(619) Espiritualidad, 1. -La Espiritualidad católica

Cristo resucitado - Passignano, 1600

–Encomiendo a la Virgen María la serie que usted comienza.

–Ella es el trono de la Sabiduría, la que nos dijo: «haced lo que Él os diga» (Jn 2,5).

Entre los 618 artículos que hasta ahora he publicado en este blog están ya tratados bastantes temas concretos de espiritualidad. Pero quedan por exponer muchos otros de «Espiritualidad católica», que, sin mayores pretensiones de orden sistemático, iré añadiendo en esta serie que inicio a los ya expuestos.

–Nombre

El estudio de los caminos del Espíritu ha recibido en la Iglesia al paso de los siglos nombres diversos: mística, ascética, teología ascético-mística, teología de la perfección cristiana. Actualmente se habla sobre todo de Espiritualidad y de Teología Espiritual.

Mística es palabra de origen griego, cuya etimología sugiere lo misterioso, secreto, arcano. Ya en el s. V-VI el Pseudo Dionisio habla de Theologia Mystica. En el XVI, San Juan de la Cruz entiende la teología mística como una sabiduría secreta, infundida en el alma por el Espíritu, a oscuras del entendimiento y de las otras potencias naturales (Subida, II Noche 17,2).

Ascética es también palabra griega, que significa el esfuerzo metódico para adiestrarse física o espiritualmente (+1Cor 9,24-27; Flp 3,14; 2 Tim 4,7).

Teología espirituales el término más empleado actualmente: por ejemplo, en el concilio Vaticano II (SC 16) y en otros documentos académicos y escritos teológicos.

 

Naturaleza

   Recordemos en primer lugar que la teología es una, es decir, es una ciencia, y como tal tiene una unidad formal (STh II-II,1,1). Al lado de la cristología, la gracia, la eclesiología y los demás tratados dogmáticos o morales, la teología espiritual es una parte más del árbol único de la teología.  Podemos definir, pues, la teología espiritual como una parte de la teología, que estudia el dinamismo de la vida sobrenatural cristiana, con especial atención a su desarrollo perfectivo y a sus connotaciones psicológicas y metodológicas.

   Al estudiar en teología, por ejemplo, la oración, la dogmática estudiará su posibilidad y naturaleza, la moral su conveniencia y necesidad, pero será la teología espiritual la que considere y describa la dinámica propia de la oración cristiana, las fases típicas de su desarrollo, las connotaciones psicológicas de la misma, y los métodos para ejercitarse en ella.

Principios doctrinales y datos experimentales

   Según esto, la teología espiritual se deduce no solo de los principios doctrinales –Biblia, Tradición, Magisterio, teología especulativa–, sino también de los datos experimentalesatesorados por las generaciones cristianas, y muy especialmente por los santos –hagiografía–. En efecto, los santos de Cristo son testigos sumamente fidedignos del verdadero «camino del Señor» (Hch 18,25), y nos indican por dónde va y cómo hay que andarlo. Si queremos, pues, conocer cómo obra normalmente el Espíritu Santo en los cristianos, estudiemos con atención las vidas y escritos de los santos, pues ellos fueron hombres perfectamente dóciles a la acción divina de la gracia.

Ahora bien, ¿en la teología espiritual deben prevalecer los principios doctrinales o los datos experimentales? Es evidente que la espiritualidad siempre debe considerar juntamente doctrina teológica y experiencia cristiana. Si la teología espiritual optara por la experiencia, dejando un tanto de lado la doctrina teológica, quedaría reducida a un fideismo experiencial sujeto a las modas cambiantes y a los subjetivismos personales arbitrarios; es decir, quedaría sujeta al error. La verdadera espiritualidad cristiana cuida bien de integrar el ontologismo de las ideas con el psicologismo de la experiencia, y concede siempre el primado a los principios doctrinales.

Así procedieron los grandes maestros espirituales, como Santa Teresa de Jesús; ella en las cosas espirituales daba a la experiencia una gran importancia: «No diré cosa que no la haya experimentado mucho» (Vida 18,7 +Camino, prólogo 3). Pero valoraba también mucho el saber teológico, y no acababa de dar crédito a la experiencia –ni siquiera a la suya propia–, en tanto no se viera autorizada por la doctrina. «No hacía cosa que no fuese con parecer de letrados» (Vida 36,5). Y decía: «Es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz, y allegados a verdades de la Sagrada Escritura hacemos lo que debemos; de devociones a bobas líbrenos Dios» (13,16).

