“Ahí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay engaño.
Natanael le contesta: ¿De qué me conoces?
Jesús le responde: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. (Jn 1,43-51)
Vaya usted a saber lo que hacía Natanael debajo de la higuera.
Lo cierto es que para Jesús no hay lugar donde no pueda vernos.
Y además, cada mirada de Jesús dondequiera estemos es siempre una mirada que se hace llamada.
A mí, por ejemplo no me vio debajo de de una higuera. Y hubiera podido hacerlo, porque era especialista en robar los higos de uno de mis vecinos.
A mí me vio en una tarde de llovizna llevando la Unción de los enfermos a una señora muy grave. Y hasta me resulta curiosa la actitud de Natanael, porque los dos tenemos bastante de parecido.
Cuando Felipe le habla sobre Jesús de Nazaret, da una respuesta bien despectiva: “¿De Nazaret puede salir cosa buena?” No era precisamente la mejor actitud para entusiasmarse con Jesús.
Tampoco para mí era un momento demasiado espiritual. Yo había acompañado al sacerdote, no precisamente por el Santísimo que llevaba, sino porque, como era costumbre en las aldeas, quería tocar la campanilla avisando a la gente. Y recuerdo que ni entré a ver cómo le administraba el Sacramento. Por tanto mis disposiciones no eran las mejores. Es más, ni se me había pasado por la cabeza ser cura. Es más, cuando veía a un cura con su sotana negra y su sombrero, yo daba un rodeo para no encontrarme con él.
Y sin embargo:
Allí me pescó.
Allí me vio.
Allí me llamó.
Para que Dios nos vea y nos llame no hay lugar alguno seguro.
Te ve donde menos lo piensas.
Te llama donde menos los piensas.
Y por eso tampoco hay lugar alguno donde no puedas decirle que sí y seguirle.
Me lo contaba un seminarista en vísperas de su ordenación. Vino a hablar conmigo pidiéndome algunos consejos y orientaciones. Y en el momento menos pensado me dice:
¿Te apuesto a que no sabes dónde me nació a mí la vocación?
No tengo ni idea, tal vez en algún retiro juvenil, qué sé yo.
Pues, aunque no lo creas, mi vocación nació a las cuatro y cuarenta y cinco de la madrugada en una discoteca.
Entiendo lo de Natanael debajo de la higuera, pero a esas horas de la madrugada y en una discoteca, ya resulta más complicado. No voy a decir los motivos, pero siento la impresión de que Dios duerme bien poco.
Porque ¿qué pintaba Dios en una discoteca a las cinco menos cuarto de la madrugada?
No me digan que se pasó la noche bailando y tomándose unos tragos.
Y sin embargo por allí andaba. Y allí tocó el corazón de mi buen seminarista, que hoy es un estupendo sacerdote.
Como amigo te digo que no te fíes.
Si no estás dispuesto a que te vea y a escucharle, no te fíes demasiado, por algo decía el Catecismo que yo estudié de niño, que “Dios está en todas partes”. Y cuando vayas a recoger los higos de tu higuera presta atención porque es posible que también diga de ti que “eres un hombre en cuyo corazón no hay dolo” y te eche el guante,
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Navidad
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