¿Qué diría Edith Stein a las mujeres de ahora?

“Edith Stein no quiso abanderar ninguna tipología de las diferencias entre hombres y mujeres, porque acaban siendo obsoletas ante la innegable adaptación del sujeto a las circunstancias concretas”
Miriam Lafuente Soler entrevista a Feliciana Merino Escalera (Ibiza, 1973), Profesora en el Instituto de Filosofía «Edith Stein», en Granada. Doctora en Filosofía del Derecho, Moral y Política, imparte docencia en antropología filosófica y ética. Es conocida especialista en la figura de Edith Stein y habitual conferenciante sobre su pensamiento.
Entre sus últimas publicaciones se encuentran por ejemplo: “The illness of reason and crimes against Humanity: Genocide as an ideological act” (Journal of East-West thought, 2013), el capítulo “Cultura y género. La diferenciación sexual y las teorías de roles” (2014) o el reciente estudio acerca del control social e imaginarios en las series actuales: “Juego de roles: el género en disputa” (UOC, 2019). 

En la actualidad, sus líneas de investigación se centran en algunos de los problemas que más amenazan al sujeto posmoderno: la digitalización, el hiperconsumismo, la cuestión identitaria (ideología de género, nacionalismo, inmigración, etc.), la pos-verdad, etc. En ellos percibe la necesidad urgente de una reflexión filosófica, antropológica y ética para salvaguardar la libertad frente a su disolución en el pensamiento líquido dominante.
Edith Stein, una mujer de gran inteligencia, muy profunda y  buscadora de la verdad. Todo esto le hizo sufrir mucho porque las mujeres en su época tenían menos derechos que los hombres. ¿Nos podría explicar cuáles eran los sentimientos que la filósofa alemana albergaba en su corazón al respecto?
Lo primero que hay que decir es que Edith Stein fue educada en un ambiente judío liberal. Su madre quedó viuda cuando ella era aún muy pequeña y desde entonces pudo constatar la fuerza de las mujeres en el ejemplo vivo de su madre que no se amedrentó ante las circunstancias y siguió trabajando con empeño para sacar adelante el negocio familiar, a pesar de los consejos de sus parientes. Edith Stein se parecía mucho a ella, era obstinada cuando se proponía algo y siempre tuvo apoyo en su familia para estudiar e ir a la universidad.
Desde esa mentalidad pudo participar con solo 22 años en la Asociación prusiana a favor del voto femenino y en los debates universitarios sobre la doble vocación de la mujer. La igualdad entre hombres y mujeres era ya por aquel entonces un valor creciente, pero también era problemática la cuestión de si la mujer pertenecía prioritariamente al cuidado del hogar y de la prole así como las profesiones que se consideraban más adecuadas para mujeres.
En todo caso, Edith Stein nunca vivió las limitaciones como una injusticia, sino como una oportunidad de crecimiento y de cambio. Ella era fuerte y esa fortaleza fue la que le empujó a escribir al Ministro de Berlín cuando rechazaron su habilitación docente por ser un espacio vedado a las mujeres (nunca hasta entonces habían llegado tan lejos). Su argumento de que ser hombre o mujer no debía ser un impedimento para desarrollar una carrera científica, fue motivo para que se aprobara después un decreto más moderno al respecto. Pero Edith ya había tomado la decisión de volver a Breslau y empezar a dar clases de introducción a la filosofía.
La filósofa judía pensaba que estamos en la tierra para servir a la humanidad y que, para hacerlo de la mejor manera posible, debemos hacer aquello para lo que estamos inclinados. En esta idea podríamos contemplar la idea todavía prematura de la una vocación profesional también para la mujer… algo que se contemplaba borroso en su momento.