Espiritualidad cristiana verdadera es por tanto aquella que está promovida en la Iglesia por el Espíritu Santo, y que en la práctica hace santos a quienes la siguen. Camino cierto de perfección cristiana es aquel que de hecho conduce a ser perfecto como el Padre celestial es perfecto. Por el contrario, son falsas aquellas espiritualidades que no conducen a la perfecta santidad, sino que producen confusión, mediocridad, dudas, cansancio, amargura, egoísmo, infecundidad apostólica. «Todo árbol bueno da buenos frutos, y todo árbol malo da frutos malos. Por los frutos, pues, los conoceréis» (Mt 7,17.20).

 

–Ciencia difícil, ignorada y preciosa

   +Difícil. La teología espiritual es difícil por varias razones:

   1ª, por la multiplicidad de sus fuentes naturales sobrenaturales –Escritura, magisterio, dogmática, moral, liturgia, hagiografía, etc., y de otras fuentes naturales, que también la ayudan –psicología, pedagogía, etc.

   2ª, por la inefable sublimidad de su objeto: la acción del Espíritu sobre el hombre.

3ª, porque los caminos de Dios son misteriosos, y distan tanto de los pensamiento y caminos de los hombres como el cielo de la tierra (Is 54,8-9);

   3ª, porque, consiguientemente, la santidad personal del teólogo y del que la estudia influje mucho en la calidad de la teología espiritual elaborada y entendida. Es difícil llegar al conocimiento de los pensamientos y caminos espirituales si no se tiene de ellos experiencia, aunque solo sea inicial. Solo el que obra el bien viene a la luz; pues el que obra el mal la huye (Jn 3,20-21). En esta parte de la teología, aún más que en otras, son los limpios de corazón los que logran ver a Dios (Mt 5,8).

   4ª, por la particular dificultad que hay para expresar con palabras humanas las obras del Espíritu divino en las personas. Santa Teresa advierte que, a veces, «consiste en la experiencia el saberlo decir» (Camino Perf. 8,1); pero no siempre basta la experiencia de los caminos del Espíritu para saber describirlos. Esto en ocasiones no es posible sin una gracia especial de Dios, que ni siquiera todos los santos han recibido, como es obvio (18,7).

   +Ignorada. Por todo ello, la verdadera espiritualidad cristiana es frecuentemente ignorada; más aún, es falsa.

La ciencia y la experiencia dan conocimiento, y cuando de los caminos del Espíritu no se tiene ciencia ni tampoco experiencia –supuesto no infrecuente–, se padece ignorancia. Ciencia y experiencia en esto –como en todo– no pueden ser suplidas por el empeño de actitudes arbitrarias, meramente voluntaristas. El que aspira a transfigurarse con Cristo en la cima del monte de la perfección evangélica, para llegar allá arriba, necesita procurarse buenos planos –doctrina verdadera– y guías experimentados –maestros espirituales–. Sin plano y sin guía, no llegará a la cima, o llegará pero más tarde, con más rodeos, con más esfuerzos de los verdaderamente necesarios.

+Y preciosa. En el orden de los conocimientos, ninguno hay tan precioso para los hombres como el conocimiento de los pensamientos y caminos de Dios, que Él mismo nos revela en los patriarcas y profetas del Antiguo testamento; y con plenitud total en Jesucristo, en sus apóstoles y sus santos. Por no alargarme, remito a la lectura de los 176 versículos del salmo 118…

«La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma. El precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandamientos del Señor son rectos y alegran el corazón»… (Sal 18). Y en la plenitud de los tiempos dice el Verbo Encarnado, nuestro Señor y Salvador Jesucristo: «Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida» (Jn 6,63).

 

Errores y peligros

+La ignorancia de la verdadera espiritualidad cristiana es muy frecuente, y da frutos pésimos. Abunda sobre todo porque quienes la ignoran suelen creer que la conocen.

La ignorancia en temas de ascética y mística con frecuencia no se reconoce. Laicos y sacerdotes, llegado el caso, reconocen sin dificultad que no conocen bien la exégesis bíblica, o ciertas cuestiones dogmáticas, morales, históricas, litúrgicas o canónicas. Y si es necesario, consultan los libros o acuden a los expertos.

Sin embargo, cuando surge una cuestión de espiritualidad la mayoría suele confiar en su propio criterio, como si siempre tuviera acerca de ella ciencia o experiencia, lo que muchas veces no es cierto. Se suele dar por supuesto que la conciencia está siempre bien formada, y sabe muy bien discernir lo bueno y lo malo. «Conozco bien la doctrina cristiana, y distingo la verdad de la mentira, el bien de el mal. Lo que me falla es la voluntad»… La voluntad, desde luego, le falla a quien así habla (Rom 7,14-25); pero aún más y antes le falla el pensamiento.

