3 de enero.

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Homilía para el II domingo de Navidad

Una gran mística judía, Simón Weil, escribió: “amamos el país de aquí abajo, él es real: le ofrece resistencia al amor”. Podemos tener en cuenta esta afirmación cada vez que la liturgia de Navidad nos ofrece para proclamar y meditar el prólogo de san Juan.

“El vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Dios amó de verdad este país de aquí abajo. Y también, este país, en gran parte ofrece resistencia a su amor, entonces, Dios lo ama más.

En este segundo domingo de navidad, podemos intentar hacer un cuadro, un tríptico explicado por la teología de Juan. En un primer cuadro vemos una joven por dar a luz, con su esposo, obligados a marchar a otra ciudad, en condiciones precarias, por una disposición imperial

El segundo cuadro nos muestra un paisaje de montaña, de pastura, dónde pastores reciben una visita inusitada durante su vigilia a la noche. El tercer cuadro es los pastores que se encuentran con María, con José y con el signo de que lo de los ángeles habían anunciado: un niño fajado en pañales y puesto en un pesebre (comedero de animales).

Este tríptico es muy familiar para nosotros desde que san Francisco inventó el pesebre. Pero la realidad teológica expresada en Juan se hunde hasta el fondo de nuestra existencia. La dinámica de este tríptico golpea la existencia: Dios se da a los suyos y los suyos no lo reciben, pero algunos sí. La buena noticia del Emmanuel, el Dios con nosotros, que apela a nuestra libertad y abre la realidad a lo paradójico.

Comencé mencionando una filósofa mística judía Simone Weil, nacida en Paris en 1909. En sus Escritos históricos y políticos afirma: “Yo no soy católica, aunque nada católico, nada cristiano me haya parecido nunca ajeno. A veces me he dicho que si se fijara a las puertas de las iglesias un cartel diciendo que se prohíbe la entrada a cualquiera que disfrute de una renta superior a tal o cual suma, poco elevada, yo me convertiría inmediatamente”. La paradoja entre lo que se cree y la coherencia.

Su decisión de no pertenecer oficialmente a la Iglesia católica estaba motivada por su deseo de no separarse del destino de los desdichados: “No puedo dejar de preguntarme si no querrá Dios que existan hombres y mujeres que, entregados a Él y a Cristo, permanezcan, sin embargo, fuera de la Iglesia. En todo caso, cuando me imagino concretamente y como algo que podría estar próximo el acto por el cual entraría en la Iglesia, ningún pensamiento me apena más que el de separarme de la masa inmensa y desdichada de los no creyentes”, dice en A la espera de Dios (Trotta, 2009), su autobiografía espiritual. La paradoja que ve la verdad en el catolicismo, pero le parece que formalizándolo se aleja de su espíritu.

Creo que esta pensadora y buscadora religiosa se encuentra en sintonía con el Papa Francisco, estando dentro de la Iglesia debemos resolver esta paradoja, para salir con el testimonio a todas las periferias, sobre todo en este año de la misericordia.

En el prólogo de san Juan tan querido por la liturgia, recordemos que hasta la reforma del beato Pablo VI del misal, y a pesar que el beato papa no quería sacarlo, se proclamaba como segundo Evangelio de la Misa, este prólogo, al final se quitó. Digo que en este prólogo encontramos la clave de este segundo domingo de Navidad, la intuición de Simone y la cura para la cerrazón de mundo a la luz de Dios: los suyos que no lo reciben. A Dios no hay que buscarlo en lo alto del cielo, gobernando el cosmos con poder inmutable, o dirigiendo la historia de los hombres con mirada indiferente. Dios está aquí, con nosotros, entre nosotros. Dios está precisamente donde los hombres han dejado de buscarlo. Dios está en un hombre que nació pobremente en Belén, fue maltratado por la vida, y terminó ejecutado sin poderío ni gloria, en las afueras de Jerusalén, por eso está con los que sufren fuera o dentro de la Iglesia, con el que no encuentra sentido a su vida, con el que necesita cosas materiales o afectos. Dios está en el hermano, el próximo y el lejano.

Que María, la Virgen, nuestra madre, nos enseñe a meditar en el corazón el misterio central de la Navidad: Dios acampó entre nosotros, por eso nada verdaderamente humano nos es ajeno, y podemos ir solucionando las paradojas existenciales de nuestra fe, en la medida que vivamos este misterio que celebramos, sintiendo y ejerciendo la misericordia.


10:26
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