“Si al cabo de unos años tengo una grave enfermedad, espero que mis hijos y mis nietos se ocupen de mí; no me dejen sola”.
“Si alguna vez me oyen decir que me quiero morir, que no me hagan caso, que me cuiden y me den un abrazo”. “Si ven que todavía tengo que sufrir mucho, que me den los paliativos que sea y me dejen morir en paz, pero no me maten”.
Frases de una madre, de una abuela, a sus hijos y nietos. Tanto el número de suicidios como el de eutanasias ha aumentado en pocos años en los países europeos que imponen a los servicios médicos que atiendan esas solicitudes, que son muy pocos; apenas tres: Holanda, Bélgica y Luxemburgo.
La madre abuela insiste: “Con ley o sin ley, dejadme sufrir en paz, y acompañadme con cariño, como yo os he cuidado en vuestras enfermedades, y a mí me cuidaron mis padres”, y prosigue: “Si queréis, acompañadme cuando me veáis rezar en medio de mis dolores. Si me desvanezco y se me cae el rosario de las manos, volvédmelo a colocar entre los dedos, que quiero seguir, y morir, rezando”.
Se pretende defender la eutanasia llamándola una “muerte digna”, y justificándola con la compasión de evitar sufrimientos a quien está ya en trance de ar el último paso sobre esta tierra. ¿De verdad creemos esas “razones”, con las que a veces lo único que se pretende es reducir los gastos de la atención a un enfermo?
¿Queremos ahorrar dolor al enfermo, o tenemos la valentía de preguntarnos si no somos egoístas y lo único que pretendemos con la eutanasia ese solo dejar de sufrir nosotros mismos?
Acompañadme en el sufrimiento dándome amor y compañía. Tratadme con cuidado y ayudadme a no caer en la tristeza: que no me sienta desamparada de mis hijos y de mis nietos. Si la enfermedad es incurable, dejadme morir por mi enfermedad, no me matéis. Quiero morir con dignidad, y no por desesperanza. Esa será mi muerte justa”.
Los cuidados paliativos son costosos, sin duda alguna; y requieren además de delicadas técnicas médicas, corazones y ánimos muy humanos, muy divinos en enfermeras, médicos y capellanes, pero es el reto que se nos presenta en este momento de nuestra civilización que, al estar desvinculándose de Dios, de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, no sabe dar respuesta al sentido del vivir humano.
A lo más, lo único que pretende alguno que otro “intelectual”, es convertir la vida del hombre en una pura y simple historia que no tiene ningún sentido, que no acaba en ningún fin y que deja completamente al vacío la inteligencia y el corazón de los seres humanos: después de la muerte se pierde el horizonte.
La madre-abuela, después de dos días y dos noches de mucho sufrimiento. Al asomar la aurora apretó con fuerza la cruz del rosario, elevó los ojos al Crucificado, clavado en la cruz colgada en la pared a los pies de su lecho; sonrió, dio el último suspiró; y siguió caminando.
¿Acaso no es una muerte digna la que vivió esta madre-abuela, en plena consciencia, después de recibir la unción de los enfermos rodeada de sus hijos y de sus nietos, y dándoles el último adiós de despedida, hasta el Cielo?
religionconfidencial.com
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