Los que ignoran los caminos del Señor y creen que los conocen, no creen que la verdad está en Dios y en su enviado Jesucristo, sino en sus propias mentes. Atribuyen normal­mente sus males y flaquezas a la voluntad, sin sospechar que muchas veces obran mal porque la ignorancia o el error les tiene ciegos. Hay en esto sin duda un desprecio del conocimiento y de la verdad. Ignoran que el camino de la salvación comienza en una meta-noia, en una transformación de la mente. El principio de la santidad es una luz que «el Padre de las luces» (Sant 1,17) envía de lo alto por su Hijo Jescristo, «para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte, para enderezar nuestros pies por el camino de la paz» (Lc 1,19). Por eso no ponen ningún empeño en estudiar las Escrituras y los buenos libros o consultar a buenos guías espirituales. Prefieren no detenerse a pensar, y seguir, aunque sea malamen­te, seguir caminando hacia adelante. Pero ¿van adelante?… Estos son los que corren «como a la ventura» y luchan –si es que luchan– en su vida espiritual «como quien azota el aire» (1Cor 9,26).

+La doctrina falsa o mediocre es frecuente en temas espirituales, probablemente más que en otros campos de la teología. Ya he indicado que, por varias razones, es ésta una ciencia difícil. Y para el hombre viejo, el de Adán, no es fácil conocer bien lo que es difícil.

Basta repasar una biblioteca de varios siglos para comprobar cómo en todas las épocas la calidadse ha visto muchas veces abrumadoramente cubierta por la cantidadmediocre. En Burgos, trabajando en la biblioteca de la Facultad, pude comprobar que libros como «Reloj despertador de conciencias dormidas» o «Alfalfa espiritual para las ovejas de Cristo» (cito de memoria) habían tenido más ediciones y más larga difusión que las obras ascético-místicas, por ejemplo,  de San Juan de la Cruz. El horror a lo más excelente hace estragos.

Los caminos anchos, andados por muchos, se reco­miendan más que aquellos estrechos que llevan a la perfección- Éstos son conocidos por pocos, y caminados por menos (Mt 7,13-14). No es raro en temas de espiritualidad un subjetivismo arbitrario, que no se interesa por la Revelación, el Magisterio, la teología o la enseñanza de los santos. Un voluntarismo en la referente a la gracia que viene a ser pelagiano o semipelagiano. Tratando, por ejemplo, de oración, uno dirá: «Para mí toda actividad buena es oración». Otro dirá: «Para mí la verdadera oración es aquietar perfectamente el cuerpo y dejar la mente en total vacío». Otro dirá… lo que sea. En todo caso, unos y otros coinciden en que no estudian seriamente la espiritualidad cristiana, ni consultan a los que la conocen. Se contentan con seguir sus propios gustos y opiniones o las ideologías de moda. «No soportan la doctrina sana; sino que, según sus caprichos, se rodean de maestros que les halagan el oído» (2Tim 4,3).

+No abundan los buenos guías espirituales. El maestro que da unas enseñanzas verdaderas, pero muy generales, ayuda poco al que busca la perfección. Pero el peligro mayor está en los guías ignorantes o de mala doctrina. «Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo» (Mt 15,14). San Juan de la Cruz recomienda mucho «mirar en qué manos se pone, porque cual fuere el maestro, tal será el discípulo» (Llama 3,30-31). Y Santa Teresa confiesa que «siempre fui amiga de letras, aunque gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados, porque no los tenía de tan buenas letras como yo quisiera. He visto por experiencia que es mejor –si son virtuosos y de santas costumbres­– que no tengan ningunas, porque ni ellos se fían de sí mismos, sin preguntar a quien las tenga buenas, ni yo me fiara de ellos. Buen letrado nunca me engañó» (Vida 5,3).

 John Nava - Catedral de los Ángeles, EE.UU.

–Espiritualidad y espiritualidades

La Espiritualidad estudia cómo el Espíritu Santo actúa normalmente sobre los cristianos. Ahora bien, así como en todos ellos hay algo común–la naturaleza– y hay ciertas variedades–diferencias de sexo, temperamento, educación, época, circunstancia, etc.–, así podemos distinguir en la acción del Espíritu divino que reciben los cristianos una espiritualidad común y unas espiritualidades peculiares.

1.–La espiritualidad cristiana es una sola si consideramos su substancia, la santidad, la participación en la vida divina trinitaria, así como los medios fundamentales para crecer en ella: oración, sacramentos, abnegación, ejercicio de las virtudes, todas bajo el imperio de la caridad. En este sentido, como dice el concilio Vaticano II, «una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios» (LG 41a). Padres de familia, obispos y sacerdotes, comerciantes, religiosos, médicos, administradores, técnicos, ricos y pobres, sanos y enfermos, etc. «todos los fieles, de cualquier estado y condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (40b). Y en el cielo, una misma será la santidad de todos los bienaventurados, aunque habrá grados diversos.

