Domingo 03 de Enero de 2016
2º domingo después de Navidad
Blanco
El Santísimo Nombre de Jesús.
El emblema o monograma que representa el Santísimo Nombre de Jesús consiste de las tres letras: IHS. En la mal llamada Edad Media el Nombre de Jesús se escribía: IHESUS; el monograma contiene la primera y la última letra del Santísimo Nombre. Se encuentra por primera vez en una moneda de oro del siglo VIII: DN IHS CHS REX REGNANTIUM (El Señor Jesucristo, Rey de Reyes). Algunos equivocadamente sostienen que las tres letras son las iniciales de “Jesús Hominum Salvator” (Jesús Salvador de los Hombres). Los jesuitas hicieron de este monograma el emblema de su Sociedad, añadiéndole una cruz sobre la H y tres clavos bajo ella. Consecuentemente se inventó una nueva explicación del emblema, pretendiendo explicar que los clavos eran originalmente una “V”, y que el monograma significaba “In Hoc Signo Vinces” (En Esta Señal deben Conquistar), palabras que, de acuerdo a un registro muy antiguo, vio Constantino en los cielos bajo el signo de la Cruz antes de la batalla en el puente Milvian (312).
Antífona de entrada cf. Sab 18, 14-15
Cuando un silencio profundo envolvía toda la tierra, y la noche se encontraba a mitad de su camino, tu Palabra omnipotente, Señor, desde su morada real descendió del cielo.
Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, que iluminas a quienes creen en ti, llena la tierra de tu gloria y manifiéstate a todos los pueblos por la claridad de tu luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Oración sobre las ofrendas
Padre, santifica estas ofrendas por el nacimiento de tu Hijo único, que nos muestra el camino de la verdad y nos promete la vida del reino celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión cf. Jn 1, 12
A quienes lo recibieron, les concedió llegar a ser hijos de Dios.
Oración después de la comunión
Señor y Dios nuestro, te pedimos humildemente que la fuerza de esta eucaristía nos purifique de nuestros pecados y dé cumplimiento a nuestros más nobles deseos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
1ª Lectura Ecli 24, 1-2. 8-12
Lectura del libro del Eclesiástico.
La Sabiduría hace el elogio de sí misma y se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de su Poder. “El Creador de todas las cosas me dio una orden, el que me creó me hizo instalar mi carpa, él me dijo: “Levanta tu carpa en Jacob y fija tu herencia en Israel”. Él me creó antes de los siglos, desde el principio, y por todos los siglos no dejaré de existir. Ante él, ejercí el ministerio en la Morada santa, y así me he establecido en Sión; él me hizo reposar asimismo en la Ciudad predilecta, y en Jerusalén se ejerce mi autoridad. Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia”.
Palabra de Dios.
Comentario
Esta meditación hace referencia a la “Tienda del Encuentro”, donde estaba el Arca de la Alianza. Esta carpa era el símbolo de la presencia de Dios en medio del pueblo. El mismo hecho de ser una tienda, una carpa, y no un edificio, evoca la figura de Dios caminante, ese Dios que va haciendo historia mientras marcha en medio de su pueblo
Sal 147, 12-15. 19-20
R. La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión! Él reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos dentro de ti. R.
Él asegura la paz en tus fronteras y te sacia con lo mejor del trigo. Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente. R.
Revela su palabra a Jacob, sus preceptos y mandatos a Israel: A ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos. R.
2ª Lectura Ef 1, 3-6. 15-18
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso.
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido. Por eso, habiéndome enterado de la fe que ustedes tienen en el Señor Jesús y del amor que demuestran por todos los hermanos, doy gracias sin cesar por ustedes, recordándolos siempre en mis oraciones. Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos.
Palabra de Dios.
Comentario
Cada uno de nosotros puede enumerar las bendiciones que Dios le ha regalado. Así, nuestra vida se vuelve una perpetua acción de gracias, y la fe, la esperanza y la caridad que vivimos, unidos, enriquece a toda la Iglesia.
Aleluya 1Tim 3, 16
Aleluya. Gloria a ti, Cristo, proclamado a los paganos; gloria a ti, Cristo, creído en el mundo. Aleluya.
Evangelio Jn 1, 1-18
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: “Éste es Aquél del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo”. De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre.
Palabra del Señor.
O bien más breve: Jn 1, 1-5. 9-14
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Palabra del Señor.
Comentario
El evangelista recurre a la imagen de la tienda para decirnos que el Verbo “habitó entre nosotros” (literalmente: “puso su tienda”). Esta imagen nos remite a la historia de Dios con su pueblo. Jesús es “Dios con nosotros” y está aquí como caminante, compartiendo las alegrías y las fatigas del camino. No caminamos solos. En nuestro peregrinar hacia la casa del Padre, Jesús viene con nosotros.
