17 de enero.

Vaticano 23 de octubre 2013

Vaticano 23 de octubre 2013

Homilía para el II domingo durante el año C

Me gustaría detenerme sobre todo en tres frases del relato:

La inicial: Kai tee heméra tee trítee gámos egéneto en Kanà tees Galilaías “Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí”. La central, pronunciada precisamente por María: Oínon ouk éjousin. “No tienen vino”. Y la final: Kaì éfanérosen teen dóxan. “Allí Jesús manifestó su gloria”, es decir, en este milagro hecho con ocasión de las bodas.

Partamos de las palabras iniciales, del misterio del tercer día.

Juan, que nunca usa casualmente ninguna palabra, introduce el episodio que abre la serie de los milagros de Jesús y la manifestación de su gloria con la mención del tercer día. ¿Qué es el tercer día? El evangelio de Juan comienza con la descripción de una intensa semana de acontecimientos, calculados casi día a día, hasta éste, que es el día último. Si leemos el cap. I, podemos fácilmente recuperar los primeros días del ministerio de Jesús. En el v. 28 encontramos “el primero”, el día en que Juan Bautista anuncia la presencia de uno mayor que él. “Al día siguiente”, dice el evangelista, o sea, el segundo día, el propio Jesús entra en escena y es llamado Cordero de Dios.

“Al otro día”, o sea el tercero, Jesús encuentra a dos discípulos y les dice: “Venid y veréis”, y los discípulos se quedaron con él todo aquel día desde la hora décima. Por fin, “al día siguiente”, el cuarto, Jesús se encamina hacia Galilea y encuentra a Felipe y Natanael. Aquí es donde empalma el evangelista: “Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea”. Si tenemos en cuenta que la frase bíblica “el tercer día” se traduce, en realidad, por “dos días después”, incluyendo en el cómputo el primer día como uno de los tres, llegamos a colocar el episodio de Caná en el “DIA SEXTO” de la semana, que es el día de la creación del hombre y de la mujer.

Juan, que ha comenzado su evangelio con las mismas palabras del Génesis “En el principio…”, nos hace recorrer una semana entera de acontecimientos, y el sexto día es éste, cuando en el misterio de un hombre y una mujer que hacen de sus vidas una unidad, en Caná de Galilea, Jesús manifiesta su gloria.

Puede decirse que el evangelista reconstruye una semana cronológica correspondiente a la “semana” inicial de la creación, con el intento de fechar el episodio de Caná y de hacerlo coincidir con el día en que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y creó a la mujer para que le acompañara.

Con semejante simbolismo cronológico, San Juan subraya que lo que Jesús hará este día es la continuación y la culminación de la obra creadora de Dios a favor del hombre. Pero la intervención de Jesús se producirá al constatar cierto malestar en la situación del hombre, de la mujer y de la unión de ambos: “No tienen vino”.

Por lo demás, todo el cuarto evangelio se mueve sobre afinidades que hay en toda la historia de la salvación. En los capítulos finales, Juan describirá también otro período de seis días; y la muerte de Jesús en cruz -con María, la Mujer, a su lado- será el sexto día. Allí Jesús restituirá al hombre-Juan en su plenitud.

En la cruz se manifestará plenamente la gloria de Dios que había empezado a manifestarse en el primer milagro de Caná; aquí la gloria emerge de manera inicial, si bien se da ya una idea del amor con que Dios se acerca a la situación humana percibiendo el íntimo malestar y restaurándola en su plenitud y gozo primigenio.

En el cuadro que hemos tratado de esbozar, ¿qué puede significar la palabra de María: “No tienen vino?”. En los evangelios hay expresiones paralelas a ésta. Me viene a la memoria, por ejemplo, la expresión: “Ya no nos queda aceite, y nuestras lámparas se apagan” (Mt 25. 8): es la misma situación de apuro y de imprevisión, también en una fiesta de bodas.

Otra exclamación semejante es la de los discípulos en el desierto: “No tienen suficiente pan” (Jn 6, 1 ss).

Son, todas éstas, ocasiones en que el hombre aparece carente, no a la altura de las circunstancias, y, por lo mismo, se crea malestar en contraste con la atmósfera de fiesta, de gozo, de expectación, con la esperanza de un amor sin sombras. Allí donde se esperaba que la plenitud del amor, de la fiesta nupcial, del estar juntos escuchando la Palabra, produjera una felicidad plena y sin fin, resulta que de golpe falla la previsión humana, se agotan los recursos, la prudencia escasea y se produce una situación embarazosa que funciona como una trampa: el hombre y la mujer se ven incapaces, sin saber qué hacer.

