«El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas (...) solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra», dejó dicho san Juan Pablo II en la introducción a la encíclica Laborem excercens. De ahí la importancia de acceder a un trabajo decente «libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación», definió Benedicto XVI en Caritas in veritate (63), «porque en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida» subrayó Francisco en Evangelii gaudium (192).
Mediante el trabajo, la persona, efectivamente, puede responder a sus necesidades, siempre que la organización y las condiciones de trabajo sean las adecuadas. Cuando no es así genera pobreza, exclusión y desigualdad, pero también puede acarrear insatisfacción, desesperación y sinsentido.
TERESA GARCÍA REPRESENTANTE DE LA INICIATIVA IGLESIA POR EL TRABAJO DECENTE
TERESA GARCÍA REPRESENTANTE DE LA INICIATIVA IGLESIA POR EL TRABAJO DECENTE

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