Cuando el coronavirus aterrizó en España, Madrid se convirtió en la Lombardía española, con miles de infectados y fallecidos. Las calles se quedaron vacías, los hospitales se desbordaron y el recinto ferial de Ifema se transformó en un hospital de campaña.
La Archidiócesis madrileña quiso que allí no faltasen sacerdotes. Uno de los que acudió fue Juan Jolín, sacerdote del Opus Dei y médico.
¿Cómo llegó a Ifema?
Tengo un amigo que trabaja en la Pastoral de la Salud, y me ofrecí a echar una mano. Primero me llamó para que hiciera una guardia en el hospital de La Princesa, y luego me pidió que me uniera al equipo de sacerdotes −somos siete− que iba a atender el nuevo hospital. A partir de ahí te cambia la vida, tienes que aislarte y dejar tu entorno −en mi caso, el centro del Opus Dei donde vivo−, para buscar otro sitio que sea tu campamento base.
¿Cómo fue el primer día?
Una aventura. Había que organizar el trabajo de los médicos, los celadores, las comidas... Lo primero era la atención sanitaria. Por eso a los sacerdotes nos tocó esperar. Al llegar encontramos gente muy variada: bomberos, militares, policías, etc. Nuestro primer objetivo era que se supiera que también había sacerdotes, que la Iglesia estaba allí poniendo su granito de arena. Al principio eso generó sorpresa, pero enseguida se produjo un acercamiento. El primer día ya acudió a saludarnos el personal sanitario, algunos para hablar, y otros para pedir atención sacerdotal. La colaboración con la dirección del hospital fue absoluta desde el principio.
¿Cómo se han coordinado con otros profesionales, como los psicólogos?
La atención psicológica es fundamental. Pero hay una dimensión donde el psicólogo no llega: la dimensión de la fe. Somos complementarios. Y tanto nosotros como ellos nos hemos derivado la atención de los enfermos con toda normalidad. A veces hemos visto que alguno necesitaba ayuda psicológica y lo hemos dicho, y ellos han hecho lo mismo con la ayuda espiritual. Hemos trabajado en equipo.
Desde finales de marzo ustedes hacen guardias de doce horas en Ifema. ¿Cómo es una de ellas?
Si te toca la guardia llegas a las 9 de la mañana con el Santísimo. Un párroco trajo hace unos días un sagrario, y allí colocamos al Señor. El recinto ferial nos ha cedido un local, y hemos habilitado una capilla. Mucha gente ha colaborado de manera espontánea: un señor trajo flores, otro trajo un crucifijo, otro una talla de la Virgen del Pilar, otros trajeron la Virgen de Schoenstatt… Incluso un médico trajo un mantel de hilo del ajuar de su boda.
Durante la mañana el sacerdote hace pequeños servicios como llevar unas biblias, acercarse al punto de información a las familias, a Recursos Humanos, dejar unos carteles. Mientras, se produce un goteo de personas en la capilla: enfermeros, médicos, celadores, personal de la limpieza… Van allí a rezar un rato. Y nosotros aprovechamos ese tiempo para rezar por todos, por los enfermos y sus familias, por los fallecidos, por el personal sanitario, etc. Rezamos el rosario, hacemos oración, rezamos el breviario, y a las 15.00 ofrecemos una misa privada por los enfermos. Después nos dan de comer.
Uno de nosotros atiende el teléfono cada día y recibe las llamadas de los enfermos que piden que se les visite, de las familias y del control de Enfermería. Se hace un listado con esas llamadas, y según su urgencia se acude por la mañana o por la tarde. Habitualmente a las 5.30 nos preparamos para entrar a la zona de los enfermos, donde estaremos hasta las 9 o 9.30 de la noche.
Son casi cuatro horas diarias entre cientos de enfermos. ¿Qué hacen allí?
Entramos dos sacerdotes cada día. Nos llevamos todo lo que los enfermos nos han pedido: un rosario, una estampa, los Evangelios, los óleos para dar la Unción de Enfermos, agua, una pastilla de jabón… Porque también nos piden pequeños favores y se los hacemos. Servimos un poco de enlace, también con sus familias.
Valoramos la situación de cada enfermo y priorizamos a los que están en la UCI o más graves. Luego vamos a ver al resto. Nuestra labor es, sobre todo, escuchar lo que ellos te quieran contar. El primer acercamiento es muy humano. Rezas con ellos, les llevas algo que les da consuelo, hablamos del futuro, de sus familias… Estás con cada uno lo que necesita. Pasas muchas horas escuchando. Te comparten problemas, dolores, sus miedos y su angustia. Luego, si quieren, te piden los sacramentos. En un día yo veo a unos 25 enfermos. No siempre son nuevos, a veces es la segunda o tercera visita, en la que hablas con más profundidad y confianza.
¿Tienen miedo de contagiarse? ¿Cómo se protegen?
Yo no sé si he pasado el coronavirus, pero he de decir que me encuentro muy bien (ríe). Antes de entrar te colocas el pijama blanco del hospital y vas a la zona donde te dan los trajes. Te identificas y te ayudan a vestirte. Te colocan una bata impermeable, dos o tres pares de guantes, dos mascarillas (una FPA y otra de tela), calzado solo para ese uso, un gorro en el pelo y una visera con plástico transparente. Es como revestirse para la misa, en ese momento además vas a entrar en un recinto sagrado, donde los enfermos están sufriendo.
