“Él, en los días de su vida en la tierra, ofreció con gran clamor y lágrimas oraciones y súplicas al que podía salvarle de la muerte, y fue escuchado por su piedad filial, y, aun siendo Hijo, aprendió por los padecimientos la obediencia.” Hebreos 5, 7-8.
Parece que hay un conflicto o que la petición dramática del Hijo no es atendida por el Padre, ¿qué voluntad prevalece, la del Padre o la del Hijo?
Vemos en Cristo -dice A. Vanhoye- una transformación de la petición en el curso de la oración. Así se manifiesta su dinamismo, lleno de vida. Jesús, asaltado por la angustia de la muerte, siente el deseo instintivo de escapar de ella, y desahoga ante el Padre ese impulso de una oración dramática.
Sin embargo, esa oración tiene la pretensión de imponer una solución ya fijada de antemano. Jesús implora la liberación, pero añade “…no se haga como yo quiero sino como quieres tú” (Mt 26, 29).
Así es como la oración transforma el deseo, que se va modelando sobre la voluntad del Padre, sea cual sea. En efecto, quien ora aspira ante todo, a la unión de las dos voluntades en el amor.

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