Lo de enterrar a Franco en la cripta de la Almudena, si no fuera porque es una cosa muy seria (sacarlo del Valle, y luego a ver qué pasa con todo aquello, incluyendo la propuesta de IU y Podemos de derribar la cruz y desacralizar la basílica), daría de sí para una novela-mejor una serie- del mejor Vizcaíno Casas (q.e.p.d.), unas cuantas películas de Berlanga (q.e.p.d.) y una exhibición de Alfredo Landa (q.e.p.d.) y lo mejor del cine español.
De Franco cada vez se acordaba menos gente y acudir a su sepultura para rendirle homenaje o bailar un zapateado sobre ella, quedaba un tanto a trasmano. Pero miren por dónde llegó el presidente del gobierno y con un decreto ley ha conseguido que el nombre de Franco abra de nuevo telediarios, prensa, radio y conversaciones en cualquier bar, que el Valle de los Caidos esté consiguiendo un record de visitas y que, con un poco de suerte, sus restos, en lugar de reposar a más de cincuenta kilómetros de Madrid, a una hora de viaje, lo hagan nada menos que junto a la Plaza de Oriente.
Como saben, la familia Franco es propietaria de cuatro sepulturas en la cripta de la catedral de la Almudena, de las cuales aún quedan dos libres. Son propiedad de la familia, el difunto es un bautizado católico, y la familia es quien decide qué hacer con sus restos. La Iglesia no tiene nada especial que decir. Una familia decide trasladar a una sepultura de su propiedad los restos de un familiar fallecido y si no hay impedimento canónico para que reposen en tierra sagrada, pues no hay nada que objetar.
Je. Nada. Miren por donde, después de llevar la gente de izquierda años y lustros y casi siglos, exigiendo la total separación de Iglesia y estado, más que separación incluso agrio divorcio, ahora salen rasgándose las vestiduras porque los restos de Franco pudieran reposar en la cripta de la catedral de la Almudena. Tanto es así, que hoy hemos sabido que ocho eurodiputados españoles del PSOE, PNV, BNG, ERC, Podemos, ICV y PDeCAT no es que no estén de acuerdo, es que han pedido una entrevista nada menos que al papa Francisco para que intervenga y esta posibilidad quede descartada. Ya viene de hace días la cosa, al punto que Pablo Iglesias, líder de Podemos, advertía al presidente del gobierno de que si los restos de Franco salen del Valle de los Caídos para ir a la catedral de la Almudena, no habrá acuerdo con los presupuestos del estado.
Esto, para que no haya dudas ni nos llamemos a engaño. Para esta gente, separación Iglesia-estado, significa que la iglesia no se mete con lo que no es suyo, pero los demás, sobre todo si son de izquierdas, pueden y deben exigir a la iglesia todo lo que parezca oportuno y conveniente, hasta el punto de que, basándose en una historia manipulada y parcial, un adoctrinamiento conveniente y en su indiscutible identidad como garantes de lo que sea la auténtica democracia -garantes los hijos de Lenin y Stalin, garantes los amiguetes de Chávez y Maduro- deciden quiénes pueden enterrarse en cementerios propiedad de la Iglesia Católica.
Así están las cosas. Los mismos que claman por denunciar el concordato, los mismos que abominan de aquellos obispos en las cortes franquistas, los mismos que consideran que lo religioso, especialmente lo católico, debe quedar reducido a mera sacristía, son los que ahora se meten no en la sacristía, sino en la mismísima cripta de la catedral madrileña para decidir quién puede y no puede ser enterrado en ella.
Pues miren ustedes, qué quieren que les diga. A un servidor, que en España haya calles dedicadas a Santiago Carrillo le parece una humillación a los miles de enterrados en Paracuellos. Por ejemplo. Den ejemplo de búsqueda de concordia y reconciliación y pidan que desaparezcan calles y monumentos dedicados, por ejemplo, a la Pasionaria, Indalecio prieto o Largo Caballero, responsable, entre otras cosas, del envío de más de quinientas toneladas de oro a Moscú. Pero en la Iglesia, en sus cementerios, manda la Iglesia. Eso creo. O creía.
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