No es que Rafaela y D. Jesús hayan hecho las paces. En realidad tampoco lo necesitan. Se quieren, se respetan, se aprecian y mucho, lo que no es óbice para que Rafaela, que jamás tuvo pelos en la lengua, diga siempre lo que piensa. Ella tiene su formación elemental, la de la señorita Asunción y D. Pedro, el sacerdote, a base de Astete, y a partir de ahí todo es claridad.
Si hay algo que a Rafaela le ponga de los nervios es que D. Jesús argumente a base de que si Jesús en el evangelio hacía o dejaba de hacer. No lo consiente porque a ella le enseñaron, y muy bien por cierto, que un católico además de la Escritura tiene como base de su fe la tradición de la Iglesia, por eso a ella no le vengan con la sola Escritura, que no traga. Pero es que hay más, y es que mi buena Rafaela tiene por costumbre sacar sus conclusiones de todo, lo cual constituye un gravísimo peligro.
Mañana miércoles de ceniza. El domingo pasado Rafaela preguntaba a D. Jesús:
- ¿Tiene previsto algo especial para esta cuaresma?
- En principio nada, ya veremos.
- Hombre, D. Jesús, por lo menos el viacrucis, alguna charla, facilitar las confesiones.
- Rafaela, Rafaela… ¿Dónde has visto en el evangelio que Jesús se sentara en un confesionario?
Silencio.
En ese momento Rafaela toma un ejemplar de la Biblia que iba recogiendo polvo en un rincón de la sacristía y se lo ofrece a D. Jesús.
- Lo he encontrado.
- ¿Qué has encontrado qué?
- El pasaje del evangelio en el que se ve a Jesús confesando y celebrando misa cada día.
- ¿Ah sí?
- Sí. Búsquelo usted mismo. Es facilito. Busque la página donde el evangelio dice que usted tiene derecho a cobrar a fin de mes y está justo en el reverso.
Es un argumento imbatible.
Es que hay que ver cómo se ha pasado Rafaela.
Es que hay que ver el morro que echan algunos para no dar golpe y hacer cada día lo que les da la gana.
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