Tánger |
La convivencia era pacífica en Tánger a mediados de los años treinta del siglo XX. Bajo dominación española, en la ciudad se daban cita tres comunidades religiosas: católicos, musulmanes y judíos. Juntos iban a la escuela y jugaban al fútbol, estudiaban y se divertían en idénticos lugares, había capacidad de trabajo en común: según cuenta uno de los que allí vivió, el ambiente era de concordia.
Es cierto que había un tema tabú: la religión. No estaba escrito en ningún sitio pero era aceptado por todos: de eso mejor no hablar. Se entendía, de modo tácito, que cada uno tenía la suya y hablar de ello, lejos de acercar posiciones, podría ocasionar la ruptura de la armonía establecida.
Sin embargo, un día Tariq decidió romper las reglas de juego. Era muy amigo de Luis. Ambos no tendrían más de doce años. Eran vecinos, y compartían largos paseos camino del colegio. Hablaban, como siempre, de casi todo… y Tariq traspasó la frontera.
—«¿Dónde encontráis los cristianos a Dios?», preguntó inquieto.
—«¿Por qué te interesa?», dijo Luis. El niño bereber contestó que tenía mucha curiosidad por saberlo, sobre todo teniendo en cuenta que Dios, para los musulmanes, es un ser lejano, absolutamente trascendente: Alá está en los cielos, es todopoderoso, lo gobierna todo y es mucho más grande de lo que podamos imaginar.
El muchacho católico se vio impelido a responder. Pensó que lo mejor era hablarle de la Eucaristía:
—«Nuestro Dios –le dijo– está en el cielo, pero es capaz de venir a la tierra». Tariq se mostraba cada vez más interesado, y su rostro revelaba que ciertamente se le encogía el corazón de solo pensar que Dios pueda venir al encuentro de los hombres. Luis siguió hablando: «Viene cuando nuestros sacerdotes pronuncian unas determinadas palabras, en la Santa Misa, y se hace presente sobre la mesa del altar…».
Su amigo no pudo contenerse: –«¿Y no os deslumbra su presencia?».
—«No, porque se oculta en el pan y en el vino, que fue la promesa de Cristo, y podemos recibirlo. Es en ese momento cuando los hombres nos unimos a Dios».
Tariq no ocultó entonces su entusiasmo: ¡Dios tan cerca! ¡Qué maravilla! ¿y cuándo ocurre eso, una vez en la vida, una vez cada cincuenta años?
—«No, Tariq, todos los días la Iglesia católica celebra este culto y Dios se hace presente en los altares».
Inmediatamente, el rostro del tangerino oscureció, apareciendo la duda en su semblante, que prontamente dejó paso al enfado cuando exclamó airado:
—«Eso que me cuentas, o no te lo crees o me engañas, porque, si de verdad Dios se hiciera presente todos los días en ese altar, ¿no crees que querrías ir a verlo siempre?».
Una respuesta así, y más viniendo de un amigo, no deja indiferente. A partir de ese día, Luis confiesa haber ido todos los días (o casi todos) a Misa.
Fulgencio Espá
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