Oración introductoria
Señor, sabes que no soy el mejor, conoces toda mi miseria, pero por esto mismo vengo ante ti con la confianza de que me escucharás y me enseñarás el camino. Señor, ayúdame a creer. Quiero confiar plenamente en ti. Dame la gracia de esperarlo todo de ti y en ti. Enséñame a amar a los demás, para mostrarte el amor que te tengo.
Petición
Señor, que me dé cuenta del amor que me tienes y que me has mostrado al hacerte como uno de nosotros.
Meditación
1.- Santos e irreprochables.- “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones…” (Ef 1, 3) La segunda lectura de hoy nos presenta una de esas doxologías que brotan a menudo en los escritos paulinos. Momentos en los que el Apóstol se siente lleno de gratitud hacia Dios y exclama gozoso alabando la bondad y el poder divinos. Bendice al Padre precisamente porque él nos ha bendecido con toda clase de bendiciones. Ante la repetición del verbo bendecir nos podemos preguntar sobre el sentido y significado del mismo. Bendecir equivale a decir bien. Aplicado al hombre respecto de Dios viene a significar que el hombre habla bien de Dios, reconoce su dignidad divina y la proclama. Y lo mismo que una blasfemia ofende al Señor, una alabanza le honra. Si maldecir a Dios es un pecado gravísimo, alabarle y bendecirle es un modo de darle culto y ensalzarle.
2.- Cuando la bendición la formula Dios su significado es distinto, al menos en cierto sentido. Supone también unas palabras benevolentes hacia la persona bendecida. Pero al mismo tiempo esas palabras, en el caso de ser pronunciadas por el Señor, realizan esos bienes que se expresan, ya que Dios, a diferencia de los hombres, dice y hace. Así toda bendición divina se identifica con una promesa que, tarde o temprano, será cumplida. Por eso San Pablo, al considerar cuántos bienes nos han llegado con Cristo, no puede por menos que dirigirse a Dios para bendecirle, para proclamar su grandeza infinita.
Dios nos ha elegido, se ha fijado en nosotros, nos ha preferido a otros muchos, mejores quizá que nosotros. Una elección que se remonta al principio, y aún más allá, de los tiempos. Una elección que ha permanecido y sigue permaneciendo, haciéndonos objeto de la misericordia divina. Ante esta elección y preferencia no podemos por menos que sentirnos agradecidos, y deseosos de corresponder lo mejor que podamos al favor divino, que nos ha sido otorgado con tanta liberalidad y tan sin mérito alguno por parte nuestra.
Esa elección tiene como objetivo que seamos santos e irreprochables en su presencia. Hombres que se esfuerzan por cumplir, en todo y siempre, los planes divinos de salvación y redención, también cuando no hay otro testigo que Dios, callado e invisible. Vivir persuadidos sin cesar de la presencia del Señor y tratar, por encima de lo que sea, de hacer su voluntad. Y todo eso tan sólo por amor a Dios, sin interés alguno, sin buscar ningún provecho personal.
3.- Los hijos de Dios. Hay quien ha dado al Prólogo del evangelio de San Juan el nombre de obertura, porque lo mismo que esa parte inicial de una obra musical, trata de alguna forma los temas principales de todo el evangelio. Así nos habla del Verbo de Dios, o Hijo Unigénito del Padre, que se hace hombre y habita entre nosotros, para revelarnos todo aquello que ha de conducirnos a la vida eterna. Nos comunica también que somos hijos de Dios, gracias únicamente al poder y a la bondad de Dios. Estas son, en cierto modo, las dos vertientes fundamentales que se destacan en este célebre pasaje evangélico: Jesucristo, Dios y hombre verdadero, es la revelación del Padre, y todo aquel que cree en Él recibe el don divino y gratuito de la filiación divina.
Podríamos decir que sólo con eso ya estaría más que justificada la veneración multisecular que la Iglesia ha tenido hacia esta página evangélica, mantenida en la liturgia de la Santa Misa, durante mucho tiempo, como una bendición que cerraba con broche de oro el ritual del Sacrificio incruento de Cristo. Prueba de esa veneración es que todavía hoy, en contra de lo que suele hacerse para evitar la repetición de los mismos pasajes evangélicos, se lee también en otras celebraciones de la Eucaristía, como ocurre en la Misa del día de Navidad.
