Vieja discusión. En algunos momentos, cuando mis feligreses me notan cansado, una de las sugerencias que me hacen es que busque voluntarios para el despacho parroquial. Pues ya ven, justo para eso, no.
Bien está contar con voluntarios y colaboradores en liturgia, catequesis y caridad, o en cuestiones puramente administrativas, y cuantos más, mejor. Pero el despacho eso sí que no. El despacho es para el cura.
Supongo que todo esto depende de lo que entendamos por despacho parroquial. Si en tal concepto comprendemos cosas como pasar partidas, emitir certificados o anotar misas, pues la verdad es que cualquiera puede hacerlo. Lo que ocurre es que suele ser mucho más, incluso en los supuestos anteriores.
Al despacho llega de todo. Una partida de bautismo, por supuesto, pero tras la cual hay una primera comunión futura, un proyecto de matrimonio. Anotar un bautismo es más que poner fecha y tomar nota de un teléfono. Una misa que se encarga suele llevar tras de sí una importante carga de dolor que es bueno acoger y confortar. Llegan problemas económicos y sociales, inquietudes morales, dudas de tantas cosas. Otras veces son personas que necesitan confesión o dirección espiritual y que llegan cuando llegan.
A mí me parece que los curas en el despacho hacemos una gran función. Quizá la primera es la de estar y que la gente sepa que casi a cualquier hora nos encuentra. ¿Acaso podemos emplear nuestro tiempo en algo mejor? Y por otra parte si al día dedicamos un tiempo para leer, estudiar, preparar charlas y homilías, dar salida a tanto papeleo, pues qué bueno hacerlo con el despacho abierto y así, de paso, si llega alguien, se le atiende.
Tengo compañeros ejemplares en esto. Uno de ellos me decía hace unos días que ahora, por circunstancias, no tiene un compañero que pueda estar en el despacho por las mañanas, así que se acabó lo de tener ese día libre, justo y necesario, porque no va a tener cerrados una mañana la iglesia y el despacho. Dice que lo que no puede permitirse es que alguien vaya a lo que sea y se encuentre la puerta cerrada. Buen cura, sí señor.
Curas como este son los que me han enseñado la importancia de estar horas con la puerta abierta, disponible, abierto a lo que pueda llegar, feliz cada vez que alguien acude y me dice eso de que “me imaginaba que estabas…” y ser queda un rato comentando cualquier cosa, pidiendo consejo, haciendo una sugerencia, simplemente comentando la actualidad. Bendito sea Dios.
Al final acabas cogiendo gusto a estar. En mi caso tanto, que hasta para trabajar me encuentro mucho mejor en la parroquia que en casa. Pues nada, despacho, puerta abierta y aquí estamos. Insisto, y es mi parecer, que es labor muy especial y necesaria del sacerdote.
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