“Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies y los curaba. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Me da lástima de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no puedo despedirlos en ayunas…” ¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?” “Cuántos panes tenéis?” Contestaron: “Siete y unos peces”. (Mt 15,29-37)
La multiplicación de los panes es una de las páginas más bellas del Evangelio.
Por eso se repite tanto con una u otra versión.
La gente que rodea a Jesús:
No son los grandes.
Tampoco los que lo saben todo.
Son “los tullidos, los ciegos, los lisiados, los sordo-mundos y muchos otros”.
Son como la basura de la humanidad.
Son aquellos que todo el mundo excluye y margina.
Esa es la familia y los amigos de Jesús.
Los que no tienen nada y todo lo esperan de él.
¿Quiénes son los que nos rodean hoy a nosotros?
¿Con quiénes andamos?
¿Quiénes nos buscan?
¿Por qué los pobres acuden a la Iglesia?
¿No será porque es la única que no los excluye?
Sentirse tocado por los marginados.
“Me da lástima de la gente, porque lleva tres días conmigo y no tienen qué comer”.
No basta tener ojos para ver toda esa gente “inútil y marginada”.
Es preciso dejarse tocar por su realidad.
Es preciso que lleguen a nuestro corazón.
Es preciso que despierten nuestra sensibilidad.
Es lindo lo que los periódicos publicaron con motivo de la visita del Papa a Filipinas.
Rompiendo todo protocolo ingresó a un centro donde estaban niños de la calle, enfermos, abandonados.
Glyzelle Palomar, una niña de 12 años, preguntó sollozando al Papa Francisco, por qué Dios deja que los niños caigan en la droga y la prostitución. El Papa la abrazó durante un largo rato estrechándola contra su corazón y respondió: “Es la única que preguntó algo que no tiene respuesta y que no sabía expresar en palabras sino con sollozos”.
“Por qué sufren los niños?” preguntó el Papa. Y conmovido dijo:
“Invito a cada uno a que se pregunte: ¿he aprendido a llorar cuando veo a un niño hambriento, un niño de la calle que se droga, un niño sin casa, un niño del que abusan?”
La multiplicación de los panes nos enseña a ver, a mirar.
Nos enseña a identificarnos con los necesitados.
Nos enseña a llorar por algo que vale la pena.
Nos enseña a estrechar contra nuestro corazón a los que sufren.
Nos enseña a preguntarnos:
¿Qué nos dicen los que sufren?
¿Qué nos dicen los que sufren hambre?
¿Qué nos dicen los que no tienen nada?
No a mandarlos a que se vayan y se las arreglen como puedan.
No a dejarlos que se hundan más “y se desmayen en el camino”.
Sino a poner a su disposición nuestros siete panes y nuestros peces.
No olvidemos que es uno de los gestos que apuntan a la Eucaristía.
¿Ya vemos nosotros a los pobres que nos esperan a la puerta de la Iglesia cuando salimos de la misa?
El Adviento es un tiempo que mueve las entrañas de Dios y nos hace el don de su Hijo.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Adviento, Ciclo C
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