4.- Aparte de las ideas que hemos señalado como principales, hay además otras verdades que San Juan, de forma poética, nos transmite. Nos dice que por medio de la Palabra todo ha sido hecho El Verbo de Dios como causa eficiente y ejemplar de toda la creación Luego, ya casi al final de la pericona, nos revela que la gracia y la verdad nos han venido por Jesucristo, de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Lo mismo que en la primera creación, también ahora se verifica la renovación del hombre y del mundo entero, como en una segunda y nueva creación, gracias al Verbo de Dios, a la Palabra que se hace carne, al Hijo de Dios que se hace hombre para morir en una Cruz por salvarnos.
5.- También nos habla de la Luz y de las tinieblas, de ese forcejeo que en un combate cósmico se libra entre el Bien y el mal, para terminar con la victoria final de Dios, pues las tinieblas nunca podrán apagar ni extinguir la Luz, esa que brilla y alumbra a todos los hombres para que descubran la huella de Dios y le sigan hasta el final. Partícipe de esa Luz era el Bautista que, como hace la aurora con el día, anunciaba la llegada de Cristo, Luz del mundo. Con un deje de tristeza nos refiere San Juan que vino Dios a los suyos y que los suyos no le recibieron. Es la tragedia del pueblo escogido que no fue capaz de vislumbrar al Mesías, prometido desde antiguo, en Jesús de Nazaret, a pesar de sus palabras y, sobre todo, de sus obras. Pero no todos le rechazaron. Hubo muchos judíos que vieron y creyeron en Cristo, le recibieron y le aceptaron, le amaron con toda el alma. Esos judíos, -entre los que destaca Juan-, así como cuantos creen en Cristo, sean de la raza que sean, esos son los hijos de la Luz, los hijos de Dios.
6.- Vino a su casa y los suyos no la recibieron. Se refiere, en el texto evangélico, a la Palabra de Dios, a la Palabra que vino al mundo y el mundo no la conoció, a la Palabra que estaba junto a Dios y a la Palabra que era Dios, al Verbo encarnado, a Cristo. San Juan nos dice que esta persona, Cristo, vino a su pueblo, al mundo judío, a Jerusalén, y que los judíos no le recibieron. La historia la conocemos todos nosotros suficientemente y no es cuestión de repetirla, o comentarla, aquí ahora otra vez. La pregunta que realmente nos interesa responder a nosotros es si realmente nuestro mundo es mejor que el mundo judío del tiempo de Jesús, es decir, si nosotros, nuestro mundo, nuestra casa, recibirían hoy a Cristo mejor de lo que le recibieron los judíos. Desde luego, en nuestro mundo no hay ningún partido político que incluya en su programa el sermón de las bienaventuranzas. Y si Cristo viniera ahora a nuestro mundo predicando el sermón de las bienaventuranzas, iba a tener muy pocos seguidores; no creo que consiguiera suficientes diputados para tener representación parlamentaria. Nuestro mundo, el mundo en el que nosotros vivimos, no es el mundo de Dios; el reino de Dios está muy lejos de nuestro mundo. Esto, yo creo que todos los vemos bastante claro. Pero, a nivel familiar, o particular, ¿podemos decir que, mayoritariamente, el evangelio de Jesús es el que dirige y gobierna nuestras vidas? Pues, también aquí podemos decir que mayoritariamente no, aunque existan, ¡gracias a Dios!, muy honrosas excepciones. Debemos ser cada uno de nosotros, en particular, los que debemos hacernos, con total seriedad, la pregunta del principio: cuando Cristo llama a mi puerta, ¿le abro y le recibo con todas las consecuencias que esto supone? ¿No estaremos, desgraciadamente, muchos de nosotros, bien representados en el famoso soneto de Lope de Vega?: “… ¿qué tengo yo que mi amistad procuras, qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta cubierta de rocío pasas las noches del invierno oscuras? Cuántas veces el ángel me decía: alma, asómate ahora a la ventana; verás con cuánto amor llamar porfía. Y cuántas, hermosura soberana, mañana le abriremos, respondía, para lo mismo responder mañana…”.
Propósito
Este día de Navidad ayudaré a mi prójimo en la necesidad que le surja. Mostraré la alegría que el Señor me dado y la compartiré con los demás, para comunicarles ese amor de Dios.
Diálogo con Cristo
Señor, te doy gracias por el don de la vida y de la fe. También te agradezco por el amor que nos tienes, por la inmensa e inmerecida gracia de ser tu apóstol en la tierra. Muéstrame el camino para agradarte. Ayúdame a compartir tu amor con los demás, amor verdadero y profundo como el tuyo. Dame la fuerza para luchar cada día contra la inconsciencia de vivir apartado de ti. Gracias, Señor, por todo lo que me has dado.
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