La fiesta de bodas está a punto de cambiarse en una gran desilusión, en una señal de mala suerte que pesará siempre sobre la pareja, como si fueran personas perseguidas por el sino, incapaces de proveer, ya desde el principio, la buena marcha de la casa. Aparece, pues, el sentido profundo del grito: “¡No tienen vino!”.

El hombre y la mujer, creados para realizar juntos la perfecta unidad, no tienen suficiente vino para el sexto día, cuando se debería ver actuando al hombre y a la mujer, el día de la fundación de la familia, del trabajo, de la construcción de la ciudad, que preludia al día séptimo, el del descanso.

El hombre y la mujer viven una experiencia de cerrazón y de bloqueo; todo se había fundado en el entendimiento mutuo, en la llamada a ser una cosa sola, y esta vocación se ve impedida por imprudencias, imprevisiones, carencias de todo género.

El discurso se amplía. El hombre y la mujer se sienten llamados al amor, sienten que es una vocación de la que no pueden prescindir y, sin embargo, experimentan la incapacidad de amar.

Es verdad que no siempre se tendrá la valentía de pronunciar esta palabra, demasiado dura, demasiado radical; se echará la culpa más bien a los malentendidos, las ambigüedades, los nerviosismos, las resistencias, el cansancio, el desgaste de la vida diaria, las diferencias de carácter, etc. Sólo raramente se llegará al interrogante existencial, que alguna vez un hombre o una mujer se plantean con voz fatigosamente modulada: “Pero yo, ¿soy de veras capaz de amar?” En el fondo de la existencia humana: el hombre, cada uno de nosotros llamados a amar, ¿somos capaces de amar verdaderamente? Nuestras reservas de amor, de paciencia, nuestras provisiones de vino, de aceite, de pan, ¿son suficientemente consistentes como para durar toda una vida? Cuántas veces se repite el grito: “¡Ya no tengo ganas, mi lámpara se apaga!” Y esto vale para toda vocación que entrañe opciones de unidad, de servicio prolongado y sacrificado. Y quizá tengamos cerca una persona como María, que lo dice porque ya se ha dado cuenta: “No tienen vino”. No aguantamos más.

La palabra final: “Allí Jesús manifestó su gloria”, nos consigna el mensaje del paso evangélico que nos ha hecho entrar en lo vivo de una situación existencial tan frecuente y dramática.

La Eucaristía es la transformación del agua en vino, de la fragilidad del hombre en vigor y en sabor. Es el don del Espíritu, el único que nos da la certidumbre de ser capaces de amar.

La Eucaristía es la fuerza que alimenta toda forma de amor que crea unidad: el amor que crea unidad en el noviazgo, el amor que crea unidad en la vida matrimonial, el amor que crea unidad en la comunidad, en la Iglesia, en la sociedad. La Eucaristía es la manifestación de la potente gloria de Dios.

El hombre que se encuentra sin vino, quizá sólo con una provisión de agua incolora, inodora e insípida, necesita de la plenitud del Espíritu nuevo que le transforme el corazón y la mente. Sólo así podrá confiar en un tipo de amor que no sea únicamente entusiasmo, primer proyecto, primeras experiencias, sino fuerza duradera para toda la vida. Por eso la Eucaristía se nos presenta como aquel Jesús que, atrayéndolo todo hacia sí desde la cruz, da al hombre, a la mujer, a la humanidad, la capacidad de ser ellos mismos.

La presencia entrañable de María, la Madre, con detalles de exquisita femineidad y discreción, atenta y eficaz, es bueno subrayarlo, y con un papel protagónico aunque siempre el centro sea Cristo Jesús; en efecto, el texto dice literalmente: “Y el día tercero hubo unas bodas en Caná de Galilea, y estaba la madre de Jesús ahí; fue también invitado Jesús y los discípulos de Él a las bodas”. Estas lecturas nos quieren convencer de que estamos envueltos en el Amor de Dios, e invitados a su Fiesta, convocados a unas actitudes de amor, de visión positiva de la vida, de solidaridad, por eso es la nueva creación.

Y a partir de la segunda lectura, también de corresponsabilidad constructora en la comunidad a la que pertenecemos. Es una de las mejores maneras de celebrar y tomar en serio el amor que Dios nos tiene: darlo nosotros a los demás en este año de la Misericordia.


10:36
Secciones:

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

SacerdotesCatolicos

{facebook#https://www.facebook.com/pg/sacerdotes.catolicos.evangelizando} {twitter#https://twitter.com/ofsmexico} {google-plus#https://plus.google.com/+SacerdotesCatolicos} {pinterest#} {youtube#https://www.youtube.com/channel/UCfnrkUkpqrCpGFluxeM6-LA} {instagram#}

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DesactivadoPor favor, active Javascript para ver todos los Widgets