Homilía para e XII domingo durante el año B
El séptimo día de la creación, Dios descansa. Después de haber creado, durante los días precedentes, un universo que conoce los truenos y los relámpagos, las tempestades y los huracanes, los volcanes y los terremotos, Dios reposa calmamente porque, como le explica a Job en el texto de hemos escuchado como primera lectura, el estableció los límites a estos poderes de la naturaleza para que no los traspasen.
Los discípulos, al menos varios de entre ellos, eran marineros de profesión. Su error, en el Evangelio de hoy, fue no querer asumir su responsabilidad, que era controlar su barca mientras la tempestad. Ellos no tenían control sobre las fuerzas de la naturaleza; pero ellos tenían el control de su barca. Jesús duerme, después de una jornada agotante de predicación, porque el tiene confianza en sus discípulos que eran pescadores de experiencia y que además no era su primera tormenta en el inestable mar de Galilea. Él les deja hacer su trabajo. Después de todo el era carpintero, no marinero. Los discípulos saben mejor que él que hacer en esas circunstancias. El sabe que, mientras ellos se ocupan de su barca, otro se ocupa de los vientos y el mar. Ese otro es su Padre. Es en nombre propio y de Padre, que después de ser despertado por los discípulos ordena al viento y al mar que se calmen.
Es interesante remarcar que este episodio viene, en el Evangelio según san Marcos, después de las parábolas del grano y la mostaza. No hay crecimiento sin ninguna tormenta. La tempestad se desencadena, en el Evangelio de hoy, después que Jesús y sus discípulos han decido « pasar a la otra orilla » La mayor parte de los pasajes hacia otra orilla, en nuestras vidas, son también acompañados por tempestades. Debemos conducir nuestra barca lo mejor que podemos. Somos responsables de nuestra barca ; no somos responsables de los elementos cósmicos. La falta de fe que Jesús reprocha a sus discípulos es primeramente falta de fe en ellos mismos, antes que en la falta de fe en la verdad revelada que Dios ha puesto límites al viento y a la tempestad. En el interior de esos límites, ellos deben saber que hacer para conducir la barca, y es su responsabilidad hacerlo.
En nuestras vidas, no es raro que quedemos en medio de una tormenta. Frecuentemente nos desanimamos y nos dejamos ganar por el miedo. Rechazamos asumir nuestra responsabilidad y pedimos a Dios que venga a hacer nuestro trabajo en lugar nuestro.
O tratamos de controlar la situación misma; es decir, que tratamos de controlar la tempestad, cosa que no es nuestro trabajo, y que lo hacemos, además, desastrosamente. Tratamos de despertar a Jesús que duerme pacíficamente, teniendo confianza en nostros, probemos tener confianza en él y así también más confianza en nosotros, en su poder y en todo lo que nos dio.
En nuestras noches de tormenta, la verdad que puede siempre salvarnos es que Dios controla los elementos que nos envuelven, aún cuando parece que están fuera de control ; y que Jesús está con nosotros en nuestra barca, aún cuando parezca dormir y la barca hundirse.
Nuestra fe en él y nuestra fe en nosotros mismos son importantes la una como la otra. En fin de cuentas son la misma realidad, puesto que nuestro yo más profundo es nuestra configuración con Cristo.
Que nuestra Madre la virgen nos ayude a tener confianza en nosotros y a conducir la barca de nuestra vida configurados con su Hijo, Jesús.
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