubiese sido abandonar a tu mamá que te necesitaba.
San Vicente de Paúl lo entendió muy bien. Y ordenó a sus religiosas que si estaban haciendo oración en el coro, pero un enfermo las necesitaba, dejasen el coro y atendiesen al enfermo.
Era abandonar a Dios por Dios. “Estuve enfermo”.
Hasta Dios se encarna y se hace hombre para atender al hombre.
“El cual siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo
haciéndose semejante a los hombres
y apareciendo en su porte como hombre”. (Flp 2,6-7)
No podemos invertir el orden de las cosas:
No es el hombre para las cosas.
Son las cosas para el hombre.
No es el hombre para el dinero.
Es el dinero para el hombre.
No es el hombre para la autoridad.
Es la autoridad para el servicio del hombre.
No es el hombre para la disciplina.
Es la disciplina para el hombre.
No es el hombre para producir más.
Se produce más para que viva mejor el hombre.
No es el hombre para el tiempo.
Es el tiempo para el servicio del hombre.
No es el enfermo para que haya más medicinas.
Necesitamos más medicinas para los enfermos.
No es la pobreza para que podamos ganar indulgencias con la limosna.
Sino para que cuestionemos nuestra justicia.
Dios no es celoso.
No hizo al hombre esclavo sino libre.
Y el hombre sirve a Dios ejerciendo su libertad.
Y el hombre sirve a Dios sirviendo a sus hermanos.
Antes es reconciliarse con el hermano, que llevar la ofrenda al altar.
Antes es atender el hambre que el cumplimiento del sábado.
Antes es dar de comer al hambriento que darle el dinero a la Iglesia.
Primero es el hombre. Luego la ley para el hombre.
San Pablo lo expresó de otra manera: “Todas las cosas son vuestras. Vosotros de Cristo y Cristo de Dios”.
Las cosas llegan a Dios a través de su servicio a la dignidad del hombre.
El hombre llega a Dios a través de Jesús.
Y Jesús nos lleva a Dios.
Clemente Sobrado C. P.
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