(618) Evangelización de América. Meditación final

–¿Qué pasó, que no publicó nada en más de dos semanas? ¿El virus?

–No, gracias a Dios. Sucedió que después de publicar cien artículos sobre la evangelización de América, me gané un descanso. ¿Pasa algo?

 

Doy gracias a Dios, que me ha concedido escribir en este blog 100 artículos sobre la «Evangelización de América». En esta serie he reescrito, en publicación corregida y aumentada, mi libro Hechos de los Apóstoles de América. Añado ahora, ya terminada la serie, algunas reflexiones.

+En el siglo XVI, España, la Iglesia local que fue elegida por Dios como principal evangelizadora de América, estaba fuerte en santidad y en celo misionero. He recordado esta realidad histórica en no pocos artículos de la serie aludida, especialmente en el artículo (461), América hispana fue evangelizada en el XVI por «un pueblo con record de santos». La población de España era entonces de unos 8,5 millones. Y en ese siglo floreció en ella un gran número de santos y beatos declarados por la Iglesia:

Cito sólo los más conocidos. San Juan de Dios (+1550), San Francisco de Javier (+1552), Santo Tomás de Villanueva (+1555), San Ignacio de Loyola (+1556), San Pedro de Alcántara (+1562), San Juan de Avila (+1569), San Francisco de Borja (+1572), San Luis Bertrán (+1581), Santa Teresa de Jesús (+1582), San Juan de la Cruz (+1591), San Pascual Bailón (+1592), Beatos mártires de Nagasaki (+1597), Beato José de Anchieta (+1597), Santo Toribio de Mogrovejo (+1606), San Francisco Solano (+1610), San Juan de Ribera (+1611), San Alonso Rodríguez (+1617), San Simón de Rojas (+1624)… Y otros tantos santos y beatos que no cito ahora.

+El amor a los padres, mandamiento de Dios, y el don de piedad, don del Espíritu Santo, impulsan el amor a los progenitores, activan su conocimiento, su veneración y recuerdo, y la fidelidad y obediencia a sus principios. El árbol debe crecer, pero siempre fiel a sus raíces.  

 De modo semejante, el concilio Vaticano II esperaba la renovación de los institutos religiosos –en primer lugar, por supuesto– de un mejor seguimiento del Evangelio; pero también de una renovada fidelidad al carisma original de cada familia religiosa: «Reconózcanse y manténganse fielmente el espíritu y propósitos propios de los fundadores, así como las sanas tradiciones» (1965, Perfectae caritatis 2).

Pues bien, esa misma norma vale sin duda para la renovación de las Iglesias locales, concretamente las de Hispanoamérica. Por eso en las páginas de este blog en las que he reescrito el libro los Hechos de los apóstoles de América, no pretendo sino mostrar el espíritu de los fundadores de la Iglesia en América, ese espíritu que hoy debe ser conocido y mantenido en aquellas tierras como condición imprescindible para todo crecimiento en el Espíritu. «Los dones y la vocación de Dios son irrevocables»  (Rm 11,29).

Veamos esta verdad en tres partes.

 

1. La verdadera tradición de una Iglesia local está escrita sobre todo por sus santos. También por los Concilios locales y otros actos decisivos, pero sobre todo por el pueblo realmente fiel  a Jesucristo, y más precisamente aún por sus santos. Son los santos los que dieron y dan a cada Iglesia local un «aire» propio, que procede sin duda del Espíritu Santo, y no del espíritu del mundo.

2. El crecimiento de una Iglesia es siempre tradicional. Un manzano crece siempre, biológicamente, en cuanto manzano, y para él cualquier crecimiento en otro sentido –como naranjo, por ejemplo–­ sería una falsificación, que sólo le conduciría a la esterilidad o incluso a la muerte. Y partiendo de la misma imagen, puede decirse que un árbol insuficientemente unido a sus raíces, puede verse muy disminuido en su vitalidad y crecimiento. Y en su capacidad de dar flores y frutos. 

Pues bien, Dios nuestro Señor es el único que da crecimiento a su Iglesia (1Cor 3,7), y Él es siempre fiel a sus propios dones (+Rm 11,29). Es, pues, impensable que Él quiera renovar una Iglesia local según una inspiración diversa y aun contraria a la de sus fundadores y a la de su propia tradición genuina.

3. Por eso la renovación perfectiva de una Iglesia exige conocimiento de su tradición y de sus santos, y fidelidad a ellos. Lo exige absolutamente. Es inútil pretender crecimientos si se ignora o no se aprecia suficientemente la propia tradición, es decir, si se cede al atractivo de otras tradiciones o, peor aún, de simples ideologías. La experiencia histórica confirma ampliamente esta doctrina. Y volvemos a lo ya dicho: el único que puede dar el crecimiento a una Iglesia local es el Espíritu Santo, y él es siempre fiel, obstinadamente fiel, a sus propios dones y carismas. No piensa cambiarlos.

Dice el Apóstol: “Aunque tengáis diez mil pedagogos en Cristo, pero no muchos padres, que quien os engendró el Cristo por el Evangelio fui yo. Os exhorto, pues, a ser imitadores míos” (1Cor 4,15-16). “Acordaos de vuestros pastores, que os predicaron la palabra de Dios, y considerando el fin de su vida, imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos. No os dejéis llevar de doctrinas extrañas” (Heb 13,7-9).

* * *

Doy muchas gracias a Dios por esta obra, que Él, por una providencia especial, me ha concedido escribir. Nunca hubiera yo pensado que podría escribirla, pues no soy historiador. En los 30 años de mi docencia en Burgos, en la Facultad de Teología (1972-2002), me dediqué sobre todo a la Teología espiritual. Pero mi interés por el conocimiento de los orígenes de la Iglesia en la América hispana se despertó antes, de seminarista en Salamanca, donde cursé en la Universidad Pontificia los cuatro años de teología residiendo en el Colegio Mayor hispanoamericano «nuestra Señora de Guadalupe» (1960-1963), interdiocesano, perteneciente a la Conferencia Episcopal Española, en su «Obra para la Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana» (OCSHA). Ese interés profundo se desarrolló, ya ordenado sacerdote, en mis años al servicio en la diócesis chilena de Talca (1964-1069). Y continuó vivo y creciente, ya regresado a Navarra, con ocasión de mis 24 viajes a Chile, México, Argentina y Puerto Rico, el primero en 1974 y el último en 2008. También la Fundación GRATIS DATE (1988–) y la Fundación InfoCatólica (2009–) han colaborado sin duda a mantener ese vínculo de amor y de servicio sacerdotal a los católicos de Hispanoamérica.

(N. B.- Podría ser que algún médico, a una de éstas, me diagnosticara insuficiencia cardíaca, al tener yo funcionando en España medio corazón y medio corazón en Hispanoamérica. Sea lo que Dios quiera).

* * *

Virgen de Guadalupe, bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Que tus hijos de América, cada vez más, conozcan y reconozcan sus grandiosos orígenes misioneros y que, fieles a su tradición histórica y a sus santos, florezcan siempre en el Evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos..

Amén.

 José María Iraburu, sacerdote

Post post.- La Sala de Comentarios está abierta.

Índice de Reforma o apostasía

Bibliografía de la serie Evangelización de América

 

 

09:01

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