El traje y las mascarillas, ¿no le impiden la comunicación con los enfermos?
Llevamos una cruz blanca en el pecho para identificarnos como sacerdotes, pero a veces me han confundido con una enfermera (vuelve a reír). Sin duda la comunicación es más costosa. A veces los enfermos tienen colocado el aparato del oxígeno o son sordos. En ocasiones la única forma de comunicarse es con gestos, por los ojos, sobre todo en los más ancianos. Pero te dicen muchas cosas con los ojos. Y cuando les bendices o les das un rosario saben con certeza quién eres.
¿Cómo es el trato con esos enfermos?
Son enfermos que sufren sobre todo el aislamiento y la separación de sus familias. En el resto de las enfermedades, siempre hay familiares acompañando al enfermo. En este caso lo más doloroso es la soledad. Son enfermos que tienen necesidad de afecto. Pero las características de Ifema hacen que haya mucha solidaridad entre ellos, mucha ayuda mutua. Yo he visto cómo un enfermo se levantaba de su sitio para ayudar a comer a un señor más mayor, y cómo los más jóvenes enseñaban a otros a hacer videollamadas y a manejarse mejor con el móvil. Entre ellos se han ayudado y se han hecho grandes amigos.
¿Recuerda alguna historia especial?
Vives historias muy bonitas. Un día fui a darle a una enferma la bendición y vi cómo la de la cama de al lado se colocaba como en el radio de acción, a ver si le llegaba algo. Le pregunté si quería una bendición entera para ella y me dijo que sí. Al día siguiente, cuando me vio, me contó que habían traído a su marido, enfermo también, a escasos metros de ella, y que veía detrás la mano de Dios. En Madrid hay miles de enfermos distribuidos por diferentes hospitales, e incluso en Ifema el espacio de uso hospitalario es inmenso. (En Ifema ha llegado a haber 1.300 camas en dos pabellones).
En muchos casos les darán a los enfermos la Unción de Enfermos. ¿Cómo la reciben?
Cuando vas a dar la Unción de Enfermos hay personas que están desconectadas, que no reaccionan. Pero siempre hay que hablarles al oído, decirles algo, aunque estén en coma. Quizás nos oyen, y si no nos oyen ellos, nos oyen otros, los enfermeros, el personal o el resto de los enfermos. La Unción de Enfermos es un sacramento de vivos, y si conviene se mejora la salud corporal. El otro día, sin ir más lejos, un enfermo la recibió en la UCI, y al día siguiente estaba sentado en una silla y mucho mejor.
Como ser humano habrá tenido también sus malos momentos…
Desde luego. Las primeras noches no dormía. Estaba en vilo, sobre todo por la incertidumbre sobre si haríamos bien las cosas. Cuando vas viendo los dramas humanos te cargas mucho interiormente. Yo no soy llorón. Creo que he llorado al morir mi padre y mi madre y cuando me ordené sacerdote. Sin embargo, ahora lo he hecho. Un día, aparentemente como los demás, llegué a casa y me entró la llorera. No somos insensibles y esto nos afecta.
¿Cómo hace para reponerse?
Como médico llegas a lo que llegas. Hay límites que no se pueden superar, como la muerte, y eso genera frustración. Como sacerdote sabes que la muerte no tiene la última palabra, ni tampoco el dolor. Ese dolor crudo, en bruto, hay que “cocinarlo”. Lo que hace que ese dolor bruto se convierta en algo con sentido es la gracia, el amor de Dios. Ese dolor lo colocas delante de Dios en la Santa Misa. Cuando te revistes con el traje de protección eres Cristo, vas a celebrar la misa, allí dentro hay personas que son víctimas y sufren, y tratas de que ese sufrimiento adquiera un sentido, les sirva para unirse más a Dios. El dolor es un misterio y no se puede endulzar, pero sabemos que hay un amor detrás que es mucho más grande. Como sacerdote tengo que lograr que ese dolor sea redentor, que ellos descubran el amor de Dios. En el fondo es lo que ocurre en la misa.
¿Qué es lo más valioso que han llevado ustedes a Ifema?
Lo más valioso que hemos llevado los sacerdotes a Ifema ha sido el Santísimo Sacramento. A partir de ahí Ifema dejó de ser un hospital de campaña y se convirtió en una catedral. Las catedrales de esta Semana Santa han sido los hospitales. Desde allí han subido a Dios el Jueves y el Viernes Santo los sufrimientos de muchas personas. Desde allí se ofrece a Dios ese sufrimiento y Dios le da un sentido. Esta Semana Santa ha sido muy dura, muy cruenta. Al llegar la Pascua esto ha ido cambiando poco a poco, como si fuera una casualidad.
Estas semanas le habrán ayudado a generar lazos especiales…
El equipo de capellanes que trabaja en Ifema es espectacular. Surgen vínculos para el futuro. También con los enfermos: alguno me ha pedido que bautice a su hijo, una religiosa quiere que vaya a decir misa en su comunidad… Se establecen muchos lazos. A veces los enfermos hacen una videollamada y te presentan a toda su familia. Son personas con las que se forja una amistad especial: se agarran a ti porque les haces olvidar una situación, les ayudas a que se den cuenta de que detrás de todo hay un sentido, que siempre está detrás de todo el amor de Dios.
Fuente: opusdei.org.
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