En un comunicado, la Conferencia Episcopal Italiana ha afirmado que «la Iglesia aceptó, con sufrimiento y sentido de responsabilidad, las limitaciones gubernamentales asumidas para afrontar la emergencia de salud», pero ahora, «cuando se reducen las limitaciones asumidas para enfrentar la pandemia, la Iglesia exige poder reanudar su acción pastoral».
Es un posicionamiento puramente lógico:
- «La Iglesia aceptó, con sufrimiento y sentido de responsabilidad, las limitaciones gubernamentales asumidas para afrontar la emergencia de salud». Con sufrimiento, porque renunciar a la celebración pública de la santa Misa comporta pesar para todos los católicos; también, y no en último lugar, para los pastores. Con sentido de responsabilidad, porque lo que estaba en juego era la vida de las personas, y con docilidad a lo ordenado por las autoridades civiles.
- La aceptación de estas limitaciones es admisible en la medida en que la situación de peligro se mantenga. Y es aceptable si no se discrimina injustamente, permitiendo – arbitrariamente - unas actividades públicas y prohibiendo otras.
- En consecuencia, «cuando se reducen las limitaciones asumidas para enfrentar la pandemia, la Iglesia exige poder reanudar su acción pastoral».
Una coherencia semejante hemos de esperar, de modo razonable, de las demás conferencias episcopales. Así creo que se deben de hacer las cosas, con racionalidad, con sentido común, ya que la razón no es enemiga de la fe, sino una dimensión interna de la misma. Sin racionalidad, la fe deriva en fanatismo. Sin coherencia, la Iglesia se convertiría en una secta apartada del mundo real.
Yo llevo tantos días como los del confinamiento sin poder visitar a mis padres, que son ancianos. Mi obligación era permanecer en mi parroquia, salvo que fuese de vida o muerte mi colaboración para atenderlos. Hablo por teléfono con ellos, nos mantenemos en contacto todo lo que podemos, pero no nos hemos podido encontrar en persona. Y no solo porque el Gobierno lo prohíba, sino también porque no me gustaría transmitirles, sin yo saberlo, el coronavirus – que no creo tener, pero no sé, con certeza, si seré o no portador del mismo -.
Esta situación es la de muchísimas personas. Hay matrimonios incluso que pasan por separado la larga cuarentena. Jamás se me ha ocurrido pensar que estoy incumpliendo el cuarto mandamiento por este motivo. Ni creo que los esposos que se aman dejen de amarse por el hecho de no poder estar juntos durante un mes o dos.
No se me ha pasado por la imaginación, no obstante, hacer, por esta razón, un vídeo pidiendo al Gobierno o a no sé quién: “Devuélvannos el cuarto mandamiento”. Eso sí, en cuanto se pueda hacer visitas a los familiares, yo veré a mis padres y no permitiría que, por capricho del que manda, se me impidiese hacerlo.
Guillermo Juan Morado.
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