Decimotercero domingo ordinario
(Sabiduría 1:13-15.2:23-24; II Corintios 8:7.9.13-15; Marcos 5:21-43)
Debajo del desierto en el oeste de Texas queda un inmenso depósito de agua llamado el Bolsón Hueco. Mucha de esta agua es dulce, pero mucha más es salada. Por un tiempo largo la ciudad de El Paso ha estado usando el agua dulce de modo que ya su cantidad es limitada. Entretanto el agua salada ha quedado como el sueño que se puede ver pero de que no se puede aprovecharse. Sólo en los últimos años se han construido plantas que remueven la sal del agua. Con este desarrollo el Bolsón Hueco puede suplir las necesidades de El Paso para agua por décadas si no por siglos. El evangelio que acabamos de escuchar cuenta de encuentros con Jesús que similarmente dejan a los involucrados más fértiles que jamás se imaginaron.
El pasaje es famoso como ejemplo de la técnica del evangelista Marcos de intercalar historias; eso es, poner una historia dentro de otra. Comienza con la petición del jefe de sinagoga que Jesús venga a curar a su hija de doce años agonizando. Sigue con el relato del encuentro de la mujer que ha sufrido hemorragias por doce años. Sintiendo desesperada, la pobre mujer se le acerca a Jesús para tocar su vestido. Maravillosamente se cura de la hemorragia. Sin embargo, Jesús no deja a la mujer con una simple curación. Aunque está en marcha para ver a la niña en peligro de muerte, toma tiempo para sanar a la mujer tanto espiritual como físicamente. Con la respuesta honrada de parte de la mujer a su pregunta, Jesús la pronuncia “salvada”. Cuando Jesús llega a la casa del jefe de la sinagoga, la hija ya ha muerto. Los dolientes se burlan de él por pensar que pueda ayudarla. No le importa a Jesús. Toma a la niña por mano y la levanta del sueño de la muerte.
La intercalación de las historias sirve primero para intensificar el drama. Podemos imaginar al padre de la niña angustiado cuando Jesús se detiene para hablar con la mujer. Diría algo como: “Por favor, Jesús, mi hija está muriendo”. Pero más importante aún es la manera en que las dos historias subrayan el poder de Jesús sobre la vida. Esto tiene que ver con el número doce que las dos mujeres afectadas por Jesús tienen en común. La niña tiene doce años, casi la edad en tiempos bíblicos para casarse y dar a luz a hijos. Su muerte le quitará este rol tan valorado. Similarmente las hemorragias le han quitado la posibilidad de la mujer para dar a luz a hijos. Ya con la intervención de Jesús las dos pueden dar vida. Sin embargo, tan maravillosa que sea dar a luz a hijos físicamente, no sobrepasa el valor de dar la vida espiritual por el testimonio de la fe. Ya la mujer con hemorragias y la niña que ha muerto han encontrado la salvación del Señor de la vida. ¿Cómo pueden parar de contárselo a todos?
No es que todos estén privilegiados a haber tenido a hijos. Algunas parejas tienen debilidades físicas. Otras personas por una razón u otra nunca se han casado ni han tenido relaciones íntimas. Otras se han dedicado a la castidad con la ilusión de servir al Señor. Esta condición no es triste si aquellos que la vivan se dedican a fomentar la vida por la proclamación del amor de Dios que nos viene a través de Jesucristo. Puede ser por palabras pero más eficaz aún es el testimonio por obras de caridad. También las madres y los padres pueden multiplicar la maravilla de dar a luz a hijos por criarlos cerca del Señor Jesús. Multiplican la maravilla de hijos por criarlos cerca de Jesús.
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