El Salmo 2 comienza así: “¿Por qué se amotinan las gentes, y las naciones hacen planes vanos?…“.
Estas palabras que salen de la boca de nuestro Padre Dios, se dirigen a todos y, por tanto, valen tambien para todos. Pero me temo que, tal como están las cosas tanto en el mundo como en la Iglesia, para quien primero valen -deberían valer, y muy principalmente- es para los adentros de ella misma; muy en especial para los que formamos parte de su Jerarquía, a todos los niveles: desde el Papa hasta el último sacerdote recién ordenado. Lo que, logicamente, me incluye. Porque aquí, en la Iglesia, es donde realmente hace daño, y duele.
¿Planes vanos? ¿Qué planes vanos se montan dentro de la Iglesia Católica? Podría preguntárselo mucha gente, sorprendida o quizás hasta un punto escandalizada por tales suposiciones; gente que quizá no está al tanto, o sí: pero que no le interesa, o pasa olímpicamente desde hace ya mucho, o puede que incluso le parezca que ya iba siendo hora, que “¡por fin el cambio está aquí, y ha venido para quedarse!” ¡Aleluya!, que estamos en Pascua.
Y esto, ya desde las “trastiendas” del propio CV II -en el mundo civil se les hubiesen llamado las “cloacas"-, cuando se utilizaron fuertes recursos económicos y personales para poner en marcha e implantar y dar velocidad al tan “urgente y necesario" aggiornamento: así se montaron las “autopistas” del desmantelamiento de la Iglesia Católica, con toda las prisas que se le pudiera imprimir al asunto; además de que, según los interesados, urgía, “los Signos de los Tiempos” y “los hígados de las ocas” daban siempre positivo, y había que aprovechar la coyuntura, no fuera la gente a darse cuenta de lo que se “cocía", y la liaran: que aún podían…, y no era plan.
A nivel de opinión pública y publicada, a través de triquiñuelas clericalonas, con el concurso de pequeños golpes de mano si no bastaban los golpes de efecto, con el asentimiento de los que no daban más de sí -meros “expectadores", se les podría calificar, pero dieron positivamente su voto aún sin saber muy bien ni a quién ni para qué-, con el engreimiento de los marrulleros de estar dándole un auténtico “vuelco” a la propia Institución, y con el ninguneo y persecución, por parte de todos estos anteriores, de los buenos cardenales, obispos, peritos y consejeros que dieron la buena batalla -la de Dios y su Iglesia-, pero… PERDIERON. ¡Dios sabe más! Y habra sido para bien, aunque aún no sepamos con certeza de qué bien se trata.
Y, como lo sabe, Dios lo dice, porque nunca se calla: En vano me veneran cuando enseñan mandamientos y doctrinas humanas (Is 29, 13). Y en el Evangelio, puntualizará a través de su Hijo: Rechazáis el mandato de Dios para establecer vuestra tradición (Mc 7, 9); y en otro lugar: El que quebrante el más pequeño de estos preceptos y lo enseñe así a los hombres, será tenido por muy pequeño en el reino de los cielos (Mt 5, 19).
¿Acaso no se trastorna hoy, dia sí y día también, la Verdad del Señor y la disciplina de la Iglesia cuando no se observa fielmento todo lo que Jesús hizo y enseñó? Precisamente por y para esto, el sacerdote hace las veces de Cristo, cuando repite aquello -y solo aquello, y en su Nombre- que Él hizo y enseñó.
Por esto dirá también Jesús: Quien se avergüence de Mí, el Hijo del Hombre se avergonzará de él (Mc 8, 38). Remachando san Pablo: Si yo quisiera agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo (Gal 1, 10).
No era nada nuevo: bien nos lo había advertido ya el Salmo, cuando nos echa en cara: Tú odias mis enseñanzas y te echas a la espalda mis palabras. Si veías un ladrón, te ibas corriendo con él y te ponías entre los adúlteros (Salmo 49, 16-18); porque cuando uno, conscientemente, despoja de la Verdad evangélica las Palabras y los Hechos del Señor, corrompe y adultera los preceptos divinos: Por eso aquí estoy contra los profetas, dice el Señor, que hurtan mis palabras, cada uno del que tiene más cerca, y seducen a mi pueblo con sus mentiras y errores (Jer 23, 28.30.32).
Viene todo esto a cuento de las barbaridades que se ven y se oyen en la Santa Iglesia, todos los días, a todas horas, de un montón ya de miembros de la Jerarquía. Y del nulo efecto que, en el resto de sus miembros, que deberían no callar -más bien GRITAR- y encarnar de este modo al Buen Pastor y dar la vida por sus ovejas, tienen tales desafueros.
Pongo algunos ejemplos. Muy pocos y a propósito, porque los hay a cientos.
