Oficio de lecturas – El Bautismo del Señor (Solemnidad) – Tiempo de Navidad



OFICIO DE LECTURA – DOMINGO DESPUÉS DEL 6 DE ENERO – TIEMPO DE NAVIDAD
De la solemnidad.

Himno: HOY DOS EXTREMOS SE HAN VISTO

Hoy dos extremos se han visto,
cuales nunca se verán:
Cristo arrodillado a Juan,
y Juan bautizando a Cristo.

El mar y abismo profundo
de la pureza infinita,
que las inmundicias quita
y los pecados del mundo,

hoy del Bautista se ha visto
ser lavado en el Jordán;
Cristo arrodillado a Juan,
y Juan bautizando a Cristo.

Bautiza la voz al Verbo,
el criado al Criador;
ved qué humildad de Señor
y qué autoridad de siervo.

Favor otra vez no visto
entre los hijos de Adán,
Cristo arrodillado a Juan,
y Juan bautizando a Cristo.

Los cielos se abren,
y allí la voz del Padre ha entonado:
«Aqueste es mi Hijo amado,
en el cual me complací.»

Y el Paracleto se ha visto,
testificando que están
Cristo arrodillado a Juan,
y Juan bautizando a Cristo.

Qué grande misterio encierra
el Jordán; cantad, criaturas:
«Gloria a Dios en las alturas
y paz al hombre en la tierra.» Amén.

V. Éste es mi Hijo amado.
R. Escuchadlo. 

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 42, 1-9; 49, 1-9

EL SIERVO HUMILDE DEL SEÑOR ES LA LUZ DE LAS NACIONES

Mirad a mi siervo, a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia en las naciones.

No gritará, no clamará, no voceará por las calles. No romperá la caña resquebrajada, no apagará la mecha aún humeante. Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.

Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó los cielos, que consolidó la tierra y todo lo que en ella brota, que dio el respiro al pueblo que la habita y el aliento a los que se mueven en ella:

«Yo, el Señor, fiel a mi designio de salvación, te he llamado en la justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he puesto como alianza del pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas. Yo soy el Señor, éste es mi nombre, no cedo mi gloria a ningún otro ni mi honor a los ídolos. Lo antiguo ya ha sucedido y algo nuevo yo anuncio, antes de que brote os lo hago oír.»

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: el Señor me llamó desde el vientre de mi madre, cuando aún estaba yo en el seno materno pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, en ti manifestaré mi gloria.» Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad el Señor se ocupaba de mi causa, Dios tenía en sus manos mi recompensa; yo era glorificado ante sus ojos, mi Dios era mi fortaleza.

Y ahora habla el Señor, que desde el seno materno me hizo su siervo para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel en torno suyo:

«Es poco que seas mi siervo para restablecer a las tribus de Jacob y hacer volver a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.» 

Así dice el Señor, el redentor y Santo de Israel, al despreciado y aborrecido de las naciones, al esclavo de los tiranos:

«Te verán los reyes y se pondrán de pie, te verán los príncipes y se postrarán; porque el Señor es fiel, porque el Santo de Israel te ha elegido.»

Así dice el Señor:

«En el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado; te he defendido y te he constituido como alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir las heredades desoladas, para decir a los cautivos: “Salid”, y a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”; aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas.»

RESPONSORIO    Cf. Mt 3, 16. 17; Lc 3, 22

R. Hoy se abrieron los cielos cuando fue bautizado el Señor en el Jordán, y el Espíritu de Dios bajó sobre él en forma de paloma, y se oyó la voz del Padre que decía: * «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias.»
V. El Espíritu Santo descendió sobre él en forma visible, como una paloma, y se dejó oír una voz del cielo:
R. Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias.

SEGUNDA LECTURA

De las Disertaciones de san Gregorio de Nacianzo, obispo
(Disertación 39, En las santas Luminarias, 14-16. 20: PG 36, 350-351. 354. 358-359)

EL BAUTISMO DE CRISTO

Cristo es hoy iluminado, dejemos que esta luz divina nos penetre también a nosotros; Cristo es bautizado, bajemos con él al agua, para luego subir también con él.

Juan está bautizando, y Jesús acude a él; posiblemente para santificar al mismo que lo bautiza; con toda seguridad para sepultar en el agua a todo el viejo Adán; antes de nosotros y por nosotros, el que era espíritu y carne santifica el Jordán, para así iniciarnos por el Espíritu y el agua en los sagrados misterios.

El Bautista se resiste, Jesús insiste. Soy yo quien debo ser bautizado por ti, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el más grande entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda creatura, el que había saltado de gozo ya en el seno materno al que había sido adorado también en el seno de su madre, el que lo había precedido y lo precederá al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo quien debo ser bautizado por ti; podía haber añadido: «Y por causa de ti.» Él, en efecto, sabía con certeza que recibiría más tarde el bautismo del martirio y que, como a Pedro, le serían lavados no sólo los pies, sino todo su cuerpo.

Pero, además, Jesús sube del agua; lo cual nos recuerda que hizo subir al mundo con él hacia lo alto, porque en aquel momento ve también cómo el cielo se rasga y se abre, aquel cielo que Adán había cerrado para sí y para su posteridad, como había hecho que se le cerrase la entrada al paraíso con una espada de fuego.

El Espíritu atestigua la divinidad de Cristo, acudiendo a él como a su igual; y una voz bajó del cielo, ya que del cielo procedía aquel de quien testificaba esta voz; y el Espíritu se apareció en forma corporal de una paloma, para honrar así el cuerpo de Cristo, que es también divino por su excepcional unión con Dios. Muchos siglos atrás fue asimismo una paloma la que anunció el fin del diluvio.

Honremos hoy, pues, el bautismo de Cristo y celebremos como es debido esta festividad.

Procurad una limpieza de espíritu siempre en aumento. Nada agrada tanto a Dios como la conversión y salvación del hombre, ya que para él tienen lugar todas estas palabras y misterios; sed como lumbreras en medio del mundo, como una fuerza vital para los demás hombres; si así lo hacéis, llegaréis a ser luces perfectas en la presencia de aquella gran luz, impregnados de sus resplandores celestiales, iluminados de un modo más claro y puro por la Trinidad, de la cual habéis recibido ahora, con menos plenitud, un único rayo proveniente de la única Divinidad, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO     

R. Hoy se han abierto los cielos y el mar se dulcificó, la tierra canta de alegría y los montes y colinas se llenan de júbilo: * porque Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán.
V. ¿Qué te pasa, mar, por qué huyes? Y tú, Jordán, ¿por qué te echas atrás?
R. Porque Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán.

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado. 

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, que proclamaste solemnemente a Cristo como tu Hijo amado, cuando era bautizado en el Jordán y descendía el Espíritu Santo sobre él, concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, que se conserven siempre dignos de tu complacencia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

10:56

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