Mucho me temo que se nos estén confundiendo madurez con acomodación al sistema dominante establecido. Algo así como una rendición ante lo que se lleva, que se nos disfraza de sentido común, responsabilidad y un saber estar en los tiempos que corren. Madurez como resignación, como una opción por vivir como todo el mundo, no ser nota discordante en el actual estado de cosas y abandonar incluso principios, abandonar o posponer, para no desafinar en medio del más vulgar, perdido y chabacano acorde. Según los criterios de nuestro mundo actual nada menos que san Luis Gonzaga sería claro ejemplo de infantilismo.
¿No me creen? Repasemos su vida. ¿Ustedes, amigos lectores, creen que es sensato y maduro un voto de virginidad a los once años? ¿Es sensato renunciar a un brillante porvenir de lujo y buena fama para hacerse nada menos que religioso jesuita? El colmo fue su manera de actuar en la peste que asoló Roma varios años y que le costó la muerte con tan solo veintitrés años. Lo sensato hubiera sido quedarse encerrado en el convento dedicado a la oración. Lo sensato y lo maduro.
El problema es que san Luis Gonzaga era un inconsciente y en vez de estarse quietecito y escuchar a los Illa, Simón y otras voces más juiciosas aún, decidió salir de los muros de la seguridad y el buen juicio para atender a los enfermos, cargar con ellos, pedir limosna para su sustento y animarlos a una buena confesión que los preparase para el encuentro con su Señor.
Afortunadamente hoy somos mucho más sensatos. Es verdad que con motivo de la peste del coronavirus hemos conocido sacerdotes tan insensatos e inmaduros como san Luis Gonzaga, sacerdotes incapaces de salir de su adolescencia, aunque pocos, afortunadamente. La inmensa mayoría, con nuestros pastores a la cabeza, hemos sabido optar por el sentido común, la prevención, el cuidado de la salud corporal y el aplauso del mundo.
La madurez cristiana pienso que sea otra cosa.
La madurez del mundo es someternos a los dictámenes del mundo. La madurez espiritual del cristiano consiste en someternos a la voluntad de Dios. La madurez cristiana requiere un reordenamiento radical de nuestras prioridades, cambiando de complacernos a nosotros mismos para agradar a Dios y aprender a obedecerle. En palabras vulgares, perdón hermanos, consiste en ser capaces de ponernos el mundo por montera, nadar contra corriente, asumir valores que van en contra de lo tan establecido por un nefasto consenso social y avanzar por un camino de espinas, de martirio y de incomprensión por fidelidad el Maestro.
San Luis Gonzaga era de una madurez espiritual ciertamente extraordinaria que nos llega, incluso, a escandalizar a los que nos llamamos creyentes que, sintiéndonos incapaces de comprender tanta altura en su vida cristiana, nos sonreímos diciendo que tal vez era un tanto exagerado.
¿Qué hubiera sido sensato en su vida? ¿No dar importancia a la castidad como antes y hoy se sigue haciendo? ¿Reservarse honores y prebendas? ¿Guardar su vida para no contagiarse de la peste, tal vez siguiendo las indicaciones de quienes, sensatamente, le decía que era mejor sobrevivir porque era una pena morir tan joven? Si hubiera seguido tan ponderados consejos hubiera muerto de viejo y muy cómodamente… pero sin ser santo.
Porque se dio completamente, insensatamente, sin límites, en la fidelidad a Cristo y en el amor a los pobres, hoy es san Luis Gonzaga. Un inmaduro, un necio, a los ojos del mundo y no solo del mundo, pero maduro y sensato a los ojos de Dios.
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