Por supuesto. Toda la filosofía de Edith Stein se puede decir que gira en torno al concepto de vocación. Su filosofía puede entenderse como una filosofía de la vocación. En alemán el término Beruf significa ambas cosas, tanto profesión como vocación, con lo que se unen en una misma palabra el sentido y dignidad del trabajo con la inclinación, aquello para lo que uno se siente llamado, que es la vocación. Por eso dice que quien considere su trabajo como simple fuente de ganancia o como pasatiempo lo desarrollará de una forma completamente distinta de aquel para quien sea vocación profesional en sentido propio, es decir, de aquel otro que se sienta llamado para ello.
En un mundo cada vez más marcado por los criterios de competitividad y de mercado, creo que es muy necesario recuperar este sentido de la vocación profesional, no como una cualidad deseable para el ejercicio de la profesión, sino como principio configurador de la propia vida. El trabajo no es algo separado del hombre o de la mujer, sino que “lo que hace un hombre es la realización de lo que puede hacer; y lo que puede es expresión de lo que es”.
Por eso, no es baladí la afirmación de Edith Stein de que “no existe profesión alguna que no pueda ser desempeñada por una mujer”, o la tan provocadora frase “Ninguna mujer es solo mujer”, porque hay en todo lo que hacemos un principio configurador, un ethos. Lo que hagamos lo haremos con pasión, y de una forma que será específicamente femenina. Si la vida y lo que hacemos manifiesta la respuesta a una llamada, el trabajo, cualquier trabajo, es la respuesta a la vocación de entrega del ser humano, es expresión de su capacidad de dar, o mejor dicho, de amar. El trabajo bien hecho es siempre signo de un amor más grande.
A una Edith jovencita le impactó el ver a una mujer caminando que a la vuelta del mercado entró en la catedral de Frankfurt. Podría haber quedado impresionada de que una humilde mujer en medio de los quehaceres cotidianos sintiera la necesidad de rezar. Ella en la sinagoga frecuentaba la celebración de un oficio y aquel “intercambio confidencial” de la mujer que entraba a la catedral para saludar a su Dios la impactó sobremanera. La religión como un encuentro personal con Alguien que te ama.
Realmente no estamos acostumbrados, en la vorágine de vida que tenemos, a hacer un parón en medio de la jornada para rezar, o cuando vamos corriendo de un lado a otro entrar en una iglesia para sencillamente escuchar el silencio o dialogar con Otro. Por ello es algo que no entra en nuestros esquemas, no entraba en los de Edith, ni en los nuestros, ni en los de nadie. Precisamente por ser algo tan sencillo se convirtió en extraordinario. De hecho, es una de las experiencias que ella misma cuenta que le impactaron y le acercaron a la fe cristiana.
La otra, es la mirada ante la muerte al ir a visitar a la viuda de su gran amigo Adolf Reinach, muerto en el frente en 1917. Se había imaginado a una mujer rota de dolor y desesperanzada y lo que se encontró fue a alguien rebosante de paz y de una esperanza cierta. Esta experiencia alimentó su deseo de creer, pues percibía en ella el Misterio venciendo al aguijón de la muerte, que no tiene la última palabra.
La lectura del libro de santa Teresa de Jesús le marca profundamente. Hace una lectura sapiencial del libro; es decir, que lo leyó como una revelación personal… y se convierte a la religión católica. ¿Qué sentimientos pudo percibir al leer los escritos de la santa de Ávila?
Es verdad que Edith Stein había tenido muchos amigos que se habían convertido al protestantismo y que de hecho frecuentaba más ambientes protestantes que católicos, pero que las cosas ocurrieran como lo hicieron es también parte del Misterio en el que ella reconoce a Cristo. Un matrimonio amigo, los Conrad-Martius, protestantes ambos −Edith era muy amiga de Hedwig, recientemente convertida al protestantismo−, la invitaron un fin de semana a su casa en Bergzabern, y una plácida tarde de verano de 1921, en ausencia de estos, cogió de la estantería de su biblioteca el Libro de la vida de santa Teresa de Jesús.