2.–Las modalidades de la santidad son múltiples, y también las espiritualidades diversas que a ella conducen. Podemos distinguir espiritualidades de época –primitiva, patrística, medieval, etc.–, de estados de vida –laical, sacerdotal, religiosa; es la diversidad que tiene más importante fundamento–, según las dedicaciones principales –contemplativa, misionera, familiar, asistencial, etc.–, o según características de escuela –benedictina, franciscana, ignaciana, etc.–

   La infinita riqueza del Creador se manifiesta en la variedad inmensa de criaturas: no diez o cien, sino miles y miles de especies de plantas, de animales, de peces, de astros, y de materiales, de insectos, … También las infinitas riquezas del Salvador se expresan en innumerables modalidades de vida evangélica. El cristiano, sin una espiritualidad concreta, podría encontrarse un tanto perdido dentro del ámbito inmenso de la espiritualidad católica; se hallaría como a la intemperie. Cuando por don de Dios encuentra dentro del marco de la Iglesia una espiritualidad que le es adecuada, halla una casa espiritual donde vivir, halla un camino por el que andar con más facilidad, seguridad y rapidez. Halla en fin la compañía estimulante de aquellos hermanos que han sido llamados por Dios a esa misma casa y a ese mismo camino.

3.–Hoy se da en la Iglesia un doble movimiento: por un lado, una tendencia unitaria hace converger las diversas espiritualidades en sus fuentes comunes, Biblia, liturgia, grandes maestros. Por otra, una tendencia diversificadora acentúa los caracteres peculiares de la espiritualidad propia según los distintos estados de vida, o el modo de ciertos movimientos y asociaciones. La primera ha logrado aproximar espiritualidades antes quizá demasiado distantes, centrándolas en lo central. La segunda ha estimulado el carisma propio de cada vocación, evitando mimetismos inconvenientes. Ciertos radicalismos deben ser indicados en este punto:

Un exceso unificador lleva en ocasiones a difuminar las espiritualidades particulares, ignorando los diversos carismas, rompiendo tradiciones valiosas, desvirtuando la fisonomía propia de las diversas familias, regiones, escuelas y culturas. Así se llega a una espiritualidad única para adolescentes, cartujos, madres de familia, párrocos o jesuitas. Es un empobrecimiento.

Un exceso diversificador radicaliza hasta la caricatura los perfiles peculiares de una espiritualidad concreta; se apega demasiado a sus propios métodos, en lenguaje, modos y maneras; absolutiza lo accidental y relativiza quizá lo absoluto; pierde armonía evangélica y plenitud de valores; divide al pueblo cristiano. Así se produce un ambiente espiritual cerrado, aislado, con terminología propia, que para unos es muy gratificante, y para otros asfixiante. En tal ambiente, las eventuales iniciativas del Espíritu, si no se ajustan al modelo vigente en esa espiritualidad altamente diversificada y concretada, quedarán silenciosamente sofocadas. Y los integrantes de círculos tan cerrados y peculiares se mostrarán incapaces de colaborar con otros fieles o grupos cristianos, pues éstos son extraños para ellos. Es un empobre­cimiento.

4.–Sola es universal la Espiritualidad de la Iglesia, que tiene en la sagrada liturgia su principal escuela, abierta a todos los cristianos. Todas las demás espiritualidades, por santas que sean acentúan más ciertos valores cristianos y menos otros: una es metódica y reglamentada, otra tiene pocas reglas; una insiste en la oración litúrgica, otra es más adicta a las devociones populares…

San Juan de la Cruz advierte que «a cada uno lleva Dios por diferentes caminos; que apenas se hallará un espíritu que en la mitad del modo que lleva convenga con el modo de otro» (Llama 3,59).

Ninguna espiritualidad o devoción concreta puede presentarse como necesaria para todos los cristianos. Únicamente la Espiritualidad de la Iglesia Católica, y su principal exponente, la liturgia, debe ser asimilada y vivida por todos los fieles católicos.

5.–La Teología Espiritual sistemática estudia la espiritualidad cristiana común, y ofrece su luz a todos los cristianos, sea cual fuere su condición o carisma propio. En ese campo se han producido obras como las de Garrigou-Lagrange, Bouyer, Roberto Moretti, De Guibert, Jiménez Duque, Royo Marín… o Rivera-Iraburu, que han servido y sirven a cristianos de distintas vocaciones, países, culturas y escuelas.

 

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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