6 de enero.

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Homilía para la Epifanía 2016 

La fiesta de la Epifanía es de origen Oriental y surgió en forma similar a la Navidad de Occidente. Los paganos celebraban en Oriente, sobre todo en Egipto, la fiesta del solsticio invernal el 25 de diciembre y el 6 de enero el aumento de la luz. En este aumento de la luz los cristianos vieron un símbolo evangélico. Después de 13 días del 25 de diciembre, cuando el aumento de la luz era evidente, celebraban el nacimiento de Jesús, para presentarlo con mayor luz que el dios Sol. La palabra epifanía es de origen griego y quiere decir manifestación, revelación o aparición. Cuando la fiesta oriental llegó a Occidente, por celebrarse ya la fiesta de Navidad, se le dio un significado diferente del original: se solemnizó la revelación de Jesús al mundo pagano, significada en la adoración de los “magos de oriente” que menciona el Evangelio.

Epifanía, entonces, quiere decir “revelación”. Y la revelación, evidenciada en cada una de las tres lecturas de la Misa de hoy, es aquella de la universalidad de la salvación ofrecida por Dios y por el hecho que cada persona humana está llamada a la salvación.

El Pueblo hebreo tenía una misión particular: recibir la Revelación de Dios Padre que quiere entrar en relación personal de amor con sus criaturas, aunque esto lo experimento como Pueblo, Dios es Padre del Pueblo. Israel estuvo siempre tentado en considerar que él era solamente el pueblo elegido y que la salvación le estaba reservada. Ya los profetas, por ejemplo Isaías, en la primera lectura de esta solemnidad, anuncian que todas las naciones vendrán a compartir esta relación con Dios. “Las naciones caminarán hacia la luz. Todas las gentes de Saba vendrán, trayendo oro e incienso y proclamando las alabanzas del Señor”. En la segunda lectura Pablo, formado en la mejor escuela del judaísmo, pero iluminado de manera particular en el camino a Damasco, anuncia a los Efesios, en el texto que tenemos como segunda lectura, que el “misterio de Cristo” que le fue revelado, es que “los paganos están asociados a la misma herencia, al mismo cuerpo, a compartir la misma promesa [de los hebreos] en Cristo Jesús, por el anuncio del Evangelio”.

En el Evangelio de hoy, Mateo, que escribe a los cristianos convertidos del judaísmo, muestra les muestra en esta escena en el establo de Belén, la realización de la profecía de Isaías, con los magos venidos de Oriente trayendo oro, incienso y mirra para adorar al niño Jesús, mientras no solamente Herodes, sino “toda Jerusalén con él” están presos de la inquietud por la noticia que un rey ha nacido en Israel.

El pueblo cristiano, a su vez, como el pueblo de Israel en el pasado se tiene que preocupar por superar la posible tentación de creer que somos los únicos salvados, recordando que hemos recibido la misión de proclamar este acontecimiento salvador para todos en Jesús de Nazareth. La solemnidad de la Epifanía es cada año el recuerdo de la universalidad de la salvación.

A esta fe en la universalidad de la salvación ofrecida por Dios se oponen todos los fundamentalismos. Y también se opone el indiferentismo de renunciar a la misión, porque al fin y al cabo todos se salvan. En el anuncio del Evangelio está la manera ordinaria y todos los medios que el Señor quiso dejarnos para encontrarlo, no debemos mezquinarlos ni ser perezosos en su anuncio.

Jerusalén, en el Evangelio de hoy, representa el poder –civil y religioso- preocupado de salvaguardar “su” lugar, “su” salvación, “su” religión. Es una tentación muy fuerte “haremos por nuestra cuenta” nosotros decidimos como tiene que ser la Iglesia, como tiene que ser la Misa, como tiene que ser las obras sociales, etc. Y muchas veces nos olvidamos consultar las Escrituras, nos volvemos sabios necios, como los que buscan dónde debía nacer el Mesías, nos olvidamos de la Iglesia, del Papa, del Obispo, etc. Como la Jerusalén que encuentran los magos no nos abrimos a la luz, y por eso, es una interpretación posible, al acercarse a esta Jerusalén los magos pierden el contacto con la estrella, la luz que los guiaba. Y solamente cuando los magos dejan Jerusalén la estrella que los había guiado hasta allá reaparece y los llena de una gran alegría. Y al volver no pasan por allí. Debemos entender bien la imagen, lo que no sirve no son las instituciones y la normas, lo que no sirve, encierra y ciega, es no recibir a Jesús y renunciar a buscar la verdad.

Aprendamos a identificar en nuestras vidas las circunstancias y lugares que nos cortan el contacto con la estrella que nos guía y nos privan del gozo de caminar hacia Aquél que da sentido a nuestra vida. Abrámonos al compartir con todos aquellos a quienes Dios les ha hecho brillar su estrella, en los cuatro puntos cardinales del universo. Y no pensemos que haciendo la religión a nuestra manera tendremos más luz, por el contrario, nos meteremos en un laberinto que poco a poco nos dejará en la sombra del sinsentido.

Que todos los Pueblos se dejen iluminar por Cristo. Por eso la liturgia de hoy muestra Tres epifanías: Los Magos, El Bautismo en el Jordán y las Bodas de Caná, como lo recuerda el himno latino de las Vísperas del Oficio de este día:

Hostis Heródes ímpie,
Christum veníre quid times?
Non éripit mortália
qui regna dat cæléstia.

Ibant magi, qua vénerant
stellam sequéntes præviam,
lumen  requírunt  lúmine,
Deum  faténtur múnere.

Lavácra puri gúrgitis
cæléstis Agnus áttigit;
peccáta quæ non détulit
nos abluéndo sústulit.

Novum genus poténtiæ:
aquæ rubéscunt hýdriæ,
vinúmque iussa fúndere
mutávit unda oríginem.
Iesu, tibi sit glória,
qui te revélas géntibus,
cum Patre et almo Spíritu,
in sempitérna sæcula. Amen.

Por qué temes, Herodes.

al Señor que viene?

No quita los reinos humanos,

quien da el Reino de los cielos.
Los Magos que iban a Belén

Siguiendo a la estrella:

En su luz amiga

Buscaban la luz de Dios

Haciendo regalos.
El Hijo del Altísimo

Se sumerge en el Jordán

El Cordero sin mancha

Lava nuestras culpas.
Nuevo prodigio, en Canaán:

brota vino de las tinajas

se enrojecen las aguas

mutando su naturaleza.

Jasús, a Tí sea la gloria,

que te revelas a los gentiles

al Padre y al Santo Espíritu

en los siglos de los siglos. Amén

Pidamos a Dios por intercesión de nuestra Reina y Madre, que en este día otorgue el don precioso de la fe a todas las almas que «yacen en las tinieblas y en sombras de muerte», que las ilumine con su estrella y que Él mismo sea «el sol que las visite desde lo alto» (Lc 1,78-79). Y para nosotros, que tenemos una vocación a la soledad y el silencio del corazón, les dejo esta palabra de San Pablo, que puede interpretarse como una epifanía contemplativa y todo nuestro itinerario espiritual: «Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo» (2 Cor 4, 6).Amén


17:06
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