Todo esto, ¿por qué? ¿A santo de qué? ¿Qué pueden sacar con ello? ¿Acaso no es el mismo Señor el premio de nuestra heredad? ¿No trae cuenta la lealtad y la fidelidad a Dios y a su Iglesia? ¿Llena más la mentira, la corrupción, el pecado? ¿Alguien se cree que por obrar de estamanera se gana todo el mundo, como promete el mismo demonio?
Por contra, el Señor no dice: “Dura cosa te es dar coces contra el propio aguijón” (Hch 9). Y advierte muy seriamente: Omne regnum divisum contra se, desolabitur; et omnis civitas vel domus divisa contra se non stabit: “Todo reino dividido contra sí mismo, será desolado; y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no permanecerá".
¿Es esto precisamente lo que se busca por parte de ese personal? Da toda la impresion de que sí, ciertamente.
San Cipriano de Cartago, obispo y mártir, se las tuvo tiesas con el mismo Papa, obispo de Roma, porque este enseñaba -y quiso que así se hiciera en toda la Iglesia Católica-, que no había que bautizar a los que venían a la Iglesia desde las sectas heréjticas, sino que solo se les impusiese las manos; dando como argumento que el bautismo recibido allí ya valía; y porque “ellos [los herejes] hacen lo mismo: no bautizan a quienes ya están bautizados".
Esto indigna de tal forma a Cipriano, que además de hervirle la sangre, no se corta un pelo para decir, por escrito, enviado al Papa y a los demás obispos, que el Papa se equivocaba, y que no podía procederse de esa forma. Y lo argumenta.
: “Debemos, por tanto, seguir sus palabras: aprender todo lo que Él enseñó y obrar todo lo que hizo. De lo contraio, ¿cómo puede decir que cree en Cristo quien no cumple lo que Cristo mandó? O, ¿como alcanzará la recompensa de la Fe quien no es fiel a sus mandatos? Necesariamente vacilará y vagará de un sitio a otro y, arrastrado por el viento del error, será aventado como polvo que el viento levanta. No caminará hacia la salvación quien no se mantiene constante en el camino verdadero.
3. Hay que guardarse, por tanto, no solo de los peligros claros y manifiestos, sino también de los engaños que se hacen con sutiles argucias. y ¿quién más astuto y sutil que el enemigo, que una vez descubierto y derrotado con la venida de Cristo, cuando ya la luz brilló entre los pueblos resplandecía con su fulgor salvador para liberación de los hombres, de modo que los sordos recobraban el oído para la gracia espiritual, los ciegos abrían sus ojos al Señor, los enfermos se restablecían con la salud eterna, los cojos corrían a entrar en la Iglesia, y los mudos elevaban con voz clara sus oraciones, viendo este que se abandonaban los ídolos y quedaban desiertas sus casas y templos debido al gran número de creyentes, planeó un nuevo engaño para embaucar a los incautos y esconderse bajo el título de cristiano? Inventó las herejías y cismas para mudar la Fe, corromper la verdad y romper la unidad. Así, a los que no puede mantener en la oscuridad del antiguo camino, los asedia y engaña con el error de una nueva senda. Rapta a los hombres de la misma Iglesia, y cuando creen haberse acercado ya a la luz y verse libres de las tinieblas del mundo, sin que se den cuenta, los envuelve de nuevo en otras tinieblas, de modo que sin guardar el Evangelio de Cristo y su ley, se llaman cristianos, y envueltos en oscuridad piensan que poseen luz, y ello por las mentiras y halagos del enemigo, que, según nos dice el apóstol, se tranforma en ángel de luz y disfraza a sus servidores como ministros de justicia, que presentan la noche como día, la muerte como salud, la desesperación con apariencia de esperanza, la perfidia como fidelidad, el anticristo con el nombre de Cristo. Así tergiversan sutilmente la realidad, engañando con apariencias de verdad. Esto ocurre (…) por no volver al origen de la verdad, por no buscar la cabeza ni guardar la doctrina del maestro celestial.
(…)
5. Debemos mantener y defender firmemente esta unidad, sobre todo los obispos, que somos los que presidimos en la Iglesia, a fin de probar que el mismo episcopado es también uno e indiviso. Que nadie engañe con mentiras a los hermanos, que nadie corrompa la verdad de la Fe con una pérfida prevaricación. El episcopado es uno solo, del cual participa cada uno solidariamente. Asimismo la Iglesia es única, aunque se extiende ampliamente en una multitud por el crecimiento de su fecundidad, como también son muchos los rayos del sol pero una sola es la luz, y son muchas las ramas del árbol, pero uno solo es el tronco enraizado fuertemente en la tierra; y cuando de un solo manantial fluyen muchos arroyos, aunque surjan muchas corrientes que se difunden por la abundancia de agua, sin embargo, permanece la unidad en el origen.
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