Lo leyó de un tirón y descubrió que ahí estaba la verdad, una verdad que no es científica, la Verdad del Amor, de la entrega, de la unión con Dios. Había leído ya partes del Nuevo Testamento, también las Confesiones de san Agustín, los ejercicios de san Ignacio de Loyola, pero esto fue la culminación de un proceso de búsqueda. Como dice un amigo mío: «no se trata de coincidencias, sino de dioscidencias«.
Lo que está claro es que en santa Teresa encuentra el modelo de vida a seguir, que elige como madrina de bautismo a Hedwig, su amiga y dueña de la casa donde encontró y descubrió la verdad, y que escoge como nombre de bautismo a la fe católica el de Edith Teresa Hedwig, en honor a santa Teresa y a su amiga. Después, cuando hace la profesión en el Carmelo, su nombre será Teresa Benedicta de la Cruz, en honor a santa Teresa y a san Juan de la Cruz, en cuya lectura se embarca sus últimos años. En fin, ¿qué más se puede decir? Se trata de un encuentro concreto, muy concreto, que marca su vida y su vocación.
Cuenta la filósofa que su madre vivió su conversión como “la pena más pesada que tuvo que soportar”. Hacer sufrir a una madre de ese modo debe ser muy doloroso. 
Sí, por lo que sabemos parece que a Edith le costó mucho contárselo a su madre. Tanto que tuvo que pedirle ayuda a su hermana Erna. Hay un testimonio de su hermana donde lo explica. En septiembre de 1921 había nacido su primer hijo y Edith se encontraba en casa ayudando a su hermana. Allí le expuso su decisión de convertirse al catolicismo y le pidió que preparara el ánimo de su madre. Era una tarea bien difícil.
Para su madre, aunque siempre se había mostrado comprensiva para todo y les había dado mucha libertad, una decisión así representaba un golpe durísimo. Era, en efecto, una judía verdaderamente creyente y consideraba como una apostasía el hecho de que Edith abrazara otra religión. También sus hermanos intentaron disuadirla en atención a la madre, pero al final confiaron en su convicción interior, y también su madre tuvo que aceptarlo. 
Por lo demás, en la vida de Edith Stein no hay fisuras, no se puede hablar de una separación entre lo intelectual y lo espiritual. Su conversión es el fruto de un camino de búsqueda de la verdad. Todos los pasos dados son pasos en la misma dirección. Todo está en su sitio. Edith lo entendió al final. Su vida es un modelo porque no hay discontinuidades. El Señor le sale al encuentro y ella da su Sí. 
Edith Stein es de otra época, pero… ¿qué le puede aportar a la mujer europea de hoy día?
Los escritos de Edith Stein hablan a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Su vida también habla. No en vano ha sido declarada santa y copatrona de Europa. Una de las cosas que a mí me parece que nos diría a las mujeres europeas, con la que está cayendo, es: ¡No tengáis miedo! A ser mujeres, a no sucumbir a los discursos ideológicos que proponen la anulación de las diferencias.
Edith Stein no quiso abanderar ninguna tipología de las diferencias entre hombres y mujeres, porque acaban siendo obsoletas ante la innegable adaptación del sujeto a las circunstancias concretas. No se trata de defender posiciones conservadoras respecto al papel que la mujer ocupa en el hogar, ni tampoco se trata de defender la igualdad a ultranza a costa de la anulación de las diferencias. Para ella, se trata de responder de manera personal y compartida a la misión que se nos ha encomendado. Hombres y mujeres somos iguales, diferentes y complementarios.
Los discursos ideológicos, tanto aperturistas como conservaduristas, ahogan esta verdad innegable, que se descubre no en una lucha de sexos, sino en darnos cuenta de que el otro es un esser kenegdo, expresión hebrea que utiliza Edith Stein, una imagen especular donde el otro puede contemplar su propia naturaleza, siempre incompleta. Solo cuando hay amor, ayuda mutua y entrega, nos damos cuenta de que en ese camino, aunque frágil, finito y lleno de límites, siempre hay otro Amor más grande nos acompaña en esta tarea.
Entrevista de Míriam Lafuente Soler,
en 
arguments.es.
02:09

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