Aquí nada se puede dar por supuesto. Eso era antes. O a lo mejor tampoco. Vaya usted a saber. El caso es que a alguien que llega a cardenal de la Santa Madre Iglesia, por principio, se le presume culto, sensato, de vida tan honrada como honesta, capacidad de juicio y discernimiento y entrega a Cristo hasta derramar la sangre. Ya vimos por el caso McCarrick que siempre puede salir el cuento al revés: el príncipe convertido en sapo.
Me encuentro en las últimas noticias un par de gansadas de dos purpurados. Gansadas aparentes, pero que entiendo tienen un trasfondo teológico muy serio.
En primer lugar, porque es la primera noticia que he visto, traigo al cardenal António Marto, obispo de Leiria-Fátima. El señor cardenal, simpático el tipo, para favorecer y justificar la comunión en la mano, nos ha salido con el impactante argumento de que “Cristo dijo ‘tomad y comed’, no dijo ‘abre la boca’”. La verdad es que el señor cardenal lo pone a huevo.
Que todo un señor cardenal suelte esa bobada es muy grave, ya que los católicos tenemos dos fuentes de revelación: la Sagrada Escritura y la Tradición, y soltar esa parida significa que su eminencia tiene bastante con la Escritura y examinada a su libre albedrío, lo cual le aparta de lo católico para convertirlo en luterano. Mal negocio en un cardenal. Pero sobre todo molesta que el señor cardenal se tome a los fieles a rechifla.
Más aún. Si el cardenal Marto fuese medio coherente, renunciaría a su título de cardenal, ya que Cristo no emplea esa palabra, derribaría el santuario de Fátima, ya que Cristo solo hablaba del templo de su cuerpo, y entregaría hasta el último céntimo de su diócesis, que teniendo Fátima será rica, para los pobres, ya que el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza, amén de despojarse de sus ropajes y privilegios cardenalicios de los que Cristo no dijo nada.
El otro cardenal que traigo es el cardenal de Munich, Reinhard Marx, que, entre otras lindezas, afirma que “algunos en la Iglesia básicamente propagan una relación de pura obediencia a Dios”. Vale, señor cardenal. Pero ahora toca interpretarlo, porque si la queja del señor cardenal es que “solo algunos propagan la total obediencia a Dios, cuando esto deberíamos propagarlo todos” uno tan feliz. Pero no, nuestro gozo en un pozo, porque su queja es otra, que lo de la pura obediencia a Dios no es bueno porque puede fomentar el autoritarismo.
Pues ya lo ven. Servidor pensando que lo básico, lo natural, lo evidente, es obedecer a Dios. Antes que a los hombres. Y ahora me salen con que eso de la pura obediencia a Dios podría tener sus peligros.
A mí me parece que el que tiene peligro es el cardenal Marx. Acabamos de conocer la noticia de que su diócesis de Munich pierde una media de 10.000 católicos al año. También el cardenal dijo en diciembre de 2019 que las parejas homosexuales pueden recibir una bendición de la Iglesia “en el sentido de un acompañamiento pastoral”.
Estas cosas no nos hacen ningún bien. Y a los cardenales se les supone una dosis de criterio, sensatez, sentido común y vida cristiana del todo ejemplares. Así estamos. Y sin apenas dos ejemplos. Se podría sacar algún otro. No es el día.
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