Me han parecido muy penosas unas declaraciones de la ministra de Justicia, Dolores Delgado, en las que, inquirida por el discutible auto que ha concedido la libertad provisional a los bicharracos de la Manada, afirmaba, refiriéndose a los jueces, que hacen falta “reformas mentales” y “desarrollo de una perspectiva de género”.
Tenía razón Aldous Huxley cuando, después de leer 1984, la novela distópica de George Orwell, escribía a su autor ponderando las virtudes literarias de la obra… y juzgando que su visión del futuro era completamente errónea. Orwell había imaginado un porvenir dominado por los totalitarismos añejos; Huxley, mucho más clarividente, consideraba que las nuevas formas de totalitarismo se dedicarían a moldear las conciencias (o, como diría la ministra de Justicia con sintagma más burdo, a “reformar las mentes”). En realidad, Huxley no hacía sino repetir con otras palabras lo que mucho antes ya había anticipado el clarividente Tocqueville en La democracia en América: «Los tiranos habían materializado la violencia; pero las repúblicas democráticas de nuestros días la han hecho tan intelectual como la voluntad humana que quieren reducir. El despotismo, para llegar al alma, golpeaba vigorosamente el cuerpo; y el alma, escapando a sus golpes, se elevaba gloriosa por encima de él. Pero en las repúblicas democráticas la tiranía deja el cuerpo y va derecha al alma. El amo ya no dice: “Pensad como yo o moriréis”, sino: “Sois libres de no pensar como yo. Vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservaréis, pero a partir de ese día seréis un extraño entre nosotros. (…). Os dejo la vida, pero la que os dejo es peor que la muerte”».
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